Desde la atalaya de mi ventana. En la calle Travesaña Alta de Sigüenza.
Me gusta la lluvia
en suelo de piedra
como si bailaran
el Cielo y la Tierra.
La calle en declive
parece que sueña
con limpios riachuelos
y alegre los muestra.
Sin coche que baje
ni coche que suba,
la calle se muestra
sosegada y pura.
Al fondo, la sierra
su espalda oscurece
como un ciclorama
de sediento verde.
La lluvia se exalta
y escribe un alegro
de efímeras notas
en el suelo yermo.
Pasa una señora
mayor, cobijada
bajo una sombrilla
pequeña y ajada.
Asciende despacio,
bajada su frente
y firme su paso:
¡Ella es aún fuerte!
Un bello bordado
de líquida hebra
sobre el pétreo lienzo
resbala en la cuesta.
Cruza un ave rauda
buscando un cobijo,
o el árbol que tiene
su trenzado nido.
Cojo la libreta
–que duerme en mi mesa–
y el lápiz, ansioso,
la página besa.
Y, cuando concluye
mi lírica empresa,
el beso del Cielo
y la Tierra, cesa.