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Qué razón y qué verdad!

En estos días en que hemos celebrado la Navidad todo ser humano se llena de sentimientos nobles y buenos, de propósitos que miran hacia su bien y, espero, que al de los demás.  Parece que, en torno al Belén, surge y resurge un brote nuevo en el corazón que siempre tiende a una cosa, a la felicidad.
Me viene a la cabeza una frase que escuché en su momento a un profesor, Don Clementino, al que muchos conocerán, y que me ha hecho reflexionar desde hace una década. Corría el curso 2002-2003 cuando en una clase de ética pronunció, refiriéndose a Pío XII –creo recordar- esta sentencia: “felicidad: novela de muchos, historia de pocos”.
Aristóteles acuñó el término eudaimonia para referirse al estado en el que se obtiene el bien supremo y cuya consecuencia directa es la felicidad. Desde entonces toda reflexión filosófica y existencial ha ido matizando este estado al que todos aspiramos. Una mirada al cristianismo –fuera de matices teológicos- nos hace descubrir que la felicidad se puede entender como el estado “pleno” de la existencia humana. Pleno, lleno, el ser humano en todas sus “facetas”, también la espiritual.
Pero mi intención no es filosofar o divagar por la existencia humana, sino reafirmar la frase que en su momento escuché. Cuando uno recorre el camino de la vida, camino lleno de mil cosas, se da cuenta que es verdad: aquellos que se dicen felices no hacen nada más que vivir o existir en una novela. Y sin embargo, los anónimamente felices, los que trasmiten felicidad sin tener que reafirmarla, son los que están escribiendo de forma plena su historia.
Este riesgo de vivir entre la novela y la historia también sucede en las propias carnes. Muchas veces vivimos sumergidos en algo fantástico, que ni siquiera es lo ideal, y a ello lo denominamos felicidad. Pero la felicidad hace historia porque es algo transversal a nuestra vida y existencia. Es algo que marca nuestra forma de vivir de una forma definitiva y que lo externo, lo de fuera, ya bueno o malo, no acaba con ello, sino que lo madura, lo enriquece y lo fortalece.
Es a esto a lo que tenemos que tender o caminar, a que nuestra felicidad sea nuestra historia y no nuestra novela. Para novela ya esta la imaginación, para la historia la realidad. Por ello, todo lo vivido en estos días que nos induce a la felicidad –familia, ternura, encuentro…- ha de hacerse historia de nuestra vida. Ha de hacerse compañera del camino, no sólo para el nuevo año, sino para toda la vida sin olvidar que las dificultades también están en la historia pero que a fuerza de escribir la historia de nuestra vida, su final, puede ser y por qué no, la felicidad.
Julio Arjona

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