Repaso las lecturas de este verano y me doy cuenta de que he pasado buena parte de mi tiempo libre sumergido en tres historias ambientadas en la Guerra Civil. Entre la realidad y la ficción, con visiones y perspectivas distintas, entre héroes y villanos, pero, eso sí, teniendo siempre como hilo conductor el enfrentamiento de las dos Españas. En cada uno de esos tres libros –“El monarca de las sombras”, “Recordarán tu nombre” y “Banderas en la niebla”– de los que hablaré a continuación hay argumentos suficientes para dejar clara la sinrazón de aquel enfrentamiento. Elementos que desembocan en la frustración de ver a tantos jóvenes perder la vida en campos de batalla, sin saber muy bien por qué luchaban.
Comencé las vacaciones leyendo “El monarca de las sombras” (Editorial Random House) de Javier Cercas, que me habían regalado mis hijos el Día Padre. Después de haber disfrutado con la lectura de “Soldados de Salamina”, quería conocer esta nueva novela, donde Javier Cercas afronta la asignatura pendiente de contar la historia de su tío abuelo, Manuel Mena, voluntario requeté, que falleció a los 21 años en la batalla del Ebro.
La memoria familiar de Javier Cercas y las circunstancias que se vivieron hace ochenta años en un pequeño pueblo de Cáceres, sobre las que se había extendido una especie de pacto de silencio, me hicieron recordar una historia similar que marcó la vida de la familia de mi madre. El Manuel de “El monarca de las sombras” se llamaba en este caso Victoriano, un joven alegre y despierto que también se fue voluntario con los requetés y que ya nunca volvió. Tenía 19 años y murió en Belchite (Teruel), sin que pudiéramos saber dónde estaba enterrado para recuperar su cadáver.
La foto de mi tío, hermano de mi madre, permaneció durante muchos años en el comedor de la casa del pueblo, enmarcada en negro, el mismo color que desde su muerte llevaría la abuela Dionisia. Mi madre, en algunos momentos señalados, me hablaba del “tío Victoriano”, de lo trabajador que era y de lo mucho que le gustaba ir de caza. Dentro de su tristeza, con el recuerdo siempre presente del hermano abatido y a modo de consuelo, se alegraba de que yo fuera portador de algunos rasgos de su carácter. Cuando volvía a casa con algún conejo o unos kilos de cangrejos del río, recuerdo que mi madre le decía a la abuela: “Mira, este chico es igual que era su tío Victoriano”.
Por supuesto, como ocurrió con Manuel Mena y tantos “victorianos” que lucharon en uno y otro bando, apenas sabían cuáles eran los objetivos y los ideales por los que luchaban. Vidas truncadas en el campo de batalla, con madres y hermanos intentando recordar a sus héroes caídos sin levantar la voz, sufriendo en silencio o incluso ocultando a las nuevas generaciones los desastres de esa guerra entre españoles.
La siguiente novela que he leído este pasado verano ha sido “Recordarán tu nombre” (Editorial Destino), de Lorenzo Silva, otro de mis autores favoritos. La historia que narra el escritor tiene como protagonista al general Aranguren, máximo responsable de la Guardia Civil en Barcelona, durante la Guerra Civil. Nacido en Ferrol y bien relacionado con la familia de Franco, al que conoció además en las guerras de África, decidió permanecer leal al gobierno de la República, aunque ello le costara después de la contienda la muerte, previo juicio militar, con la sentencia ya firmada de antemano.
La recreación de la vida del general Aranguren, otro de tantos héroes olvidados, ayuda a conocer mejor el carácter de este militar, adscrito luego a la Guardia Civil, y su concepto de la lealtad. Lorenzo Silva aporta una extensa documentación sobre el general republicano, así como testimonios de sus nietos y de personas que le conocieron desde principios de siglo hasta el levantamiento militar.
El tercer libro leído este verano, durante las postrimerías vacacionales, ha sido “Banderas en la niebla” (Editorial Plaza&Janés), de Javier Reverte. Aunque haya sido el último de esta trilogía “guerracivilista”, no tiene nada que envidiar a los dos anteriores. Es más, consigue captar mejor la atención desde las primeras líneas y mantiene el interés hasta la última página.
En lugar de centrarse en la historia de un solo personaje, como hacen Javier Cercas y Lorenzo Silva, el periodista y escritor Javier Reverte elige a dos jóvenes combatientes en la Guerra Civil: uno por cada bando y de orígenes y perfiles claramente opuestos, aunque acaben luego unidos por la misma suerte. O mejor dicho, por la misma desgracia.
José García Carranza, “El Algabeño”, es un torero andaluz, triunfador en el ruedo y en las alcobas de la nobleza, que se alista en el bando nacional y que disfruta matando campesinos, lo mismo que si fueran animales en una plaza de toros. Nada que ver con el perfil del otro protagonista de “Banderas en la niebla”, John Cornford: buen estudiante, nieto de Charles Darwin, que abandona la universidad de Cambridge para apuntarse a las Brigadas Internacionales. Cruza la frontera y apenas tiene tiempo, entre los disparos, de darse cuenta de la realidad española de entonces.
Lucha y sufre por defender sus ideales de democracia y libertad, desde una posición de izquierdas, y convencido de que la victoria en la guerra española acabaría con los movimientos nazis y fascistas en Alemania e Italia. Antagónicos, claramente opuestos en ideas y conceptos vitales, a los dos les espera el mismo destino en las sierras jienenses de Lopera.
La reflexión que se me ocurre después de recorrer los senderos de las tres novelas es la siguiente: la guerra civil terminó hace casi ochenta años y apenas quedan ya testigos directos de esa lamentable contienda. Entonces, ¿por qué no somos capaces de recordar lo que pasó sin buscar culpables entre sus herederos, entre quienes hemos pagado, de una o de otra manera, sus terribles consecuencias?