La nevada que recientemente cayó en Madrid ha puesto una vez más en evidencia los problemas que acarrea la vida en las grandes ciudades. Dejando a un lado en este caso la posible negligencia en el manejo del problema por parte de las autoridades locales ante un fenómeno anunciado con varios días de antelación, lo que ha puesto de manifiesto este acontecimiento es el problema el difícil manejo de las grandes concentraciones urbanas. Una poco habitual nevada provocó que durante unos días parte de la población quedara aislada en sus domicilios, fuera imposible circular y se dieran casos de desabastecimiento en muchos puntos de la capital. Mercamadrid, plataforma de distribución de alimentos más importante del país, que abastece a la mayoría de los supermercados, mercados y tiendas de Madrid tuvo que cerrar al día siguiente de la nevada debido al caos circulatorio y no pudo abrir hasta tres días después. Durante esos días se dieron casos de asaltos a camiones con alimentos que quedaron varados en las vías de circunvalación. Por otro lado se produjeron daños en gran parte del arbolado de la ciudad haciendo que los días posteriores se cerraran los parques impidiendo que los ciudadanos pudieran disfrutar y desahogarse en esos lugares.
El centro de Madrid tras la nevada. Foto: Sonia Hernández.
Es verdad que resulta difícil afrontar la magnitud de la tempestad de nieve que se produjo y que no es posible mantener una costosa infraestructura para hacer frente a fenómenos que muy raramente se presentan, aunque todo apunta que ante el deterioro climático provocado por la deriva destructiva del actual sistema económico mundial, estas situaciones extremas, se puedan presentar con cada vez mayor frecuencia.
El paseo de Recoletos tras la nevada. Foto: Snia Hernández
Cuando, después de más de una semana del evento climatológico, parecía que la situación se empezada a normalizar, nos llegó la noticia de que a pesar de la disminución del tráfico rodado en la ciudad derivado de las malas condiciones de las vías públicas como consecuencia de la nevada, se ha activado la alarma por altos niveles de contaminación en la ciudad. Un fenómeno provocado tanto por las emisiones de los coches como por el funcionamiento de las calefacciones, utilizadas al máximo de capacidad debido a las bajas temperaturas. En relación con estos episodios de suciedad atmosférica se ha dado a conocer una estadística europea que sitúa a las grandes ciudades como graves focos de mortalidad debido a la contaminación atmosférica. Precisamente de los datos publicados se desprende que Madrid y su área metropolitana es el área urbana europea con mayor mortalidad asociada al dióxido de nitrógeno (provocada sobre todo por las emisiones de los vehículos con motores diésel), mientras que la otra gran urbe peninsular, Barcelona, ocupa el sexto puesto entre las ciudades europeas con mayor índice de mortalidad por este concepto.
En este caso no se trata ya de fenómenos extremos como la pasada nevada, sino que la situación resulta algo habitual en muchos periodos del año. Mientras que en Barcelona, parece que las autoridades sí que están tomando medidas para hacer frente a este problema, fomentando la movilidad limpia basado en bicicletas y patinetes, en Madrid parece que sigue el campo libre al coche privado, cuya libertad de circulación parece prevalecer sobre la salud de la población. Resulta al respecto paradójico que en algunos medios de comunicación se presente como medida solidaria, la iniciativa de algunos propietarios de 4X4, los vehículos más contaminantes, de acudir al rescate de vehículos que se quedaron atascados por la tormenta de nieve. En casos como estos, el remedio parece peor que la enfermedad.
La M-30 en el norte de Madrid.
Por otro lado la actual pandemia de coronavirus, que ya va por su segunda o tercera ola, también parece que se manifiesta con más virulencia en las grandes ciudades. Está claro que cuanto más aglomeraciones se produzcan en un lugar más fácil es que el virus se propague. Esto trae también como consecuencia perversa que los ciudadanos, por miedo al contagio, rehuyan los transportes públicos y utilicen sus vehículos privados con el consiguiente aumento de la contaminación en la ciudad.
Con mayor frecuencia que las olas de frío, en ciudades como Madrid o Barcelona se da el fenómeno contrario, las olas de calor. Cuando llega el llamado “buen tiempo”, expresión que habría que entrecomillar cuando se refiere a las grandes urbes el asfalto, el hormigón y el funcionamiento del aire acondicionado, (aparatos que enfrían las viviendas mientras calientan la calle) provocan que no baje la temperatura por las noches, dando lugar a las llamadas islas de calor que impiden el descanso, algo que puede experimentar cualquiera que haya intentado dormir en las tórridas noches de verano. Un fenómeno que es directamente proporcional al tamaño de las ciudades.
Con esto no quiero decir que fuera de los grandes núcleos urbanos no se produzcan problemas. Asuntos como las cada vez más recurrentes pandemias, los fenómenos meteorológicos extremos, el desabastecimiento y la contaminación también pueden presentarse en el resto del territorio, solo que estos asuntos resultan más manejables, las fuentes de alimentación están más cercanas y el riesgo de colapso de los servicios públicos es menor. En los pueblos y en las pequeñas ciudades siempre es más fácil el acceso a la naturaleza y la gente se conoce lo que posibilita la creación de redes solidarias de apoyo mutuo, algo mucho más difícil de conseguir en las grandes ciudades en las que a veces resulta difícil conocer al vecino de la puerta de al lado.