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De pensarlo ya casi te cansas. Vamos a una velocidad por la vida que apenas queda tiempo para coger aire y reflexionar sobre lo que nos está pasando. Asistimos a un bombardeo tan frenético de informaciones muchas veces contradictorias que cada vez cuesta más asimilar lo que realmente ocurre en el mundo e incluso a nuestro lado. Los cambios sociales y tecnológicos son tan rápidos que difícilmente podemos apreciar las ventajas e inconvenientes de lo que hasta hace un momento te parecía muy novedoso y dos días más tarde ya está viejo y superado. En medio de este sinvivir, lo mejor será tomarnos un respiro y valorar si merece la pena correr tanto.

Cuando yo empecé a trabajar en el “Diario Ya”, a principio de los ochenta, recuerdo perfectamente la tranquilidad que aquella noticia provocó en el entorno familiar. No era para menos. El desaparecido periódico, propiedad de Editorial Católica, era entonces el más vendido de Madrid y creo que el segundo de mayor difusión en España. El “Ya” les parecía a mis padres una apuesta segura, aunque tampoco había estado mal la experiencia vivida anteriormente en los diarios provinciales “Guadalajara. Diario de la Mañana” y “La Prensa Alcarreña”, al lado de profesionales tan pintorescos como Javier Almenara o Pedro Lahorascala.

El salto a la prensa nacional, no cabe duda, era como ascender de categoría. Como entrar en el Ibex de la información impresa. La mejor definición del diario que gestionaban los Obispos, tan popular por su sección de  huecograbado – magistrales los pies de fotos de Manuel Alcántara -  como por sus interminables páginas de anuncios por palabras, me la dio mi padre, Julio, después de leer emocionado uno de mis primeros artículos firmados en el “Ya”: “este es un periódico de toda la vida”.  Luego, creo que hizo algunas otras consideraciones sobre la solidez de la empresa, felicitándose por la estabilidad laboral que supuestamente tendría su hijo a partir de ese momento.

Pues bien, el “Ya” de toda la vida se malvendió unos años después al Grupo Correo y cerró definitivamente en 1997, tras una última etapa de precariedades y turbulencias varias. Diez años después de que yo me hubiera ido como redactor jefe a una nueva publicación,  “El Suplemento Semanal”, que se sigue distribuyendo los domingos bajo la nueva cabecera de “XL Semanal” con ABC y periódicos regionales. Mi padre no podía creerse la defunción del diario “de toda la vida” en el que había empezado su hijo.

Pero como tampoco podría creerse ahora, si estuviera todavía con nosotros, que los periódicos de papel atraviesan una situación económica muy delicada o que ya no es necesario comprarlos en el kiosco, sino que puedes leerlos en la pantalla de un ordenador o de un teléfono móvil. Basta con entrar en Internet, suscribirte a “Kiosco y Más” o bajarse la app correspondiente.

Los cambios vertiginosos que se están produciendo en el mundo de las redes sociales y de las comunicaciones son difíciles de asimilar, salvo para quienes han nacido ya en la sociedad de las nuevas tecnologías, con un teléfono móvil entre los brazos, con la mirada puesta en una pantalla y con las yemas de los dedos desgastadas de tanto darle al mando a distancia.

Me parece muy bien. Hay que adaptarse a las nuevas herramientas, siempre que sirvan para mejorar nuestra calidad de vida, pero sin tirar por tierra las satisfacciones que proporcionan otras formas de comunicación tradicionales.

El nerviosismo y la ansiedad son algunas de las consecuencias más evidentes que pueden observarse en el comportamiento de quienes pasan demasiado tiempo - niños y mayores – wasapeando, tuiteando o navegando por la red. Todo va muy deprisa, como decía al principio, y la respuesta a un comentario colgado en Twitter o en Facebook parece que tiene que ser inmediata, sin margen para la reflexión y la calma. Como si de una descarga eléctrica de ocurrencias se tratara. Como si la opinión, siempre a favor o en contra, sin matices que valgan, de cualquier descerebrado tuviera transcendencia. También  es verdad que los 140 caracteres que permite Twitter son más que suficientes para expresar todo lo que tienen algunos dentro de la cabeza.

Hace poco, tras la muerte de Miguel de la Quadra-Salcedo, alguien recordaba que los reportajes del legendario reportero por el Amazonas salían publicados meses después en el periódico “Ya”. Hasta que no regresara a España, De la Quadra-Salcedo no tenía posibilidad de compartir con los lectores las experiencias que estaba viviendo. Pero, lo más curioso del caso es que tampoco pasaba nada. La inmediatez no era el objetivo primordial, al menos en los medios escritos, sino contar bien la historia.

Hace algún tiempo – lo recuerdo con cierta frecuencia – me sorprendió gratamente una viñeta de El Roto en “El País” en la que se veía a un señor sentado en su despacho y al subordinado de turno que le preguntaba: “¿Qué hay que hacer Sr. Ministro?”. La respuesta inmediata del preboste no tiene  desperdicio: “Nada, pero deprisa”.

Y así vamos, un poco, como pollos sin cabeza, aprovechando cualquier momento o circunstancia para comunicarnos por la red y por el móvil, sin decirnos realmente nada. En vez de mirarnos a la cara y dialogar sobre cualquier asunto de interés, soltamos cuatro improperios y nos quedamos tan panchos. Intercambiamos mensajes y más mensajes, millones de mensajes, que encima se van multiplicando hasta formar una humareda tan dañina o más que la de los neumáticos de Seseña.

Javier del Castillo

Director de Comunicación de Atresmedia Radio

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