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La marca Sigüenza y el escaparate
Tengo delante de mí una vista panorámica de la catedral, una foto aérea realizada por Antonio López Negredo en la que también pueden verse los edificios y los patios vacíos de los Padres Josefinos y las Hermanas Ursulinas. Como cada año por estas fechas (gracias Pilar, gracias Tomás), acabo de colocar el calendario de la Fundación Martínez Gómez-Gordo en mi despacho, encima de la pantalla del ordenador, como testimonio de la belleza y del encanto de esta ciudad. Y también, por qué no decirlo, para dar envidia a más de un compañero.

marca siguenzaA medida que vaya pasando páginas, mes a mes, tendré delante de mis ojos algunos de los monumentos y rincones más bellos de Sigüenza. Las murallas iluminadas del Castillo, el Arco del Portal Mayor visto desde la calle del mismo nombre, aunque popularmente conocida como  “Rompeculos”, el rosetón de la fachada principal de la catedral enclavado entre las dos torres almenadas, una vista del final de la calle Mayor, con las parras que la cruzan a la altura de la Taberna Seguntina o la fuente de la Alameda en primavera, con el surtidor de agua en plena actividad como primer plano y con la calle Medina y la catedral al fondo.
El mes de junio se abre – en el calendario, se entiende – con el polvorín de piedra rojiza que parece vigilar el Oasis y la parte posterior del castillo. El boquete que se abre en la pared de este sólido, aunque ya deteriorado torreón, rodeado por las hierbas secas del verano, ya solo sirve para constatar la realidad de las viejas historias de buenos y malos que escuchábamos a los mayores junto a la chopera de la Fuente Picardas.
En este recorrido visual, magníficamente retratado por Antonio López Negredo con alguna de sus viejas cámaras Leica, te puedes encontrar la Fuente Nueva, en su ubicación antigua, en la cuesta de los hoteles, que va a dar a la actual urbanización de las Malvinas. Es la misma fuente, pero conserva intactas las escaleras de piedra y los poyos en los que se sentaban las señoras mientras se llenaba el cubo o el cántaro de agua.
La Alameda en fiestas es la foto que ilustra, como no podía ser de otra manera, el mes de agosto. Los dos gigantes bailan y los pliegues de sus ropajes se mueven delante de una charanga, camino de la Ermita del Humilladero. Cada foto te produce distintas sensaciones, te trae recuerdos, unos más próximos y otros más lejanos.
Los fuegos artificiales que iluminan aún más la catedral y el castillo, la sobriedad y la elegancia de la fachada principal del antiguo colegio de los Josefinos, en el callejón de los Infantes, o la Plaza Mayor desierta con el Ayuntamiento al fondo y el empedrado brillando bajo los focos van pasando ante tus ojos como si fueran las secuencias de una película muchas veces visionada, pero donde los escenarios te siguen pareciendo increíbles.
He disfrutado viendo las fotos de Antonio López  Negredo, aunque  solo sean una pequeña muestra de su archivo, y he reflexionado sobre ellas en esta difícil cuesta de enero. Aunque aquí estamos bastante acostumbrados a remontar pendientes que superan muchas veces el 15% de desnivel – la calle Rompeculos puede ser un ejemplo -, necesitamos coger aire en plena subida. Necesitamos el oxígeno que nos llega de fuera. Sigüenza es demasiado importante como para que tenga que conformarse con una economía de supervivencia.
Cada vez que se habla de vender la “marca España”, como un reto pendiente en nuestra ya larga historia, me asalta la duda de si nosotros estamos sabiendo vender bien nuestra marca de referencia, nuestra “marca Sigüenza”. En una palabra, si estamos dando las mayores facilidades del  mundo para que la ciudad sea destino prioritario para el turismo. Está claro que tenemos los mejores mimbres para armar la cesta, porque nos los ha dado la historia, pero quizás nos falta explotar al máximo las nuevas vías de comunicación, buscar nuevos horizontes, nuevos mercados, que apoyen la promoción que cada uno hacemos en los círculos donde nos movemos.
Tenemos que reforzar la “marca Sigüenza”, como diría Don Daniel,   abriendo  caminos. Y, sobre todo, sin cerrar puertas. No se puede seguir culpando a la crisis económica de las decisiones que van en detrimento de esta promoción turística tan necesaria para el futuro de esta tierra. Para vender Sigüenza – en el sentido figurado de la palabra – hay que ponerla en el escaparate, con una buena iluminación y exhibiendo sus atractivos, que son muchos.
Durante las pasadas Navidades, con las torres de la catedral casi ocultas por la niebla, en la agradable soledad de los caminos que conducen al pinar, me he preguntado por la cantidad de razones que justifican la promoción a todos los niveles de la “marca Sigüenza”. Y les aseguro que son innumerables.
Cada día me encuentro con alguna nueva al levantar la cabeza de la pantalla y recorrer con la mirada las maravillosas fotos de López Negredo.

Javier del Castillo

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