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La memoria, por esencia y sin ser manipulada, es la que hace permanecer en el recuerdo individual o colectivo lo relevante de lo ocurrido. La memoria no puede ser tratado de nada ni ser sometida a interpretación alguna, es la que es. La memoria, al ser de algo, es inmanipulable, como ese “algo”, al fin de cuentas una realidad incontestable vetada a cualquier interpretación que distorsionaría esa realidad. Sigüenza goza de un glorioso pasado por su esplendor histórico, hoy aprovechado en una desenfrenada apuesta turística. En esa velocidad de vértigo se nos quedan legajos entre las tinieblas del pasado. Sombras que silencian hechos, acontecimientos, personajes y figuras que por sí mismas deberían tener la luz propia del reconocimiento y, desde luego, del recuerdo. A dónde vamos, Sancho, sin saber destino ni recordar el punto de partida.

Tienda de asilo del distrito de Palacio. Madrid (La ilustración Española y Americana, 1889).

Por un chivatazo de un buen amigo, docente él y hombre conciliador, Felipe Sanz, llegó a mis manos información sobre un pintor seguntino de primera línea, Félix Badillo y Rodrigo (Sigüenza, 1848 – Madrid, 1895), uno de esos artistas que en nuestra ciudad hubieran tenido una calle si no fuera porque nos sumergimos sin respirar en los Agén, los Mendoza, Cisneros, Vázquez de Arce, Santillana o Figueroa y que por su alta alcurnia propiciaron abundancia a este enclave de piedra rojiza y marchamo romano. Y de agradecer.

Me llama la atención que con tanta cultura archivada en los pliegos de las grandes familias nadie rescatara a ilustres artistas nacidos o vinculados estrechamente a Sigüenza. Hace años, María Antonia Velasco, Alicia Davara y Lorenzo de Grandes, se empeñaron en recuperar el talento de unos de los mejores artistas nacidos en nuestra ciudad durante el siglo XX, Francisco Santa Cruz; un inexplicable vacío era rellenado. El Arte, amigo Sancho, no es valorado en estas tierras. Acaso admirado pero sin advertir el esfuerzo y creatividad del autor. Somos testigos hieráticos sin inquietarnos el guión.

El hecho es que comencé a indagar sobre nuestro anónimo artista, como digo, nacido en Sigüenza en 1848. Cual fue mi sorpresa cuando comprobé que fue retratista real, de Alfonso XII, la reina Regente María Cristina y de su hijo el rey Alfonso XIII.

He de aclarar que desde Velázquez, la monarquía sufragó el arte español más cualificado hasta la primera República. El museo del Prado, del que ahora celebramos su bicentenario, es lo que es gracias al mecenazgo de la Corona española, con especial relevancia de María Isabel de Braganza, reina consorte de Fernando VII, quien, por su especial sensibilidad artística, compró y adquirió lo mejor del mercado europeo de su época, además de potenciar y proteger a lo más granado de los artistas nacionales. Siempre he dicho que España es una magnífica fábrica de artistas pero los españoles unos pésimos consumidores. Cosas veredes, amigo Sancho, que non crederes. 

Nuestro protagonista no sobrevivió al siglo XIX pues falleció en 1895 en Madrid. Joven, porque no cumplió los cincuenta. Sin embargo, y tras estudiar en Molina de Aragón y en el Instituto de Guadalajara, dejó su impronta artística siendo premiado en ese centro en 1868.

Por su talento marchó a Madrid y estudió en la Escuela Especial de Pintura siendo también copista en el Museo del Prado. Descubrió por entonces su inquietud por la litografía y los grabados en sus diferentes técnicas, muchos de una calidad sublime. También los compaginó con el dibujo, colaborando en distintas revistas de la época, especialmente en la de La Ilustración, fundada por Abelardo de Carlos –no confundir con el medio coetáneo del mismo nombre creado por Fernández de los Ríos-. Hizo sus pinitos, igualmente, con otras publicaciones de la provincia y otras de ámbito nacional. En 1877 la Diputación de Guadalajara le encargó un retrato del rey Alfonso XII. Entenderás mi complicidad con el artista, amigo Sancho.

He de advertir que la revista La Ilustración Española y Americana, nombre completo, nació al albur de otras publicaciones europeas, de las más vanguardistas en la órbita cultural y de ensayo, principalmente de la británica Illustrated London News o de sus versiones alemana, francesa o italiana, Die Illustrierte Zeitung, L’Illustration o Le Monde Ilustré y la Illustrazione Italiana, respectivamente. Sus temáticas eran costumbristas, lejos del fragor político de la época, e incluían secciones literarias, moda, críticas teatrales, ciencia o gastronomía, en definitiva, lo que pueden encontrar en el periódico que sujetan ahora sus manos. La sub leyenda de la revista rezaba “Periódico de ciencias, artes, literatura, industria y conocimientos útiles” y sorprende el elenco de ilustres escritores colaboradores, entre otros, Valle-Inclán, Unamuno, José Zorrilla, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas “Clarín”, además de relevantes políticos como Emilio Castelar, Fernández de los Ríos o José Velarde. No iba a la zaga el lujoso ramillete de ilustradores y pintores como José Luis Pellicer, Alejandro Ferrant, Simonet, Juan Comba, Alfredo Perea o Domingo Muñoz Cuesta, ilustre cantera que avala la categoría del propio Badillo.

Retrato de Andrés Mellado y Fernández.

Por más que he indagado, no he encontrado dibujo o fotografía que nos plasmara el rostro de nuestro protagonista al que, por ende, no se le conoce autorretrato alguno. Y eso que lo practicó, el retrato, en múltiples versiones, destacando, además de la del óleo, las que hizo para xilografías o en acuarela y guache sobre oblea de hueso de vaca. Y en dimensiones especialmente reducidas, en torno a 5 x 4 centímetros, más propicias para coleccionistas o remates para relojes, polveras o colgantes de la época. Circulan en las casas de subastas numerosos “mini retratos” firmados por “F. Badillo” codiciados por caprichosos coleccionistas. Erróneamente, en ocasiones, adjudican su autoría a otro pintor sevillano, Francisco Badillo, cuando ni por estilo ni especialidad coinciden con la obra.

Quien nos ocupa pintó y dibujó retratos a múltiples personalidades de la época, especialmente mediante la técnica xilográfica. Sus periódicas colaboraciones en La Ilustración Española y Americana, extendió su obra figurativa a una buena parte del panorama público del momento. Caben destacar los que realizó al periodista, político y académico Andrés Mellado, Gaspar Núñez de Arce, poeta y político español y presidente de la Sociedad de escritores y artistas, Manuel Tamayo y Baus, dramaturgo, al ministro Ramón María Calatrava Peinado, al almirante Joaquín Gutiérrez de Rubalcava o al presidente de la I República, Nicolás Salmerón.

También realizó litografías de tamaño muy superior como las de los hermanos Carlos y Alfonso de Borbón o los líderes carlistas Castells, Dorregaray, Savalls y Velasco.

Sin menospreciar los encargos para obras de mayores dimensiones, principalmente de óleo sobre lienzo, como el ya comentado de Alfonso XII, un busto de la reina María de las Mercedes o el de Antonio Alcalá-Galiano, por entonces gobernador de nuestra provincia. Por ello le concedieron una medalla de plata en reconocimiento a su trayectoria. Que para mi quisiera los parabienes de los demás si en verdad me los merezco, querido Sancho, porque premiar y no premiar por los mismos méritos, agravio se me antoja.

De estilo claramente costumbrista y romántico, impregnado de la corriente histórica del momento y probablemente influido por pintores de la época y en ese estilo, como Madrazo, Pérez Villamil o Eduardo Rosales, la especialización depurada en otras técnicas de reproducción catapultan a Félix Badillo y Rodrigo a un nivel artístico singular y sin duda meritorio, y desde luego motivo de reconocimiento. Vale.

Emilio Fernández-Galiano

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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