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-¿Quién posee la patente de la vacuna?

- No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el Sol?

Entrevista a Jonas Salk, descubridor de la vacuna de la polio, 1955.

 Ahora a Jonas Salk le responderíamos: "Aún no, pero estamos en ello".

Hay más de 12.000 plantas patentadas, casi 13.000 secuencias genéticas de organismos de toda índole y hasta 6 colores (uno de ellos es el “rojo Coca Cola”). No sólo crece el número de patentes sino el de elementos patentables. Es normal que en un mundo basado en la propiedad privada como medio y fin de todas las cosas, como definidora del estatus social, como última razón justificadora, como quintaesencia de la realidad, en definitiva, se promueva y se defienda su extensión a cada vez más ámbitos. Nuestros próceres intentan convencernos de que además existen otros nobles valores como la vida, la salud de las personas, la conservación del medio ambiente…. Lo suelen declamar con voz profunda, cara como de quien dice cosas importantes, mirada en lontananza. Declaraciones como esta, del Parlamento Europeo: “La pandemia sólo podrá darse por dominada cuando todo el mundo tenga acceso a las vacunas, y no sólo los países más ricos”; o esta de nuestro presidente ante la OMS: “solo así podremos alcanzar el tercer objetivo de desarrollo sostenible: garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades”. En fin ya sabéis a qué clase de declaraciones me refiero porque nos bombardean con ellas continuamente. Veamos lo que tienen de cierto.

Elegir entre economía o salud es como elegir entre susto o muerte, todo el mundo prefiere susto. Sin salud no vale para mucho ni ser rico, el irresistible anhelo en Occidente. Poner en un plato de la balanza la economía y en otro la salud tiene algo de sospechoso. ¿Cuanto más de una, menos de la otra?. Si por economía entendiésemos lo que dice el diccionario, la “administración eficaz y razonable de los bienes”, no se comprende la dicotomía de economía y salud. Pero la economía dejó de ser eso hace mucho tiempo, diga lo que diga la R.A.E. Ahora la economía no se debe sujetar a la razón porque ésta es definida por la propia economía. Las cosas son razonables en tanto permiten que la economía siga cumpliendo sus objetivos, que no tienen nada que ver con la razón misma sino con la extensión del mundo de lo privado. Y si eso conduce no al susto, sino a la muerte de miles de personas pues qué le vamos a hacer, las cosas son como son. La razón está de nuestra parte.

La baza más fiable contra la pandemia ha resultado ser la vacuna, que en un esfuerzo científico y económico sin precedentes se ha desarrollado en tiempo récord y ya se está administrando a la población occidental. La contribución económica para hacer esto posible no ha sido, ni mucho menos, exclusivamente privada, aunque los datos son dispares en función de qué vacuna hablemos. Encontramos desde un 17 % de financiación pública (Pfizer) hasta un 100% (Moderna). Los datos no están nada claros y se pueden encontrar los cálculos más variopintos sobre este asunto. Sin embargo lo que sí está claro es que la vacuna no es ni será pública. Después de inyectar miríadas de dinero público para que el desarrollo y la fabricación de la vacuna sea posible las patentes de las vacunas quedan en manos privadas. Las empresas farmacéuticas las venden, las distribuyen a su juicio, fijan los precios y, sobre todo, se quedan con la preciada patente. La propiedad privada sobre los medicamentos se solía justificar en que las empresas tenían que hacer ingentes inversiones y sólo unos pocos medicamentos veían finalmente la luz en el mercado. Es un argumento falso si se lo examina con detenimiento pero suele quedar muy bien en reuniones de gente sensata y bien informada, por eso lo saco a colación. Pero no es aplicable en este caso. Una vacuna pagada esencialmente con dinero público (algunas totalmente, las que no con compra garantizada independientemente de su eficacia, otra anomalía en sus reglas del juego) se convierte por arte de magia capitalista en propiedad privada de una empresa que se la vende a los mismos que la han pagado y se reserva el derecho privativo de la misma. Nos han convencido de que esta locura que nadie aceptaría en su propio mundo personal sea aceptada como totalmente natural. Y posibilita la barbarie: que una vez que la vacuna está desarrollada las empresas farmacéuticas nieguen la patente para que pueda ser distribuida a nivel mundial. O sea para nosotros el susto. Y para los pobres la muerte.

Pero no son sólo las empresas las que niegan la patente. India y Sudáfrica, al frente de una coalición de países del tercer mundo, han solicitado la liberalización de las patentes asociadas a la investigación, desarrollo y fabricación de la vacuna para poder producirla rápidamente y así inmunizar a las poblaciones desfavorecidas. Una liberalización sólo temporal que permitiría eliminar la escasez artificial de vacunas. Las empresas han dicho que no, era esperable; pero la Unión Europea, los Estados Unidos, Japón, Australia, Canadá y otros nobles países ricos, de donde salen esas declaraciones grandilocuentes de las que hablábamos al principio, esos incansables luchadores por la salud, han dicho que tampoco. Que para eso está el comercio mundial. Unicef estima que sólo se está aprovechando el 40% de la capacidad global de producción de vacunas, por las dichosas patentes. India ha declarado que tiene 20 fábricas con capacidad para producir la vacuna si obtiene las licencias. No sólo no les dejamos a los pobres fabricarlas sino que las pocas que hay las acumulamos nosotros. Estados Unidos ha comprado vacunas para el triple de su población. Canadá para cinco veces su población, mientras ya se considera que hay 85 países (los más pobres, claro) que no recibirán vacunas hasta 2023. Los beneficios de las farmacéuticas que han desarrollado la vacuna con dinero público se estiman en 32.000 millones de euros en los próximos años. Y eso es mucho más que la vida de todos esos muertos de hambre.

El enriquecimiento de las empresas está por encima de la salud de las personas, casi resulta vergonzosa esta afirmación por su obviedad, no por su realidad. Una investigación y un desarrollo que ustedes han pagado en gran parte ahora es sólo un bien de consumo más. Los Estados ricos han determinado que las normas de la economía capitalista están por encima de la salud. Que ni siquiera se puede hacer un pequeño paréntesis en su casino mundial ante la peor pandemia que ha sufrido la humanidad en décadas. Sería un nefasto precedente. A ver si la gente va a pensar que por una nimiedad como esta podemos modificar un ápice la estructura del mundo, o sea la estructura del capital. Y para este tipo de decisiones no hay ideologías que valgan, ni expertos que valgan, están tomadas mucho antes de que usted deposite cualquier voto. Los partidos democristianos en el poder en Europa han votado en contra de liberalizar las vacunas (si esta es la famosa herencia cristiana de Europa, apaga y vámonos), los partidos socialdemócratas lo mismo (si esto es el Estado Social, apaga y vámonos), la ultraderecha lo mismo (esto no me sorprende, “¿a quién le importa esa gentuza de otros países?”, pensarán…...). Todos los partidos en el poder han votado en contra pese a que ningún experto en salud pública apoya las patentes respecto a la tecnología asociada al coronavirus. Más de 400 organizaciones (Unicef, Médicos del Mundo, OMS...¡están todas!) aboga por la liberalización….. por tanto, ¿por qué votan eso?. Y, más inquietante, ¿no les sorprende a ustedes tanta unanimidad?. Los políticos nos tienen acostumbrados a la discusión infinita sobre los asuntos más nimios, a denostar al rival aunque se esté de acuerdo con él, a criticar cualquier iniciativa que no provenga de las propias filas. Aquí sin embargo todos a una, desde nuestro gobierno socialcomunista (risas) hasta la ultraderecha húngara. ¿Cómo es posible?. Pues es posible porque hay ciertas cosas que en realidad no se deciden, es decir, que están fuera del debate democrático. Toda esa recua de presidentes y presidentas no ha decidido nada. Estos asuntos no se deciden porque forman parte de la misma textura de la realidad. Impuesta por supuesto, pero no por esas personas que se sientan en parlamentos y senados. Da miedo. Y asco. Es la dictadura del capital y la vivimos con una naturalidad pasmosa.

Cuando la OMS recomendaba la mascarilla, el confinamiento, la limitación de la sociabilidad y a nuestros gobernantes les convenía el discurso la OMS era la autoridad a la que había que rendirse. Ahora que la OMS dice que el asunto del bloqueo de las patentes hace que el mundo “esté al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso se pagará con las vidas y el sustento de los más pobres”, pues oídos sordos a la OMS y nosotros a lo nuestro, no nos van a dar lecciones esos ignorantes. Hemos mandado a paseo a la OMS porque dice que los pobres también tienen que tener derecho a la vacuna. Hemos mandado a paseo cualquier atisbo de ética, de solidaridad, de justicia social.

La próxima vez que oigan a nuestros prebostes hablar de los Derechos Humanos y tal rían conmigo a mandíbula batiente. Y solázense pensando que no hay tanta zafiedad en el común de las personas.

Creo que eso de solazarse no está patentado todavía……

Isato de Ujados

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