Bastantes años después, junto al andén, me pregunto por el riesgo que entrañaba cruzar cada día las vías del tren y subir por aquellas empinadas escaleras de madera para llegar a la casa cuartel donde residían. La estación había sido un lugar familiar para mí. El vértice donde se daban cita los autobuses que llegaban desde Burgo de Osma y Atienza y los trenes que hacían parada en sus recorridos hacia Guadalajara y Madrid, o con destino a Soria, Pamplona, Zaragoza y Barcelona. Era aquella estación de ferrocarril la encrucijada en la que confluían los sueños y los viajes a un futuro muchas veces incierto, pero siempre ilusionante.
Estación de ferrocarril de Sigüenza. Al fondo, antiguo cuartel de la Guardia Civil
Junto a este escenario de encuentros y despedidas, en el que la gente esperaba sentada en los bancos de madera al próximo tren o hacía tiempo en la cantina alrededor de sus mesas de formica, se inicia este recorrido por el tiempo. Sin mascarillas, por supuesto, y sin miedo a los abrazos con nuestros seres queridos. Las pandemias eran historias de otros tiempos lejanos. La gripe española de 1918, de la que alguna vez oí hablar a un tío mío muy mayor que había luchado en la guerra de Cuba, formaba parte de una época felizmente superada. Ahora, a finales de los años sesenta, gracias a las vacunas, apenas preocupaba el sarampión, la varicela, la tosferina y los sabañones que llegaban con el frío. Las miradas y las ilusiones estaban puestas en la España del desarrollo y el progreso.
La memoria es frágil y los recuerdos se diluyen con el paso del tiempo, pero intentaré recrear algunos de aquellos escenarios de la infancia, especialmente los que, a pesar de su desaparición, han dejado en mí alguna huella. Otros lugares permanecen como estaban y algunos más se han transformado para adaptarse a los nuevos tiempos. Las ciudades también viajan y se acomodan a las vicisitudes y a los cambios sociales que se producen en ellas.
La estación de ferrocarril, ahora sin apenas trenes y sin hijos de guardias civiles cruzando las vías, es un ejemplo de la transformación a la que me refiero. Al bajar del coche de línea o del Ferrobús, y nada más tomar contacto con Sigüenza, el viajero podía reanudar la marcha, el viajero podía dejar el equipaje en la trastienda del local y tomarse un vino con sifón, un vermut de grifo, una gaseosa Segontia, una copa de aguardiente o un café con leche en el Bar La Abuela o en el Burgalés, que estaban al otro lado de la carretera.
Otro bar con historia es el Sánchez, con Manuel y Javier empeñados en mantener e incluso superar el listón tan alto que les dejó su padre
También al pie de la estación se encontraba el almacén de vinos y licores de Agapito. Más adelante, cambiando de acera, podías hacer una inmersión – como se dice ahora – en los ultramarinos de Eugenio Martínez. En esa tienda de comestibles, donde desde hace unos años se encuentra la residencia de mayores Alameda, mi madre hacía algunas compras antes de regresar al pueblo y los dependientes vestían una bata gris que era el uniforme habitual en los comercios de entonces.
Inauguración del Miaga. Diciembre de 1965. De "Tiendas de Sigüenza". Juan Carlos García Muela. 2009
Después de cruzar el río Henares, dejando a la izquierda la Alameda, muy cerca de la entrada a la Urbanización Parque Jardín, teníamos una cita obligada: el taller de bicicletas y neumáticos Mínguez. Padre de una familia numerosa muy querida por mis padres, se veían con frecuencia y de esa amistad me aprovechaba yo cuando tenía algún pinchazo. También recuerdo, como empresa familiar de referencia en esa misma calle, la fábrica de gaseosas Segontia, propiedad de Carlos Arjona, al que muchos años después vería emocionarse en unas jornadas sobre la guerra civil al recordar algunos episodios de aquella contienda.
También eran una referencia, en este caso de la hostelería seguntina, el Bar Motor, el Moderno (más conocido por El Pecas), el Miaga, el Manolo (ahora El Fielato), el Capitol y las tabernas de El Damián, El Paniagua o La Marina. Sin olvidar, por supuesto, los Salones Florida o las nuevas cafeterías, Sales y París, que abrieron unos años después en la calle Humilladero y Cardenal Mendoza, respectivamente. Nos parecían todo un lujo. Otro bar con historia y que permanece vivo gracias a los descendientes que heredaron la vocación de sus progenitores es el Sánchez, con Manuel y Javier empeñados en mantener e incluso superar el listón tan alto que les dejó su padre.
Supermercado de José Pérez. De "Tiendas de Sigüenza". Juan Carlos García Muela. 2009.
Las tiendas, los bares y los locales públicos de finales de los años 60 y principios de los 70 eran mucho más grandes y cautivadores para los ojos de un adolescente. Los escaparates iluminados de algunos comercios le daban un brillo especial a nuestra propia existencia. Nos parábamos delante de ellos y nos retocábamos el flequillo, mientras vigilábamos la acera de enfrente.
El gran comercio, las tiendas con esos escaparates que utilizábamos de espejos, se concentraban, como por otra parte sigue ocurriendo ahora, entre las calles Humilladero y Cardenal Mendoza. Todas las tiendas tenían su importancia, pero yo recuerdo que de niño tenía debilidad por el supermercado de José Pérez, porque siempre caía algún caramelo al bolsillo y por la cantidad de productos que me llamaban la atención cuando me paraba delante de aquellos cristales.
Cartel de Almacenes Robisco que aún se puede ver junto a la Estación
Almacenes Robisco me parecía un anticipo de los almacenes que comenzaban a inaugurarse en las grandes ciudades
Uno de los comercios importantes desaparecidos, que recuerdo haber recorrido entre cortinas y telares, era el de los Almacenes Robisco. Respetando las distancias, y pese a no tener escaleras eléctricas para subir desde el sótano hasta el piso de arriba, me parecía un anticipo de los almacenes de ropa que comenzaban a inaugurarse en las grandes ciudades. Junto a la “esquina de los vagos” destacaba también la zapatería Hurtado, la frutería Hernández del bueno de Aquilino, la fábrica y tienda de calzado Carrasco y, cómo no, los Almacenes Álvarez, donde podía comprarse todo tipo de ropa, con una amplia oferta de equipación para los trabajadores del campo.
En esa misma acera, haciendo esquina con la calle Seminario, se encontraba la tienda y relojería Tizón, con un gran reloj en la pared que ha marcado y seguirá marcando las horas de muchas generaciones de seguntinos. Un poco más arriba estaba también la Amuebladora Alcarreña y la tienda de frutas y verduras de Serapio Miño. Casi enfrente, había otros dos estrablecimientos de referencia: la droguería y perfumería de los hermanos Olmeda y la tienda de regalos y fotografía de Felipe Doménech.
Pero antes de seguir por Cardenal Mendoza, conviene volver a la calle del Humilladero y recordar tiendas tan emblemáticas como la Sastrería Granada; los Olmedas de abajo, con sus artículos para el hogar y sus aperos de pesca y caza; o la carnicería Juan Riosalido, que hasta hace poco tiempo todavía despachaba. Otra referencia de aquellos años fue la papelería Estela y las imprentas Vox y Rodrigo – en la calle Seminario y calle Medina, respectivamente - donde llevaba a encuadernar algunos trabajos. El olor a tinta y a pegamento lo lleva uno desde entonces casi grabado.
Para los más golosos, es obligado hacer una referencia –y hasta un pequeño homenaje- a las pastelerías Las Delicias y Tobajas, con esas hermanas encantadoras que todavía cuelgan sus mantillas al paso de las procesiones de Semana Santa (ahora suspendidas) y encienden farolillos blancos en sus balcones durante las Fiestas de San Roque (que esperemos puedan este verano celebrarse). Sin olvidar tampoco los utensilios y menaje de cocina que despachaba en su tienda el padre de Juan Carlos García Muela.
Y, puestos a recordar, les confesaré que guardo todavía en mi memoria olfativa el aroma del pan recién horneado en la Panadería Ibáñez y el olor de las magdalenas que preparaba allí mi madre, cuando vivíamos junto a la Fuente de los Cuatro Caños.
Nota: La frágil memoria de quien suscribe será la única culpable del olvido de otros escenarios que ya no existen y que tendría que haber destacado.
Javier del Castillo