Que agradable es la noche del sábado cuando cenas en Las Travesañas (por cierto: ¡cómo me gustan los platos de Miguel, el nuevo cocinero!) y después viene un concierto con alguien sorprendente en escena, es demasiado. Si, así fue la otra noche; Javier, terco acompañante y amigo de J. Krahe desde 1983, no es un cantautor, un acompañante, o un desconocido, es un estupendo guitarrista, compositor y arreglista que con la desaparición de Krahe se ha visto en la necesidad de crear sus propias canciones y recopilar las que estaban guardadas, prepararlas y salir a ganárselo, sin saber muy bien como le iba a ir, una afonía en cualquier momento, no conectar, etc, pero de algo hay que vivir. Así que en lugar de estar detrás, como siempre, dio un paso al frente y se quedó solo frente al público. Sorprende su apariencia personal de bohemio, delgado con nariz vasca, pelo ni corto ni largo, ojos con párpados hinchados de muchas noches locas, manos de joven, con su guitarra colgada, la banqueta a su lado con la cerveza, y porque no se puede fumar, que si no…Voz, lo que se dice voz, no tiene, pero las letras llegan al público acompañadas por la guitarra donde se ve que hay mano, mucha mano. Para cualquiera puede resultar un segundo Krahe, se ve que fue mucho el trabajo conjunto durante más de 30 años, y no sabría distinguir a cuál de los dos escucha excepto por la voz, que en el caso de López de Guereña está más cascada, tras esto parece que no lo tenía fácil. Sus propias palabras son mejores que las mías para captar su singular punto de vista sobre las cosas:
“Yo no soy cantante, soy más bien una instalación y me tenéis que entender como un elemento cultural, o sea, algo paramusical…. Antes, cuando yo era guitarrista, estuve muchos años acompañando a un cantante muy bueno y muy singular, entonces yo tenía una voz buenísima, pero ahora que soy cantante, pues no, paradojas de la vida; y cuando era guitarrista no tocaba bien la guitarra, pues ahora… tampoco… La primera canción que os voy a cantar la compuse cuando Krahe había decidido descansar, no el descanso eterno que luego se tomó…”
En este tono trascurrió el concierto donde pudimos reír y disfrutar con su forma de ver la vida por medio de sus letras cantadas, la verdad no sabría decir si me gustaron más las canciones o los intermedios locuaces e irónicos, bueno, me quedo con todo. De la docena de canciones la de “Andrés octogenario” me gustó mucho pues refleja el tránsito de Krahe a López de Guereña, bonito recuerdo para lo vivido con el amigo. Nos contó que vino en el tren para acá, y se le ocurrió la canción “¡Ha del Castillo!”, no sé, pero reímos con la ocurrencia, esa forma de rimar porque hay que rimarlo, todo es posible con este hombre. Puede que su canción más seria fuera la que empezaba con “Te quiero tanto…”, la guitarra y Javier se fundieron en un abrazo de sentimiento profundo. Muchos de sus temas abordan cualquier situación, desbaratando lo racional para entrar en el absurdo que a veces es lo más real de la vida sin que nos demos cuenta. Siguieron otras como “Exultante exaltación del método científico”, “El ocio de la vida contemplativa” o “Entropía”, y con todas ellas disfrutamos, aunque algunas veces las risas excesivas tapaban su voz y perdías el hilo, pero es lo que tiene el directo.
Alguien me comentó posteriormente que si lo escuchado estuviera escrito en un libro, lo habría dejado de leer, pero claro con Javier y su guitarra en escena la cosa cambia, ¡y tanto!