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Reggio Emilia, septiembre de 2017. De regreso a casa desde la Puglia, nos detenemos en esta tranquila y preciosa ciudad del norte de Italia para ir tras los pasos de la Gioconda de Bujarrabal. Y es que, en todo el mundo, solo en ese otro lugar se tiene memoria de su existencia. El primer destino, la biblioteca; sección “Historia local”. Dos libros nos dan la clave de por dónde empezar a buscar. Pero no va a ser fácil.

Lo poco y más antiguo que se ha escrito de Gioconda es que nació en Alcalá de Henares, que sus padres se desplazaron a Reggio Emilia, que allí se convirtió en discípula virtuosa de un tal Próspero y que murió virgen (no mártir). Todo eso se dice que sucedió, aun sin contar con fuentes documentales que lo justifiquen, en el siglo V.

Tampoco se sabe mucho del tal Próspero. Por descarte con respecto a otros dos del mismo nombre, uno de Aquitania y otro de Tarragona, se concluyó que había sido un buen obispo de Reggio Emilia. Hasta aquí lo no documentado. Lo histórico viene ahora.

En aquella época, los pueblos que habitaban las regiones fronterizas del Imperio romano se hallaban en plena emigración masiva hacia Europa y les estaban plantando cara a los propios romanos. Una vez que esos pueblos “bárbaros” provocaron la caída definitiva del Imperio, en ese momento de descontrol y a las puertas de la Edad Media, los poderosos, que nunca desaparecen, intentaron ejercer una fuerte influencia ideológica en las ciudades. Precisamente la ciudad era el principal factor de cohesión e identificación de la gente y se buscaron allí referentes morales para darle sentido a todo aquello. Así que, en el caso de la ciudad de Reggio Emilia, ¡quién mejor que alguien de la tierra, y más si había sido “obispo” (un cargo que incluía algunas de las funciones de los magistrados romanos), para obnubilar a los habitantes y mostrarlo como ejemplo de que aquel era el mejor sitio del mundo para vivir (bajo su yugo, claro)! Y así fue como comenzó la leyenda de Próspero, que fue elevado a la categoría de defensor civitatis o protector de la ciudad, y, por sinergia, también la leyenda de su ayudante aventajada Gioconda.

Quienes se encargaron de mantener viva la llama del “recuerdo” de Próspero y Gioconda desde el siglo XI fueron unos monjes benedictinos que vivían extramuros de la ciudad y que afirmaban haber conservado sus restos mortales hasta ¡seiscientos años después! Pero, si eso era cierto o no, poco importaba ya, pues en la mente de las gentes reggianas, Próspero y Gioconda habían sido tan reales como la vida misma. La tradición manda.

Cuando el monasterio benedictino se trasladó puertas adentro de la ciudad, los monjes se llevaron también con ellos las urnas que, supuestamente, contenían los restos de Próspero y Gioconda, aunque más adelante aquellos recipientes siguieron caminos distintos. Eso explica por qué la urna funeraria de Gioconda está hoy en la iglesia de San Pietro, mientras que la urna con los restos de Próspero se encuentra en la basílica de San Próspero, ambas visibles debajo de sus respectivos altares mayores. Otro tema es lo que había dentro, pero antes vamos a ocuparnos de cómo se imaginaron a Gioconda los antiguos.

Virgen del Lirio, con san Pedro, santa Gioconda y ángeles (detalle, 1639), de Giovanni Andrea Donducci. Iglesia de San Pietro, Reggio Emilia.

En San Pietro hay un gigantesco cuadro donde Gioconda aparece nada menos que al lado de Pedro el Pescador, hasta ese punto la apreciaban los reggianos en el siglo XVII, cuando la pintaron con esas compañías. Por suerte, nos habíamos documentado antes de entrar allí, porque un buen hombre, voluntario encargado entre otras tareas de alinear los bancos al milímetro, desconocía que tuvieran una imagen de Gioconda.

Santa Gioconda, escultura atribuida a Nicola Sampolo (siglo XVII), sobre la puerta lateral del coro de la basílica de San Próspero (“¡¡Niente di Gioconda, qui‼”), en Reggio Emilia.

Pero aquello no fue nada comparado con la reacción de un personaje con aire siniestro que se había parapetado en la bancada del coro de la basílica de San Próspero. Después de rogarle que se acercara porque una valla nos impedía aproximarnos a él, y una vez le preguntamos por Gioconda, soltó: “¡¡Niente di Gioconda, qui‼”. ¡Vaya susto! Un poco más y se nos cae encima una escultura de la susodicha que había allí mismo, en una entrada lateral del coro. Por no hablar de dos cuadros que se conservan en la sacristía y que, por supuesto, no nos dejó ver.

En 2010 los restos de Gioconda fueron exhumados para que una arqueóloga y antropóloga forense los estudiara y determinara si eran auténticos. Los resultados de ese análisis científico, diez años después, no han sido revelados, a pesar de que la operación se anunció a bombo y platillo. ¿Será que sus huesos no eran del siglo V?

Restos óseos de Gioconda, exhumados en 2010 en Reggio Emilia para su análisis y datación científico-forense.

Lo que ignoraban en Reggio Emilia es que Gioconda no estaba entera en su urna: le faltaba, como mínimo, un huesecillo que llegó como reliquia a la iglesia de Santa María de Bujarrabal en 1671 y que fue el detonante para que a Gioconda, castellanizada como Yocunda, Yucunda o Iucunda (que de las tres formas se ha escrito tradicionalmente), se la erigiera en patrona del pueblo. Al año siguiente, una pareja de Bujarrabal llamó “Iucunda” a una hija, pero el nombre no debió tener mucha aceptación —y con razón, por su rareza— porque hasta 1702 no volvió a aparecer en el libro de bautismos.

E incluso, según contaban los mayores de Bujarrabal, era tan desconocida Yocunda hasta hace bien poco que los curas se pensaban que se trataba de Catalina, la santa que tiene adjudicado también el día 25 de noviembre, ya que la otra no aparece en ningún calendario.

Santa Yocunda (siglo XVIII), imagen conservada en la iglesia de Bujarrabal.

En fin, el viaje a Reggio Emilia no fue definitivo para averiguar algo inédito de Gioconda, pero pudimos añadir a su historial unas cuantas anécdotas y algunas de sus otras “caras”. Todo eso no nos sirvió para certificar nada sino más bien para acentuar su confusa y popular leyenda, que en definitiva era lo que más nos interesaba.

 

Viñeta

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