Menudo 2015 nos espera. Pero, amigo, es lo que toca: varias citas electorales –municipales y autonómicas el 24 de mayo y generales en noviembre–, junto a un ir y venir de togas y encausados de renombre por distintas salas e instancias de la judicatura española. Si, como decimos los periodistas, la actualidad manda, ya pueden irse preparando para contemplar en sus pantallas cientos de promesas y de eslóganes, salpicados de las ya familiares y bochornosas imágenes de personajes públicos entrando por los juzgados y, en el peor de los casos, por la puerta de alguno de nuestros cada vez más concurridos centros penitenciarios.
Lo siento por los ciudadanos que no sean partidarios de las citas electorales ni de las citaciones judiciales, porque les espera un año 2015 bastante desagradable. Sin embargo, del resultado de la vertiginosa actividad política y judicial que se nos avecina dependerá en buena medida el futuro de nuestro país, España. Por mucho que se empeñe Mariano Rajoy, el año que acaba de comenzar no pasará seguramente a la historia como el año del despegue y la recuperación, aunque todos los indicadores apuntan a una mejora del crecimiento y a una paulatina creación de empleo.
El año 2015 será el año en el que descubriremos si los últimos pronósticos electorales –la intención de voto– darán un protagonismo tan especial a Podemos y si los resultados de las urnas convertirán la gobernabilidad de España en otra cuestión de Estado.
En mayo, el mes de las flores, conoceremos cómo queda retratado en las urnas el cabreo de millones de ciudadanos. La inestabilidad parece que está asegurada. La elección de nuevos ayuntamientos y de nuevos gobiernos autónomos –salvo los de Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía– servirá para ajustar cuentas con algunos políticos y para premiar a otros, si es que hay motivos para ello. La indignación, en cualquier caso, ya se está viendo reflejada con toda su crudeza en los sondeos.
Es la hora de poner a cada uno en su sitio y de comprobar si existen alternativas solventes para un bipartidismo PP-PSOE, salpicado de corruptelas, tráfico de influencias y abusos varios. Podemos, la formación liderada por Pablo Iglesias, no comparece en estas elecciones municipales y autonómicas, pero sí apadrina otras agrupaciones y plataformas que pueden ser decisivas cuando llegue el momento de elegir a los alcaldes de algunas ciudades y pueblos.
El Partido Popular tendrá que darse mucha prisa para recomponer la figura, explicar su gestión y demostrar que los recortes y sacrificios han merecido realmente la pena. De momento, Madrid y Valencia son dos plazas complicadas, Extremadura se ha puesto difícil por la afición viajera (gratis total) de José Antonio Monago, Castilla-La Mancha también corre peligro y Murcia otro tanto de lo mismo.
Una de las cosas positivas que tienen las consultas electorales, además de hacer posible el derecho democrático a elegir a nuestros representantes, es que los recortes dejan de pronto de ser prioritarios. Los alcaldes que han decidido volver a presentarse intentarán hacerse más visibles y mucho más simpáticos. Las medidas antipopulares –que antes se vendían como duras, pero inevitables– quedarán aparcadas durante algunos meses. Los compromisos del déficit marcados por el Gobierno a las Comunidades también se relajarán y el control de gasto en corporaciones locales, provinciales y regionales ya no será impedimento para invertir en jardines, glorietas y parques. Incluso veremos alguna improvisada grúa colocada al pie de esa obra parada hace dos o tres años por falta de recursos. (¿El hospital de Guadalajara?)
En el terreno judicial las cosas son todavía más alarmantes. Los jueces sentarán a cientos de acusados en el banquillo, cuando hayan cerrado las instrucciones de los sumarios.
La agenda de casos de corrupción es tan apretada que no creo que las citas electorales puedan quedar al margen de esta epidemia en la que están contagiados políticos, empresarios y altos cargos de muy distinto pelaje ideológico. También, por supuesto, Iñaki Urdangarin, su socio Diego Torres y la infanta Doña Cristina… La trama “Gürtel”, el “Caso Bárcenas”, la presunta “caja b” del Partido Popular, sin perder de vista el interminable procedimiento que sigue la jueza Alaya sobre los ERE en Andalucía, la Operación Púnica del amigo Paco Granados, etc. Y lo que pueda surgir en los próximos meses, pues estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban.
Hablando de terminar, he dejado para el final la pasión de catalanes, de la que hizo una acertada radiografía Felipe VI en su Mensaje de Navidad. Es un asunto tan cansino que da pereza afrontarlo. Está claro que tenemos un problema, pero también es verdad que este problema no lo hemos generado los españoles, sino un iluminado dirigente político nacionalista que parece empeñado en figurar por méritos propios en la historia más triste, más negra y más cicatera de Cataluña.
Si Artur Mas sigue empeñado en convocar unas elecciones plebiscitarias en el Principado catalán, las citas electorales de 2015 y las citaciones en los juzgados pueden pasar a un segundo plano. Y eso es lo que habrá que impedir.
Pero para ello se necesitan acuerdos y alianzas que no serán fáciles si a finales de este año nos encontramos con un escenario político fragmentado y con partidos demasiado habituados al enfrentamiento, a la gresca y a los mensajes cruzados.