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Por Antonio Lucena

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Procedimientos varios

Imaginemos que una persona ama de casa desea ofrecer a su familia unas madalenas en la hora de la merienda; tiene dos caminos para satisfacer este deseo. Los llamaremos A y B y a continuación los describimos.

A.- Coger, con la debida anticipación, de su despensa harina, huevos, azúcar, leche que junto con la esencial ralladura de limón y algún otro ingrediente a capricho le suministran toda la materia prima. Una vez mezclados y horneada la masa resultante producen las madalenas buscadas.

B.- Llegar al supermercado de la esquina y comprar un paquete de madalenas de alguna acreditada fábrica de dulces industriales que seguro que colmarán los deseos de niños y ancianos.

Este segundo procedimiento tiene algunos inconvenientes que es nuestro deseo indicar. El primero de ellos se refiere a los embalajes, plásticos y cartones, que no tienen más aplicación práctica que justificar el impuesto de recogida de basuras del ayuntamiento; por otra parte suponen un consumo de materias primas, que nos podemos permitir gracias a nuestro desinterés por las cuestiones de la naturaleza.

Contemos también la parte que corresponde al concepto trasportes; ¿de donde vienen las dichosas madalenas industriales?; y ¿el petróleo para fabricar el plástico?

El industrial madalenero está obligado a agregar a su producto conservantes y otros químicos (para darle duración y atractivo); muchos de estos empiezan por E y están siendo investigados por sus dudosas propiedades alimentarias.

Después de esta exposición parece que no es de recibo mantener más que una posición: donde estén las madalenas caseras que se quiten las industriales. Esta posición debe ser mantenida por todos y solo cabe un punto de vista discrepante: el que mantienen los que se dejan llevar por la ciencia económica, los adoradores de los indicadores del producto interior bruto, también representado por PIB.

Para esos seudo religiosos, el PIB mide la riqueza que se concreta en el conjunto del valor de bienes y servicios que se generan en un país, medida en las facturas que se generan; de esta manera el trabajo realizado por esa persona gestora de su hogar no tiene valor, y por tanto el que esta produzca unas madalenas, por exquisitas y sanas que sean, no valen para compensar la falta de facturación que producen: siempre será más conveniente recurrir a la industria que al trabajo doméstico.

Esta es la opinión de la actual ciencia económica, por lo que no es extraño que un país regido por leyes que surgen de esta aberrante forma de pensar tenga cinco millones de parados y una esperanza nula de que pinten mejores perspectivas.

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