Tiene gracia esa «Mujer con sombrilla» que has reinterpretado, Emilio, en la forma de un maletilla con el trapo en una mano y un estoque de madera en la otra. Tu admiración por los impresionistas te llevaron a proponer como ejercicio en aquellas primeras clases de pintura en Sigüenza, aún con la pandemia coleando, ese mismo cuadro de Monet, cosa que devino en irregulares interpretaciones de tus, entonces, tres únicos alumnos. Muchas sesiones después sujetando el pincel con tu mirada junto al hombro, con un grupo ya más nutrido en los cursos que has seguido impartiendo, alguna cosa se nos ha ido pegando de tu visión, a veces precisa y contorneada, otras mucho más borrosa y sutil, siempre con una parte importante de insinuación. Hay que hacer trabajar al espectador, si no ¿para qué sirve un cuadro? De todos los tuyos, creo que no te lo he dicho nunca, mi favorito es aquel de los hermanos Sánchez en la cocina de su establecimiento. Composición, color, motivo, pincelada. Todo me encaja en esa obra redonda. No cabe duda de que el retrato, esa bella esclavitud del pintor de oficio, es una de tus mejores bazas. El que sabe dibujar, sabe, y el que no... que "se abstraiga".
Más allá del oficio, aunque todo lo es como a menudo sugieres, disfrutas cuando te permites lanzarte al lienzo sin pauta previa. Aquí hemos venido a divertirnos, es lo que siempre nos dices. En la liberación que da la renuncia a la obra maestra es cuando el proceso, paradójicamente, se vuelve plenamente expresivo. Y se ve ese divertimento en tu obra más informal, que en absoluto es menos seria que el resto. Esas pequeñas tablitas creadas sobre los fragmentos de un embalaje de vino son pequeñas maravillas de espontaneidad. Jamás he sido taurino, no por nada, sino porque los intereses de una persona, por más que lleguen a ser numerosos, es imposible que sean infinitos. Y sin embargo, me fascina toda esa proliferación de arte del máximo nivel inspirado en ese mundo minoico nuestro, tan denostado hoy por corrientes importadas que nada tienen que ver con el ethos ibérico. Desde Lorca a Goya, desde Picasso a Hemigway, por solo nombrar los tópicos. Algo tendrá ese espectáculo de raigambre ancestral para haber fascinado a los más grandes artistas a lo largo de la historia. Nunca he sido taurino, digo. Pero nadie criado en nuestra universal cultura mediterránea es incapaz de percibir los hilos profundos que tejen el simbolismo del espinazo clavado mientras la bestia se arrima al ejecutante dirigido con la muleta. La danza intrincada del ser humano con la misma naturaleza, desde los orígenes separados por lo mismo, uno con el trapo, el otro con trapío, unidos siempre en lo mismo, la esencia de ambos y la misma cosa. Una relación tan antigua y enraizada como la de aquel pintor de Altamira que también has homenajeado en ese bisonte que has querido elevar a la categoría de símbolo del toro de lidia en tu exposición.
Emilio Fernández-Galiano, "Derechazo hondo".
Emilio Fernández-Galiano ha expuesto en estas fechas en Las Ventas. La sala Antoñete, situada bajo el graderío de la plaza madrileña, ha acogido la obra taurina del autor. En la diversa colección que allí se ha podido apreciar ha habido muestra suficiente para llegar a entender los distintos matices de este pintor seguntino. Junto a los retratos de grandes figuras del toreo y otros lienzos de cierto tamaño, la vista se acaba por detener en esas tablillas de apariencia humilde, herederas de la tauromaquia expresionista de Goya y del divertimento en forma de toro cubista de aquel otro gran juguetón. Regoyos, Fortuny, tu admirado Sorolla, gran pintor a su vez de tablillas, el resto de la tradición pictórica que ha interpretado la fiesta, palpitan en esos pocos trazos de color, incluso el mismísimo Romero Ressendi se detendría ante ellas, no me cabe duda. Ese reto que consiste en expresar en un plano las relaciones espaciales de un objeto estéticamente satisfactorio, solo lo comprende el que alguna vez ha intentado coger un lápiz frente a un sujeto cargado de movimiento inasible. Cuando vemos un espectáculo de danza estudiamos los desplazamientos del bailarín. Cuando vemos una interpretación musical, escudriñamos cómo ejecuta la pieza el músico. Pero ante un cuadro a menudo percibimos solo el resultado estático, obviando el proceso. Es natural ya que en las artes pictóricas el proceso es previo, no simultáneo al objeto contemplado. Esos acentos en blancos que no son blancos, personalmente, me facilitan el acercamiento al camino que ha recorrido el artista hasta llegar al fruto final. Quizá porque he tenido el privilegio de verlos dar en más de una ocasión en esas clases que, tus alumnos, te agradeceremos siempre. Entre otras muchas cosas, por haber contribuido a proporcionarnos herramientas con las que enfrentarse a un cuadro pudiendo dilucidar ese proceso creativo que es inseparable del resultado.
Emilio Fernández-Galiano, "Verónica y picador".
La exposición de Galiano se sitúa al cierre del ciclo de invierno, donde las protagonistas indiscutibles son las multitudinarias ferias, y al inicio de la temporada estival de Madrid, más tranquila. Quisimos tantear esa misma tarde el pulso artístico de la capital en estos momentos de cambio de temporada en un breve recorrido por galerías del centro. En Jorge Alcolea admiramos la siempre exquisita obra de Carmen Galofré, autora catalana de coherentes sugerencias cromáticas. Los lienzos elegantes en los que se ha quitado todo lo accesorio de Marta Gómez de la Serna nos atraparon en el local de Marita Segovia.
En Fernández-Braso nos fijamos en la obra de Nuria Vidal, abstracción lírica con pigmentos sobre papel en composiciones fluidas cargadas de textura. Asistimos al final del día a la inauguración de la exposición colectiva en La Caja, con obra en variados estilos, en la que nos sedujo la colorida abstracción geométrica de Ángela Mena y los óleos monócromos sobre papel de Marta de la Sota, de una calidad apabullante de detalle. Pudimos comprobar que los galeristas madrileños se esfuerzan en seguir al pie del cañón ofreciendo variedad y calidad, en elevadas apuestas de gran mérito, a pesar de la incertidumbre en la que nos debatimos por los acontecimientos de los últimos dos años, que nos han dejado a los ciudadanos extenuados.
El gran arte sigue vivo en la capital, como demostró la copiosa asistencia a la inauguración de Galiano, en la que estábamos entre amigos, y también la igualmente abundante que vimos en La Caja, una galería instalada en un piso de la calle Fernando VI que estaba, literalmente, abarrotado. Quizá porque en tiempos de tribulación al menos siempre nos queda la búsqueda de la belleza. Deseamos el mayor de los éxitos a todos ellos en este ciclo estival, empezando, como no puede ser de otro modo, por nuestro querido Emilio Fernández-Galiano. Mucha suerte en todos tus proyectos, maestro.
Julio Álvarez Jiménez
3 de junio de 2022