Es lógico pensar que es una suerte inmensa debutar en la sala Clamores – una de las más prestigiosas del circuito madrileño – sin tener previamente editado un buen disco que vender, sin llevar a las espaldas un exitoso currículo de proyectos previos, o sin ser apadrinado por alguna importante figura del panorama musical. Yo creo que la suerte, en primer lugar, la tuvimos quienes pudimos disfrutar el pasado San Isidro de un concierto magistral, que concentró en tan sólo una hora, de la forma más sutil posible, tantísimas emociones y sentimientos: hay quienes consideramos que la música, la buena música, posee un poder sanador inigualable, y lo cierto es que el recital que nos regaló De a dos el 15 de mayo, fue una sesión terapéutica sin par. En segundo lugar, fue la sala Clamores la afortunada, que con muy buen criterio, acertó a abrir sus puertas a las canciones desnudas de Javier Villaverde Y Mari Carmen Hernando y lograr así un lleno que mucho me temo no veían desde hacía tiempo, y aún menos en un primer pase a las ocho de la tarde.
Y es que la propuesta de Javi y Mari es una propuesta singular y necesaria. Acostumbrados como estamos en el panorama musical a voces desmedidas que intentan con cada nota escalar algún everest, de instrumentistas virtuosísimos devotos del más difícil todavía, de fusiones cada vez más insólitas y arriesgadas que luchan desesperadamente por captar nuestra atención en un mundo saturado de ofertas que sigue la extraña lógica olímpica del más alto, más fuerte, más rápido, De a dos apuesta, como los grandes de verdad, por la sencillez casi imposible, por un minimalismo contenido de canciones soberbias de raíz popular que forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones. Una apuesta arriesgada, sin duda, pero un acierto total. Eso es en verdad lo más difícil: hacer que tantísimo parezca tan poco, y conseguir con lo mínimo lo máximo.
Por eso no es de extrañar que tantos amigos y conocidos se desplazasen a la capital – incluso fletando un autobús - a darse el lujo de escuchar y ver a sus paisanos. Porque lo extraño es ese amor por la buena música que se respira en esta villa y que tanto sorprende a quien viniendo de fuera – como es mi caso – se encuentra lo que no esperaba encontrar; buena música y melómanos por todos lados. Será ese silencio mágico que es lo primero que enamora a alguien que se ha criado en el tumulto de una metrópoli y llega a este hermoso lugar. Pero no puede ser la única explicación. Que gente de tan diversas edades acuda con tanto entusiasmo a escuchar boleros, landós, valsecitos, y todos esos ritmos que Javi y Mari ejecutan con ese raro preciosismo y esa emoción a flor de piel, es, a mis ojos, milagroso, y sin embargo, tan comprensible.
Imagino que de una crítica se espera que no sólo cante las alabanzas, sino que también señale los defectos - sobre todo si el crítico no quiere pasar por mero adulador. Correré el riesgo de parecerlo aunque aquí no he hecho nada más que decir sinceramente lo que pienso y siento; es más, el pudor me hace guardarme muchos de los piropos que de natural soltaría a una voz y a una guitarra insólitas que tengo la inmensa suerte de escuchar con relativa frecuencia. ¿Es que acaso no podían hacerlo mejor? Seguro, y lo harán; lo hacen a cada momento. Vaya usted a saber cómo. Yo no soy vidente, y por eso no les puedo augurar un brillante futuro, pero si no lo tuvieran, sólo saldríamos perdiendo quienes amamos de veras la buena música. Por mi parte, intentaré escucharles en toda ocasión que me sea posible. Como dije al comienzo, la música es curativa, y De a dos son una gran medicina.
Fernando Orozco Jabato
CULTURA
De a dos en Clamores
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