Es de agradecer la iniciativa de la asociación cultural Sigüenz(A)rte que nos ha concedido la oportunidad de gozar este verano de cuatro muestras pictóricas en la ermita de San Roque muy diferentes entre sí. Teresa García y Máximo Robisco han recibido sendos homenajes con la exposición de una serie de su obra y que se antojan merecidos tras su fallecimiento.
Máximo Robisco. Foto de juventud.
Máximo Robisco, que vino al mundo en Luzón un 31 de julio a mediados de los años treinta del pasado siglo, se trasladó de niño a Sigüenza junto con la familia unos diez años después. En esta ciudad residió hasta su fallecimiento, a finales de julio de 2011. En el medio, estancias en Madrid y Paris, y entre las tres ciudades nace y se consagra una pasión creativa cuyo despertar arranca en la niñez, se da a conocer a partir de la adolescencia y se consagra en la juventud y la madurez. Robisco pronto se sintió cercano al grupo de artistas “El Paso”, cuyo manifiesto en el año 1957 concebía un arte vinculado a los signos de la época, renovador y moderno, que permitiera el libre desenvolvimiento del arte y del artista. Este grupo lo integraban entre otros Antonio Saura, Rafael Canogar, Manuel Millares y Martín Chirino, o críticos como Manuel Conde. Máximo no formó parte del grupo, aunque su influencia ideológica y artística es evidente, y él mismo se consideraba vinculado al movimiento. Pintor de base, tal vez lo que menos le importaba era vender cuadros, puesto que tal y como afirmó en una entrevista a El Afilador, “nunca me ha faltado para almorzar, pero no he tenido lujos de ningún tipo”. Su vida era la pintura, una aventura que conformó su existencia y que sentó sus bases en los contactos con artistas de la época en Madrid y Paris, junto con su amigo Antonio Pérez, también seguntino y artista. Autodidacta de libro, su pasión por la pintura la compartió con la de la literatura, que finalmente ha servido para dar a luz una biblioteca pública (“Biblioteca Máximo Robisco”) en su localidad natal.
Cuadros de la exposición homenaje en la Ermita de San Roque en el mes de agosto de 2020.
De su pintura oscura, distorsionada y expresiva destaca la gran colección de caras (“no son retratos, son caras”) que llenaban su domicilio, algunas de las cuales se han podido apreciar en la exposición. Reflejan, según explicaba él mismo, la realidad de la posguerra, época en que nació y se desarrolló su concepto artístico. Esos cuadros son “el fruto de una época”, que fue la que dio lugar, como queda dicho, al famoso grupo El Paso, que tanto influyó en su obra. En esas caras manifestaba el autor su libertad e independencia, desarrollando su imaginación en el rostro dibujado, lejos de cualquier identificación con el modelo. La viveza y fuerza de sus colores impregnan también sus creaciones más localistas, como los Donceles y la imagen de la Catedral seguntina reflejada al final de la calle Guadalajara.
Comprometido e implicado con las vanguardias, no le es ajena la influencia picassiana que arreció tras su estancia en París, perceptible sobre todo en esos rostros distorsionados e imaginativos y en el concepto que informa el cuadro
Máximo Robisco junto a su hermana Paula.
El resultado de la exposición es un viaje a través de su universo creador, tan poco expuesto hasta la fecha por su rechazo casi absoluto a las exposiciones públicas y al comercio de arte en general. De talante individualista y algo solitario, la pintura le proporcionaba la alegría y compañía necesarias al tiempo que le permitía hacer lo que siempre quiso y disfrutar del arte, las tertulias artísticas o las exposiciones de los autores que admiraba. Sigüenza rinde homenaje a uno de sus ciudadanos más meritorios y saca del anonimato a uno de los artistas más notables que han dado sus calles. Bienvenido sea.
Ignacio Jiménez
Fotos: Máximo con su hermana Paula; una foto del joven Máximo (centro); cuadros de su exposición de agosto en Sigüenza.