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En medio de la pandemia y el consiguiente estado de alarma, hemos ido viviendo los cambios de fase en cada Comunidad Autónoma, como buenamente se ha podido. En Madrid, para que negarlo, bastante fastidiado. De manera que tampoco en esta ocasión, hay forma de que escriba algo de título más optimista.

Los negacionismos no son cosa de ahora. Que la tierra sea redonda, que haya existido el Holocausto o que tengamos encima una crisis climática, solo por nombrar algunos.

Ahí hemos tenido a nuestro querido Trump y sus peculiares recomendaciones. A Bolsonaro, anunciando su inmunidad al colonavirus  porque él es un atleta, al presidente de Méjico que animaba a salir a restaurantes y demás, a Boris Johnson que recomendaba para su país la “inmunidad colectiva”. Los resultados de esas ocurrencias son por todos conocidos. En el entorno de Europa y en España, las opiniones han sido para todos los gustos. Hace unos días, el presidente de la universidad católica de Murcia hacía unas declaraciones, hablando de esclavos de satanás y de conspiraciones.

En las redes sociales, han circulado distintas teorías sobre científicos que han soltado virus modificados en laboratorios para destruir la humanidad, y otras en esa línea. Han proliferado gurús de toda índole y visionarios que tenían la solución.

Imagen de la gripe española de 1918-1920.

Los sentimientos de angustia y ansiedad, al igual que el miedo, son respuestas posibles a situaciones de incertidumbre como la actual, ante algo que es vivido como un peligro. Miedo al contagio, a perder el empleo, a perder la vivienda. Lo paradójico del miedo es que también puede salvar.

El miedo guarda la viña, dice el refrán. Pero también puede ser vivido como cobardía moral. ¿Por qué habría que ocultar el miedo como algo vergonzoso?

La incertidumbre que nos acompaña en esta época de pandemia, en que epidemiólogos prestigiosos a nivel internacional, muestran sus dudas, propician que esta situación traumática colectiva, se viva individualmente de muy diferente forma. Están los que siguen sin salir de casa desde antes del mes de marzo, hasta los que son inmunes al miedo y, en el día a día, andan rivalizando con el virus y poniéndose en riesgo.

¿Cómo interpretar todos estos comportamientos? ¿Qué podemos aprender de lo que está ocurriendo?

Entre la reflexión y la ignorancia hay un amplio campo, y algunas investigaciones pueden ayudarnos.

Es la era de la globalización, los viajes largos duran horas, y es muy fácil la extensión de un contagio por el movimiento rápido y frecuente de unas zonas a otras. Pestes hubo siempre. Historiadores estudiosos de la Edad Antigua, al referirse a la peste antonina, sostienen que ya en el siglo I, la peste tuvo lugar por los desplazamientos que hacían las legiones romanas a las distintas provincias del imperio.

En ciencia, María  Blasco, doctora en Bioquímica y Biología Molecular, nos dice que el lenguaje bélico no es el adecuado, y afirma sin dudarlo, ¡no son guerras, son virus! Los ejércitos no van a parar el virus porque no se trata de una guerra, sino de una cuestión de salud. Poco después de los primeros casos, científicos chinos fueron los primeros en averiguar el material genético del virus. Y en cuestión de semanas se descubrió cómo infectaba este virus las células humanas. Un científico puede más que mil soldados, afirma.

Ester Pascua, investigadora medievalista, al tratar sobre la peste negra del siglo XIV, habla de las danzas de la muerte, pero también del miedo y del control social, del dolor, de la incertidumbre y de la inquietud sobre el futuro. De las consecuencias políticas, culturales, económicas y la caída demográfica. Dice que aceleró procesos que ya venían del siglo XIII, es decir que provocó cambios, como los que presumimos tendrán lugar en el siglo XXI actual.

Igualmente ocurrió con la pandemia de gripe de 1918 que mató a unos 50 millones de personas en todo el mundo. Fue a partir de entonces, cuando se comenzó a ver la importancia de contar con unos buenos servicios de salud.

Estas cuestiones sobre lo sucedido en otras épocas, están vigentes en este momento,  y es algo que se repite en los planteamientos de los investigadores.

Es muy cierto que algunos cambios perdurarán, no otros. Incluso costumbres cotidianas en la mesa como usar cubiertos, platos y vaso propio, se implantaron después de epidemias.

Los brotes recientes en distintos países, el nuestro incluido (cuando escribo estas líneas hay once brotes en España), transmiten no sólo incertidumbres, sino inseguridad en cuestiones de salud, pero también en lo social y en lo económico.

La expresión “nueva normalidad”, se ha instalado en los últimos días, igual que hace no tanto se hablaba de ruedas de prensa diarias, estado de alarma o las fases tal o cual. Ahora se apela a la responsabilidad personal, cuando se ven playas abarrotadas o fiestas multitudinarias, sin protección y sin distancia. Actitudes que conviven con las de quienes, ante esas situaciones, temen los contagios. El personal sanitario declara tener miedo a que esos comportamientos tengan consecuencias. Parece por tanto, que estos temores no están fuera de lugar. Somos frágiles y vulnerables. Son frágiles no solo nuestros cuerpos, y los sentimientos de tristeza, angustia y preocupación están presentes porque la fragilidad emocional, que nos hace vulnerables, forma parte de la condición humana.

En lo individual, los recursos que cada uno tiene para afrontar situaciones graves, son siempre singulares, salir a una playa, aunque este año sean “playas vigiladas”, es la opción de algunos. El cine, la literatura, el humor, el arte..., son un bálsamo en cualquier circunstancia, en épocas de bonanza un placer, y gran ayuda en tiempos adversos.

Carmen Peces

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