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Hay veces que te gustaría estar en dos sitios a la vez, pero no es posible; así me ocurrió el sábado 14 de octubre, dos conciertos a las 8 de la tarde, uno en el Pósito (coral Gasteizako Lagunak) y otro en San Roque, al que acudí. A la pareja Sara Marina y Emilio Villalba hemos tenido la oportunidad de escucharlos en varias ocasiones aquí en Sigüenza, en la Iglesia de Santiago (donde los escuche por primera vez) y en San Roque donde han estado al menos en otra ocasión que recuerde, “El doncel del mar”, con melodías medievales en un delicioso viaje musical por el mediterráneo. El detalle con el que preparan el escenario, con todos los instrumentos para la ocasión, expuestos entre dos atriles con reproducciones medievales, es de un gusto maravilloso, y se agradece.

Instrumentos antiguos.

Cuando salieron a escena la luz se centró en ellos, de forma cálida y sensible para presentar el proyecto “Machina Antiqua” refiriéndose con ello a los inventos y creaciones de los humanos desde antiguo en lo referente a la música y otras cosas. Entre las distintas obras, y mientras iban cambiando de instrumentos Marina fue relatando viejas historias, como la del Ícaro andalusí, o el ciego organista y compositor Landini, o la del médico Henri Arnaut de Zwolle que quiso curar con música hace 500 años, o también vendiéndonos coplas de cordel por un maravedí. Sin un programa de mano al que acudir para saber que pieza estaban tocando nos conformamos con aceptar el mundo mágico que fueron creando con historias, instrumentos y música. Pudimos escuchar el organetto, la viola de teclas, la zanfona, el laúd árabe, la vihuela de péñola, el clavisembalum, la guiterna, el rabel, el arpa celta, panderos, etc, en fin un museo sonoro en vivo. Quiso Emilio despedir el concierto comentando una copia de unas actas sobre el gremio de violeros de Granada, allá por 1550, donde se mostraba, según nos dijo, la importancia del oficio y los requisitos para ejercerlo. Se nos hizo corto, pero el fresco del otoño se dejaba sentir en la ermita, sobre todo en las manos de los músicos, que aun así nos ofrecieron una propina muy marchosa con el “oud” (laúd árabe) y el pandero.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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