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Le vi asomar las orejas y el hocico por el lateral de un armario de la planta sótano de casa, una habitación espaciosa donde guardamos un poco de todo, como en las tiendas de barrio. Colecciones de periódicos –entre otros las del “El Afilador” y “La Plazuela”–, libros prescindibles que probablemente nunca llegue a leer, ropa del gimnasio, objetos decorativos en desuso, maletas, la herramienta del jardín, un frigorífico, las sillas y la mesa de la terraza, una tumbona, la tabla de planchar, una bicicleta estática, bolsas con los vídeos de películas antiguas, los cds o los dvd que a uno le han ido regalando, balones de fútbol y baloncesto, álbumes de fotos, posters del Real Madrid y la selección española, algunas láminas de paisajes… Lo que en mi infancia sería la cámara o el desván, ubicado casi siempre en la buhardilla.

El pequeño roedor desapareció al instante. Fue visto y no visto. Sin embargo, desde la noche del sábado 26 de octubre, en la que el simpático “mus musculus” hizo su aparición y se ocultó no sé muy bien dónde antes de que nos presentáramos, se ha convertido en protagonista de nuestra vida cotidiana y doméstica. A la sorpresa inicial de todos nosotros le siguió la preocupación, así como la indagación  respecto a la vía de entrada elegida por el animalito para introducirse en la vivienda. Habrá entrado por una de las dos ventanas que dan al jardín o por la puerta del garaje. Al final, el problema es que ha entrado, sin previo aviso, y no sabemos lo que va a durar ahora la visita.   

Por lo tanto, nos olvidamos enseguida del tema y comenzamos a tomar algunas decisiones. En primer lugar, sacar fuera de la estancia el jamón que tengo colocado en una mesa pequeña, junto al frigorífico. En segundo lugar, tratar de aislar al intruso, cerrando herméticamente puertas y ventanas. Después, retirar el tendedero y la mesa de la plancha, para no tener que compartir el mismo espacio físico con el ratoncito.  

Sitiado y acorralado en su extraño hábitat, sin aparente resquicio por el que salir al exterior de la estancia, el paso siguiente era encontrar el método más eficaz y rápido de atraparlo, vivo o muerto, para evitar sustos y para tratar de recuperar la paz y la tranquilidad en la familia. Así que, después de buscar en Google “¿cómo cazar a un ratón?”, “¿métodos más eficaces para eliminar ratones?” o “¿qué hacer cuando se te cuela un ratón en casa?” (solo este último te ofrece 9.790.000 resultados), pusimos en marcha el operativo para su caza y captura. Pero la cosa no iba a resultar tan fácil como parecía.

Comenzamos a primera hora de la mañana del domingo –suerte que en Madrid las grandes superficies también abren los días festivos– recorriendo centros comerciales (AKI, Leroy Merlin, La Fronda), en los que fuimos adquiriendo cepos de distintos tamaños y colores, cajas en forma de tubo con varios compartimientos en los que introducir unas bolsitas rosáceas con cebos… Y por si ninguno de los recomendados sistemas de captura diera resultado, también compramos algunas dosis de veneno debidamente aisladas y protegidas. Bolsas, con una especie de plastilina cubierta por plástico, pero que no debes manipular sin guantes ni dejarla al alcance de los niños.

Una vez acumulado todo este pequeño arsenal para reducir al también pequeño  invasor, y con las debidas precauciones, pasamos a la acción. El dispositivo de combate estaba preparado: listos para el ataque. Y cuanto antes iniciáramos las hostilidades, pensaba yo, mucho mejor. Así que colocamos los trozos de queso curado en los cepos y ballestas, cogimos las cinco casetas trampa –de diferentes diseños y tamaños–, les colgamos las bolsitas de veneno dentro y nos dirigimos a la planta sótano convencidos de que esa batalla estaba ganada de antemano y que el dichoso animalito, al verse acorralado, sacaría la bandera blanca por debajo del armario y se rendiría sin condiciones. Ni siquiera habría intercambio de prisioneros, porque no era el caso.
Pero nos equivocamos. El ratoncito invasor seguía sin dar señales de vida, metido en su refugio o quizá contemplando divertido el gran despliegue de medios técnicos y humanos que habíamos montado. Ante su incomparecencia, le dejamos en compañía de las trampas, los cepos y el veneno y nos retiramos con la esperanza de que al día siguiente al levantarnos lo encontraríamos atrapado en alguno de esos artilugios o dando tumbos por debajo de alguna estantería o armario. Nada de nada. Al amanecer –una de las ventajas del cambio de hora es que la luz solar también madruga– visitamos la estancia de nuestro ahora invitado y todo estaba como lo habíamos dejado el día anterior.

Han pasado ya tres días y seguimos sin tener  noticias del ratón. El operativo montado, con algunas nuevas aportaciones de Amazon, parece condenado al fracaso. Bien porque con el cambio de hora se ha despistado el animalito o porque se ha fugado en algún descuido al abrir o cerrar la puerta de entrada a su refugio.

Lo cierto es que sigue sin dar señales de vida. Habrá que armarse de paciencia y esperar a que se rinda. Algo parecido, salvando las distancias, a lo que hace el Gobierno cuando roedores de mayor tamaño –Quim Torra, sin ir más lejos– se esconden detrás de una bandera o de unas capuchas para prender fuego a la convivencia.

Pero esta ya es otra historia.     


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Viñeta

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