The city tree (el árbol sintético)
Rígido, frío, cuadrado,
el androide... ¿abeto, álamo, plátano?
se anuncia en el periódico.
La licencia se ha abierto;
podemos violar todas las creaciones:
la del agua, de la tierra y del cielo.
Nos hemos embozado en una egolatría
que nos iguala lo bello y lo siniestro.
Hemos prostituido la pureza
y entristecido a Dios con nuestro invento.
Un árbol que no sabe que son las estaciones,
dar fruto, sombra o flores;
que será analfabeto eternamente
del tacto de la lluvia, del aire y sus rumores.
Las calles de Berlín, Oslo y Glasgow,
Módena y Hong Kong
han iniciado la horrenda plantación:
eliminado un vivo substantivo,
desterrado el ciclo de la savia,
negado al pájaro su nido
y enterrado la imagen de la gracia.
Y el autoengaño de los diseñadores
al seguir empleando el nombre árbol
para una masa estéril, sin colores,
han iniciado un cierre del pasado,
silenciando posibles sinsabores.
Ya fuimos desterrados del Edén
y fuimos altamente rescatados
¿Cavaremos nosotros el Final
por San Juan, el apóstol, relatado?
Veo una frontera unidireccional:
al cruzarla, termina la esperanza
del retorno al edénico vergel.
El robot (animal sin reflexión)
no tiene infancia, juventud o vejez.
¡Ah! ¡Los sabios sin Dios que diseñaron
demonios más oscuros que Luzbel,
llorarán sus terribles invenciones
al ver al Ángel de flamígera espada
custodiando la puerta del Edén.