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trabajando2 reducEntrevista al tatuador y grafitero Carlos Beitia

Sigüenza siempre ha contado con pintores, diseñadores y otro tipo de artistas, a veces inclasificables, entre sus habitantes. Desde que se afincó en el “extrarradio” de Sigüenza el diseñador Carlos Beitia, y más aún desde que montó su estudio del tatuaje, tenemos aquí una ventana abierta hacia el “arte callejero”. Es lo que en el mundo globalizado se llama “street-art” propio de grandes ciudades y de tribus urbanas: tatuaje, piercing, graffiti... Aunque Sigüenza no es precisamente una ciudad grande…

Carlos, ¿cómo decidiste venir a vivir a Sigüenza?
En Madrid vivía de alquiler y llegó un momento que decidí comprar una casa. Como me dedicaba al diseño gráfico me daba igual dónde vivir, lo que quería era salir del centro. Y aquí encontré la casa.

¿Conocías antes Sigüenza?
De niño venía con amigos de acampada a Pelegrina. Pero nada más.

¿Qué buscaste? ¿Tranquilidad? ¿Naturaleza?
La vida tranquila. Tener perros, en Madrid tener perros es un poco complicado… Quitarme de esa vorágine de locura.
De los veinte a los treinta años tuve una época de trabajo que fue brutal. Creé con un socio una empresa de diseño… Montamos la empresa para ir tirando y de repente nos encontramos con 12 empleados…  Muchos años de trabajo muy fuerte, sin vacaciones ni fines de semana… Me dije: no quiero más. Me hice freelance y me fui de Madrid.

¿Fue antes de la crisis?
Bastante antes, en 2003.

Hace un año y medio montaste aquí un estudio de tatuaje, “Pow tattoo”…
El diseño con la crisis fue hacia abajo y por otro lado el tatuaje siempre me ha gustado y me iba enganchando cada vez más. He abierto el estudio viendo que hay un hueco en el mercado.
Tal y como está el tema del trabajo, es una alternativa en la que piensa cada vez más gente, montar su propia historia…
Por supuesto. Siempre me enorgulleció no tener jefe. Con 13-14 años ya pintaba cosas con aerógrafo… cascos de motos, depósitos. Luego empecé con mis amigos a pintar locales. Así poquito a poco, hasta que salí de la Escuela de Artes y Oficios y monté un estudio de diseño.

Dices que tu empresa de diseño superó las expectativas… ¿Cuál, para ti, es la clave del éxito?
Hacer las cosas de corazón, no por intentar conseguir dinero. Allí está el truco. Nosotros, por ejemplo, fuimos dejando nuestro trabajo, el diseño, para encargarnos de la empresa, y eso ya no me gustaba. All final nos compró una agencia multinacional. Y allí estalló. Porque una vez que entras en una multinacional te conviertes en una marioneta. Y te dices: ¿dónde estoy? Me fui también por eso.

Mucha gente asocia el tatuaje con el mundo marginal, carcelario…
En España tenemos muy poca cultura de tatuaje. Pero en muchos países el tatuaje es algo normal… Se trata de abrir un poco la mente. Si no enseñas cosas nuevas, la gente por sí misma no investiga, está con lo de siempre y allí se queda.
Es tu cuerpo, tu propio cuerpo, tu piel, y tú la puedes decorar.

¿Duele hacer el tatuaje?
Esa es la típica pregunta. Duele un poquito. Pero todo el mundo que se inicia luego tiene “mono”. Es un dolor que engancha, no sé… Y hay gente que ha llegado al tope y se sigue metiendo la tinta. Ya están negros.

Y se puede quitar luego, ¿no?
Sí, pero se supone que si tú te tatúas, no es para poder quitártelo. Para esto te compras un abrigo.

¿Vienen con sus diseños o los haces tú?
Hay gente que lo tiene clarísimo y hay gente que tiene ideas, me las suelta y yo intento plasmarlas. Siempre estás en contacto con otra persona. Esto tiene magia.

¿El tatuaje se hace para uno mismo o para otros?
Normalmente es para ti. Son recuerdos de tu vida.
Puede ser un acto de rebeldía. Hay gente que con el tiempo dice: “Dios, ¡qué he hecho!” Cuando lo haces un poco a lo loco, por rabia… es otro concepto.
El tatuaje es una cultura y al final, si te metes mucho, una forma de vida. Al final casi se trata de una colección de dibujos de gente cuyo trabajo te gusta.
En el tatuaje también hay surrealismo, abstracción. Puedes imitar incluso pinceladas de acuarela…

Y tú ¿tienes tu propio estilo?
Me gusta adaptarme a lo que me piden. Pero hay cosas que me gustan más que otras. Me gusta mucho hacer letras, me gusta el estilo de los grabados antiguos…

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Otra faceta tuya son los graffiti…
Son cosas relacionadas. De hecho hay muchos grafiteros que se convirtieron en tatuadores. Yo llevo en el graffiti desde los 15 añitos. Empecé cuando esto empezó en España.

Has hecho cursos de graffiti en el centro para jóvenes “La Salamandra”…
Cuando me lo propusieron por primera vez, dije que no, que era un peligro. Porque Sigüenza es lo que es, una ciudad medieval, no hay muchos sitios donde se pude poner graffiti… A ver si luego vemos el castillo pintado… En dos cursos que al final hemos hecho, les dejé claro a los chavales lo que se puede hacer y lo que no se puede.

El graffiti, a veces, parece que lo hacen personas con traumas psíquicos… Poner tu nombre por todas partes…
Eso se llama “bombardeo” en graffiti… Es que el concepto de graffiti es muy amplio, va del vandalismo como es pintar trenes con gente dentro, hasta verdaderas obras colectivas.

Por ejemplo en Berlín –donde voy bastante– dejan pintar en las fachadas laterales de los edificios. Y hay turismo para ir a ver estos murales. Se empezó por pintar el muro de Berlín, y ha crecido.

¿Qué enseñas a los chicos?
Les enseño el proceso de hacer un grafiti. Y les dejo probar. “La Salamandra” toda está pintada por dentro. Propuse al Ayuntamiento pintar todo el lateral del “Capitol” que da al callejón pero no ha salido.

Podría ser interesante. Al fin y al cabo siempre se puede pintar luego por encima… De hecho si un día lo arreglan, tendrán que darle una cara nueva. Pero mientras estaría más bonito que ahora.

Además esto enseña a los niños un poco distinguir entre cosas bien hechas y bobadas.
Ese es el problema. Si no muestras lo de verdad ¿cómo van a saberlo?…

Yo conseguí por ejemplo que me dejaran la valla del campo de fútbol para pintar. Me junto con un par de chavales. Llevamos un buen trozo.
Mejor un muro con el grafiti que un muro gris. Estamos en un mundo gris. Por desgracia.

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Entrevista: Galina Lukiánina

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