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Llegamos a Alcolea de las Peñas, un municipio localizado al norte de la provincia de Guadalajara, junto al límite con la vecina provincia de Soria. Nos sorprendió gratamente a los que no habíamos estado nunca, aparcamos en la amplia plaza con emblemáticos símbolos que conforman su arquitectura popular. Al lado de la fuente, hay una picota.

Casas colgantes en Alcolea.

Una gran casa levantada surge aprovechando el terreno rocoso del lugar, empezamos a comprender el porqué del nombre.  La iglesia parroquial de San Martín Obispo destaca por su aspecto medieval con perfil fortificado, fue construida en el siglo XIII. Solo pudimos verla por fuera, pero deslumbra también por su altura la torre de espadaña o torre de campanario, compuesto por un muro vertical con dos vanos para las campanas.

La iglesia de San Martín al fondo y en primer plano la picota.

Como es habitual en mí, me puse a hablar con las personas que salían de paseo en ese momento. Raquel y su sobrino, que viven habitualmente en Zaragoza, nos amenizaron la tarde haciendo de anfitriones turísticos.

Empezaron contándonos la primera leyenda del pueblo: nos preguntaron si habíamos visto antes de entrar al pueblo unos restos de iglesia y le comentamos que sí, pero que la dejábamos para visitar posteriormente, a la vuelta a casa. Resulta que esos restos correspondían a una población denominada Morenglos que desapareció por ser devorada por unas hormigas, y el ultimo habitante pudo rescatar una campana, que pusieron posteriormente en Alcolea, como recuerdo de los que se cobijaron aquí huyendo de las hormigas.

Casa construida sobre la roca.

Nos encaminamos por la calle principal hacia la roca donde estuvo emplazado el antiguo castillo, que servía para vigilar el valle del rio Alcolea. Del castillo no queda gran cosa, pero sí tuvimos oportunidad de entrar en las dos estancias irregulares cavadas en el interior a pico, como nos cuentan. La estancia superior es la que se conoce como “la cárcel”, y la inferior como “el calabozo”. Ambas presentan un aspecto de terrible mazmorra, y se comunican mediante un pasadizo estrecho.

La estancia superior tiene poca altura y es de forma circular con dos ventanucos, con barrotes de hierro en uno de ellos, si te asomas compruebas que dan al barranco y su panorámica es espectacular. Este espacio es uno de los más concurridos y admirados por los visitantes y de los que están más orgullosos sus habitantes. Para acceder al calabozo, hay que descender por un pasadizo que dispone de una pequeña entrada de luz en la roca que facilita el descenso a los más valientes. También nos ayudó la linterna del móvil, claro.

Vista del valle desde la cárcel.

Al acabar, nuestros nuevos amigos nos acompañaron por unas escaleritas a la parte superior, que es un mirador de lujo. Se ve todo el barranco, nos señalaron un antiguo molino hoy convertido en casa y nos apuntaron que es una bonita ruta a pie, que puede recorrerse a lo largo del arroyo Alcolea, hasta llegar a Santamera.

Tienen además un banco para disfrutar de las vistas a cualquier hora del día, en ese momento estaba colonizada por una pandilla de chavales.  

Raquel aprovechó para contarnos la segunda leyenda del pueblo, la de la cárcel: se desconoce su veracidad, pero relató que hace muchos años, uno de los presos consiguió escapar de la cárcel tirándose al vacío por el barranco y salvó su vida al quedarle enganchado el cuerpo entre las ramas de los árboles, que todavía suelen crecer en el fondo del precipicio.

De esta olvidada y maltrecha cueva no hay casi noticia escrita. De antiguo origen e inexactas referencias cronológicas, solamente se sabe que sirvió de cárcel en tiempos históricos.

De vuelta a la plaza, el crío de mi amiga disfrutó un rato del miniparque infantil, la mar de apañado, que han instalado en un pequeño hueco al lado de la iglesia.

Yo aproveché para callejear y subirme a alguna roca pdisfrutando de las vistas y fotografiar lo que alcanzaba a ver, más casas sobre las rocas, ruinas de palomares.

Una de nuestras amigas preguntó por el cementerio del pueblo, iba en busca de sus antepasados ya que trata de ampliar el árbol genealógico de la familia. Hay que subir unas calles y está situado en una pequeña loma con unas cruces que pertenecerán a un viacrucis. Encontró la tumba y lápida que pudo fotografiar.

Antes de irnos, nos quisieron acompañar a ver otro de los tesoros que conserva Alcolea de las Peñas y es que también tiene casas colgantes, como en Cuenca. La verdad es que resultan muy peculiares. Para verlas, bajamos en dirección al barranco, por un camino entre la maraña de hierba y zarzas y efectivamente pudimos admirar sus casas colgadas sobre las rocas rojizas.

Como se nos hizo un poco tarde, salimos pitando y no nos detuvimos en las ruinas de la entrada al pueblo que nos habían mencionado.

Restos de la igles¡a de Morenglos, en primer plano tumba excavada en la roca.

Aproveché para volver en septiembre y descubrir en esta ocasión las ruinas que dejamos sin ver la primera vez. Sorprende al acercarse, por una pista de tierra hacia los campos de labor, la torre campanario del despoblado de Morenglos, es muy visible desde lo lejos. También llama la atención la cantidad de sepulturas visibles que hay sobre la peña rocosa cercanas al templo, formando toda una necrópolis medieval de tumbas excavadas en la roca.

Brujuleando en internet descubres que no solo hay tumbas, si no que el yacimiento esta divido en dos zonas, a ambos lados de un camino vecinal y la parte que no vimos, probablemente por la abundante vegetación existente, tiene una cueva artificial con varias estancias. Habrá que volver para visitarla, ya que además existe al sur de Alcolea de las Peñas, a 1 km de distancia aproximadamente, la necrópolis celtíbera de Valdenovillos, que fue también excavada por el marqués de Cerralbo entre 1914 y 1930. Los materiales encontrados fueron depositados en el Museo Arqueológico Nacional en 1940, y corresponden al periodo de transición entre la primera y segunda Edad de Hierro.

María

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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