En el fin de semana 23-25 de enero, tuvo lugar una convención del partido en el gobierno en la que de una u otra forma se rigió por la siguiente agenda: 1º.– Sesión de auto complacencia. 2º.– Ataque a Podemos. 3º.– Breve referencia a la corrupción.
Puede parecer extraño que en la precaria situación de este país alguien pueda estar satisfecho e incluso ufano, pero así se mostraron los dirigentes que subieron al estrado. Manejando estadísticas de manera muy discutible pretendieron mostrar que estamos llegando al nivel más alto que se puede alcanzar e incluso que en algún sentido tenemos que servir de ejemplo a la Unión Europea.
Puede hacerse un símil entre lo realizado en España en estos últimos años y una situación lacerante que, desgraciadamente, se da; el segundo término de la comparación va a ser una familia que se ve reducida de medios; el gestor de esta familia al encontrarse con dificultades maniobra para superarlas, y puede que aplique la siguiente vía: en un primer momento suprime el postre de los hijos –cuestión que produce un pequeño alivio en la economía domestica, pero tan pequeño que no es suficiente–.
Un segundo paso es acortar la tasa de pasta del plato principal, al que tiene que seguir recortes en educación y medicinas, y con toda esta panoplia llega el momento de que el ahorro obtenido es suficiente para que el pater familia pueda volver a tomar sus cervecitas.
Desde luego el símil es tan real, que no parece necesario insistir en detalles; pero uno de ellos es su amoralidad. Sí es necesario poner en evidencia que no es preciso contar con economistas para sacar adelante el engendro que se ha descrito, y que estar satisfecho de la maniobra y del resultado es verdaderamente aberrante.
Si de todo lo que puede presumir el PP es de haber dejado sin postre a los niños españoles no es para pedir medallas; es más oportuno avergonzarse
