Escondida dentro del aluvión de informaciones, en gran parte terribles, de estos últimos meses, el pasado 31 de octubre saltó la noticia del fallecimiento del actor escocés Sean Connery. Su muerte, por causas naturales, a la edad de 90 años, se produjo en Nassau (Bahamas), donde vivía retirado hacía años. Aunque su nombre acaso no diga mucho hoy a una parte de la población joven, para los espectadores de más edad Connery fue uno de los iconos cinematográficos del siglo XX. Si en la primera mitad del siglo Gary Cooper fue, para muchos espectadores, la encarnación prototípica del “héroe americano” y Clark Gable fue calificado por espectadores y críticos como “el rey”, en la segunda mitad, Sean Connery fue modelo de agente secreto y espía - muchos otros actores imitaron ese papel pero ninguno dejó una huella estética tan marcada y profunda en el público con su interpretación del agente secreto James Bond, conocido por su nombre en clave, 007, creado por el escritor inglés Ian Fleming - pero además, supo abandonar al personaje 007 y convertirse después en un gran actor.
Connery/Bond fue espía carismático, a la vez bueno y canalla, atractivo y temible, simpático y justiciero; altamente representativo, en suma, del cine de acción del período de enfrentamiento entre Occidente y la Unión Soviética, la “guerra fría” que concluyó con la caída del Muro de Berlín. Tras la primera entrega de la serie, “Agente 007 contra el Dr. No”, en 1962, la rápida conquista del favor del público hizo al actor enormemente popular y su caché subió como la espuma; ello, en contrapartida, amenazó con reducir y esclavizar su imagen a la de su popular personaje, como había sucedido a otros actores, pues sus éxitos posteriores (“Desde Rusia con amor”, “Goldfinger”, “Operación Trueno”) parecieron cristalizar en el público la identificación estética entre Connery y Bond. Sin embargo, Connery, fue rápidamente consciente del peligro para su carrera, y a mitad de los años sesenta provocó su salida (solo traicionada una vez en años posteriores) de la piel cinematográfica del famoso agente. Intuyó sin duda que de esta forma podía esperar acceder a personajes más interesantes y posibilidades estéticamente más ricas. De modo que dio un giro radical a su carrera y se aprestó a mejorar de modo continuo la calidad de su trabajo.
Sus creaciones posteriores se orientaron, en consonancia sin duda con su personalidad, en su mayor parte dentro del género de cine de acción, pero cada vez más sus interpretaciones incorporaron una notable mejoría en su calidad. De este modo, en una brillantísima carrera de más de tres décadas, Connery supo ser, entre otros, un inteligente y enamorado Mark Rutland (“Marnie, la ladrona”), un generoso y noble Robin Hood (“Robin y Marian”), un temible y valiente jeque Al Raisuli (“El viento y el león”), un inteligente fraile-policía Guillermo de Baskerville (“El nombre de la Rosa”), un fantasioso rey Dravot en tierras afganas (“El hombre que pudo reinar”), o un espléndido y ejemplar policía Jim Malone (“Los intocables”). Papeles todos ellos que han quedado grabados para siempre en la memoria del público y que, en conjunto, mostraron la ubicación definitiva del actor en la esfera de la gran interpretación cinematográfica.
Ha muerto Sean Connery, un gran actor. Descanse en paz.
Santiago Cardenal