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No iba yo muy convencido a este concierto y salí exultante. Por el nombre del dúo no tenía noticia de ellos y de la música a interpretar, solo que era sacra. Bajo el título del programa de mano: “Aquella voz de Cristo, tan sonora”, reunieron 9 obras de los mejores polifonistas españoles del siglo XVI junto con el “Ave verum corpus” del inglés católico William Byrd y el “Sicut cervus” del italiano Giovanni P. da Palestrina, que interpretaron maravillosamente. Ingartze (soprano y vihuela de arco tenor) y Germán (contratenor y vihuela de arco bajo) forman dúo, pero para alcanzar las cuatro voces del canto polifónico tañen las vihuelas. No nos hablaron de ellas pero eran vihuelas de arco, que no violas da gamba, a pesar de su enorme parecido, estas aparecieron con posterioridad. El resultado es sorprendentemente armonioso y rico en matices. Yo era la primera vez que escuchaba esta combinación en estas obras, que sí conocía, y debo decir que me pareció perfecto. A falta de otras voces, solución, sustituirlas por los instrumentos.

El concierto fue en el altar mayor y tuvimos que esperar hasta que terminara una visita guiada para empezar (aceptamos la disculpa del Deán). Al estar el aire acondicionado un poco alto, los pobres músicos y sus instrumentos quedaran fríos (el público también), pero no impidió una buena ejecución y entrega para trasmitirnos toda la belleza de aquellas obras que recibimos como cálido aliento. Me emocionaron en más de una ocasión, sin duda por las composiciones propiamente, pero también por su interpretación. Las presentaciones antes de cada obra nos prepararon para recibirlas en la mejor condición, yo siempre lo agradezco, y así fuimos oyendo obras de Francisco de Guerrero, de Cristóbal de Morales, de Tomás Luis de Victoria, de Mateo Flecha, el viejo y una pieza anónima del “Cancionero de Palacio”, junto a las comentadas del inglés y el italiano. La voz de Ingartze sonó pura, cristalina, fluyó con enorme facilidad e interpretó estas piezas como una voz blanca. La de Germán (siendo bajo-barítono) fue de contratenor, muy encajado para empastar con la soprano (creo que el frío le fue afectando un poco a lo largo del concierto). Ambos muy pendientes en las afinaciones, comienzos y cierres. Buenas dinámicas y, aunque no lo sé, espero que el sonido llegara suficientemente al público que quedó por detrás de la reja (en el crucero). El silencio que se mantuvo lo largo del concierto invitaba a un mayor recogimiento (el frío también). La última obra, tras comentarla previamente e indicarnos que aunque pidiéramos propina nos harían mayor favor dejándonos marchar cuanto antes para tomar un caldo, fue una “ENSALADA” del grandísimo genio Mateo Flecha, el viejo. Este tipo de pieza es una mezcla de ritmos y textos (en latín, en valenciano antiguo y jerga afroamericana de los esclavos) que se sale de su tiempo. Se cree que Mateo, por muy breve tiempo, fue maestro de capilla de la catedral seguntina. Y de él, decidieron hacer “El fuego” en su versión completa (12 minutos), un atrevimiento de estos dos grandes intérpretes que resolvieron perfectamente dentro de la gran dificultad que supone (yo la he cantado en coro y lo sé). La ovación final fue tan grande que cabe pensar que algo de ello fuera para calentarnos todos las manos, pero realmente se lo merecían.

En resumen, el concierto perfecto para ese día y en ese sitio (a pesar del fresco), con músicos de gran trayectoria y enorme talla (como pusieron de manifiesto). Agradecer a Ingartze y a Germán ese rato tan íntimo y recogido. También a la asociación y al cabildo catedralicio.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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