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Hace unos meses se celebraron elecciones en la Comunidad de Madrid, y por lo sorpresivo, todavía le damos vueltas. Las encuestas vaticinaban lo que luego sucedió, algunas entidades demoscópicas avisaban que se iba a votar en clave nacional y que el voto ya empezó a decidirse en los primeros meses de 2020, cuando a lo de Gobierno socialcomunista y Gobierno ilegítimo le siguió lo de Gobierno criminal a raíz de la pandemia.

También había mucho voto indeciso apenas 15 días antes de las elecciones, y los resultados se antojaban inciertos. Pero que el Partido Popular ganara en todos los distritos de la capital y en casi todos los municipios de la comunidad, incluidos los municipios del llamado cinturón rojo, pues descolocó bastante. Y más cuando los datos dicen que Madrid, proporcionalmente, es la región que menos gasta en educación, sanidad y servicios sociales; y para la OCDE, la que tiene una mayor segregación social de la UE, pues siendo la comunidad autónoma más rica es a su vez la más desigual.

También, los datos de la pandemia, con una sobremortalidad muy por encima de otras comunidades, y con una gestión muy cuestionada en las residencias de mayores, se antojaba que podía pasar factura electoral. Pues no.

Se dice que los votantes no se equivocan, y que como los clientes siempre tienen razón. Quizá, la cuestión está en que la sociedad está cambiando, sin que los políticos o nosotros nos hayamos percatado. También creo que los medios de comunicación ayudaron a conformar en ese tiempo pandémico, y por agotamiento, una determinada percepción de la realidad, pues confinados en nuestras casas, con restricciones varias, emocionalmente fragilizados, incrédulos ante un virus matón nunca antes intuido en el imaginario colectivo, pues bien, en este contexto excepcional, incierto y casero, el ojo y oído al mundo exterior fueron los medios de comunicación y las redes sociales, siendo muchos protagonistas de una visión interesada y catastrofista que alimentó la crispación política y social. Ay, las caceroladas.

Otra reflexión electoral la provoca el hecho de que gran parte de los jóvenes nuevos votantes se decantaran por Ayuso –no importó que las matrículas universitarias son de las más caras de España, o que los alquileres estén imposibles–, como también así ocurrió con otros votantes antes de izquierdas que votaron por primera vez al PP. Lo de los jóvenes votantes enseguida lo relacioné con una noticia que leí en la prensa esas mismas fechas, la de que los jóvenes de entre 18 y 21 años en la EU se escoraban a la derecha. Es plausible que tenga que ver con los conflictos intergeneracionales; también reflejo del ecosistema neoliberal y tecnológico que contextualiza la realidad. Es como si la crisis del coronavirus hubiese reafirmado al neoliberalismo.

La campaña de Ayuso supo vender de forma casi arrogante una idea libertaria y antisistema que conectó con los jóvenes, pero también una idea nacional y populista que conectó con las familias precarizadas y que carga contra unos valores de la izquierda que consideran predominantes. “La igualdad es la ruina” o “De desigualdad no se muere nadie”, son frases recientes de una Ayuso sin complejos que apela a la soberanía individual como factor legitimador del orden social. Las ideas de justicia e igualdad son desplazadas por las de libertad. Y los intereses individuales se mutan en derechos, da igual que al final se impongan los de aquellos que más poder tienen. Es la ley del más fuerte. Es la rebelión de los ricos. Es el anarcocapitalismo.

Para algunos autores, la principal amenaza a la democracia y al orden político en la actualidad, procede de las élites que ocupan la cúspide de la jerarquía social. Estas élites extractivas y aisladas en sus enclaves abandonan al resto de ciudadanos, y acaban imponiendo sus ideas y relatos interesados. Apelan al interés general pero solo creen en el suyo propio, en su bienestar.

Da igual plantear que la vida en común y sus obligaciones no tienen por qué amenazar la libertad del individuo, o que la coexistencia social genera responsabilidad colectiva, o que la libertad sin las condiciones de subsistencia básicas no está garantizada, o que el ascensor social no funciona, o que el neoliberalismo provoca daños sociales a través del individualismo, la precarización y la privatización. No interesa. La economía se ha emancipado de la sociedad a la que tiraniza.

En la sociedad actual, individualista y consumista, el conflicto estalla entre los penúltimos (los precarios) y los últimos (los excluidos). Y a más desigualdad, más deseo de alejarse de los pobres. Además, en esta época de identidades, la defensa de la identidad nacional frente a lo global explicaría la transición de una parte de la clase trabajadora tradicional a la extrema derecha (la inmigración percibida como amenaza, capaz de disolver los valores tradicionales de la sociedad). La gloriosa clase obrera, parece que ya no va a volver. Como dice un amigo, en el fondo somos de derechas, porque funcionamos como propietarios, tanto de bienes propios como heredados, aunque no lo sepamos.

Por otro lado, en este contexto desigual y precario, los adolescentes y los jóvenes, salvo aquellos que viven la exclusión y la marginación social, viven preocupados por lo material sólo en cuanto consumidores de ocio, pero ocupados en su realización personal, dando gran importancia a las libertades individuales y a la elección de estilos de vida, a su identidad.

En este marco, jóvenes y adolescentes explicitan una cultura hedonista y de evasión que las redes sociales, cruciales en la construcción social de la realidad –también en su banalización–, no dejan de recordarnos. Los problemas materiales surgen cuando los jóvenes intentan iniciar un proyecto de vida y acceder a un mercado laboral precario, con unos sueldos bajos y con un precio de la vivienda exorbitado. Tras la oscuridad de la pandemia y el aburrimiento del chándal predomina entre estos la incertidumbre, la desconfianza y la idea de mejora cuestionada.

Dicho todo esto, me pregunto, ¿fueron los votantes seducidos por el eslogan de “Libertad” o ha sido un voto de castigo en clave nacional por la incertidumbre y la crisis en la que se vive?

Ignacio Martínez
Sociólogo

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