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Después de los cincuenta
a uno le deberían regalar la potestad
de parar relojes o madurar cerezas
(Mariano Crespo Martínez)

Es entonces cuando se nos ocurre
la idea peregrina de crear inventarios
de todo lo vivido
y de lo que ha quedado sin hacer.

Sabemos que no hay tiempo, sin embargo
seguimos esperando absurdamente
quién sabe qué entelequias.

Y, como a Gil de Biedma, nos coge ese deseo
de vivir. A deshora.

Y el espejo se ríe en nuestra cara,
sin compasión alguna,
de los rastros de vida que la cruzan
y del dolor que anuda nuestros huesos
demasiadas mañanas.

Es la contradicción entre unos cuerpos
que mueren poco a poco, y unas almas
heridas que no asumen,
no quieren aceptar
la interminable lista de derrotas.

Un cocktail explosivo de tristeza,
de desazón, de miedo,
y prisa por quemar unos cartuchos
acaso ya inservibles, tan mojados.

Viñeta

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