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Incertidumbre, pacto, acuerdo, renovación, autocrítica…, son algunas de las palabras que más se vienen repitiendo desde la medianoche del día 24 de mayo. Las elecciones municipales y autonómicas han provocado un vuelco en el mapa político español. El batacazo de unos, la recuperación de poder por parte de otros y la irrupción de nuevas formaciones y plataformas políticas nos sitúan ante una nueva realidad –la que han querido los ciudadanos– difícil de asimilar de forma apresurada. Me parece una temeridad querer sacar conclusiones al día siguiente de conocerse los resultados.

Como le escuché decir después del 24-M a un veterano político que intentaba sobreponerse a la derrota, “los toreros mayores necesitamos darle un poquito más de distancia al toro, porque, si no, nos lleva por delante”. El problema es que el tiempo apremia y cada vez se acortan más las distancias.

Estamos ante un nuevo ciclo, ante un cambio profundo en la vida política española. Empieza una etapa complicada, en la que los pactos pueden servir para desalojar al actual partido del Gobierno de feudos que parecían inexpugnables, a la vez que sus adversarios recuperan algunas comunidades y ayuntamiento perdidos. También veremos pronto actuar a una nueva hornada de políticos, sin experiencia, pero con un discurso atractivo que deberán  refrendar en el día a día con los hechos.

Dentro del nuevo reparto de poder, sin alejarnos de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal ha sido la más damnificada, en su doble condición de presidenta autonómica y de secretaria general del Partido Popular. Le ha faltado solo un escaño para la mayoría absoluta y  encima tiene que soportar los reproches de algunos barones del PP, que han encontrado en ella y en el gobierno de Mariano Rajoy los chivos expiatorios para sus lamentables  resultados. Mejor sería que se hicieran autocrítica, en lugar de culpar a los que hasta hace apenas unas semanas eran sus líderes incuestionables.  

Rajoy, Cospedal y lo que ustedes quieran, pero la causa de los males del PP es mucho más compleja de lo que parece. Como les recordaba el día de San Isidro a los alumnos que asistieron a la clase inaugural del curso de Periodismo de la Primavera Universitaria, el ciudadano español acumula argumentos suficientes para mostrarse desconfiado, y los medios de comunicación apenas influyen en el voto, como ocurría hasta hace algunos años.

Es muy fácil, por otra parte, hacer valoraciones a toro pasado. En los últimos días o semanas, muchos dirigentes del PP han calificado de error el mensaje de la recuperación económica. Por una razón de peso: los buenos indicadores macroeconómicos no han permeabilizado la economía doméstica y  sus efectos siguen sin ser percibidos por millones de familias. Sin embargo, esos mismos dirigentes no se cansaron de repetir la cantinela de que el gobierno de Mariano Rajoy ha sacado a España de la crisis. ¿En qué quedamos?

Lo mismo podría decirse de quienes esgrimen la poca contundencia en la lucha contra la corrupción o la falta de renovación generacional. ¿Acaso no han podido ser más vigilantes y contundentes ellos, en sus comunidades? ¿Cómo puede quejarse, por poner sólo un ejemplo, la derrotada Esperanza Aguirre, si uno de sus hombres de confianza está ahora en la cárcel? ¿Y dónde estaba Alberto Fabra mientras el presidente de la diputación valenciana contaba en el coche los fajos de billetes? ¿Por qué miran ahora para otro lado?

La derrota del PP, pese a seguir siendo el partido más votado en las últimas elecciones, puede estar motivada por algunas de las razones expuestas, pero quizás la más decisiva sea la que ha puesto sobre la mesa la dirigente aragonesa Luisa Fernanda Rudi: “la marca PP causa hoy rechazo”. No basta con la eficacia en la gestión. Hay que ser mucho más cercano. Se pueden perder elecciones –y de eso sabían bastante Adolfo Suárez o Felipe González– por caer antipáticos. Y, sobre todo, por tomar desde el Gobierno las medidas que se consideran más convenientes y oportunas, pero haciéndolo de  espaldas al ciudadano.

Lo cierto y verdad es que tanto el Partido Popular como el Partido Socialista –aunque el descalabro de los primeros disimule mejor los malos resultados de los segundos– comienzan a tambalearse. Las desgracias nunca vienen solas, pero ahí siguen ellos erre que erre y vuelta con la burra al trigo, mientras los recién llegados toman posiciones y preparan el siguiente asalto.

¿Qué ha pasado en Castilla-La Mancha? Pues lo mismo que ha pasado en Extremadura, en Madrid o en la Comunidad Valenciana. En Castilla-La Mancha no se pueden poner como excusas pactos anti natura, ni grandes escándalos de corrupción, pero probablemente a María Dolores de Cospedal le ha faltado lo que decía anteriormente: proximidad y cercanía, además de una mayor capacidad para convencer a los ciudadanos de esta región de la necesidad de sus recortes.

Nadie le podrá negar a Cospedal el mérito de ser la dirigente popular que consiguió desalojar por primera vez y durante cuatro años al Partido Socialista de su feudo castellano-manchego, después de 29 años gobernando. Nadie le podrá decir que no lo ha intentado con ahínco ganar la mayoría suficiente de nuevo.

Lo más importante ahora es saber si Emiliano García-Paje convencerá a Podemos de que la economía requiere confianza y que el bienestar de los ciudadanos de Castilla-La Mancha es lo primero.

¿Qué me parece el resultado de Sigüenza? Pues ni bien ni mal. Más de lo mismo.

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