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Valla rota
Valla rota

Tengo que darte una noticia, cariño –le dijo ella una mañana de principios de verano acariciándole con indolente ternura la nuca mientras él actualizaba por enésima vez sus temas de bachillerato.

Él conocía bien ese gesto; era el habitual cuando la noticia no era buena. Ella sabía que no debía comunicarle novedades desagradables después del mediodía ya que a él le alteraban profundamente y le impedían conciliar el sueño.

–¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo a mi madre? ¿Otra sanción de tráfico? Ha llegado el recibo del seguro de la casa o el del coche, seguro –respondió él mientras sentía que se alteraba su ritmo cardíaco.

–Por ahí, por ahí, caliente, caliente... –ella siempre se tomaba con más calma las cuestiones económicas. Él solía ceder a una desesperación súbita, como si fuera algo irremediable que fuera a sumirlos en un estado de desgracia permanente–. Ha llegado el recibo del I.B.I.: 1.300 euros.

–Pero, ¿cómo 1300? Si pagábamos 400 o 500. ¡Es el triple! – dijo él sintiendo que le ascendía una ira ardiente desde el estómago hasta el rostro y empezaba a sentir un sudor frío en el la espalda.

–Sí, han debido actualizar el catastro –dijo ella con un gran dominio de sí misma e intentando mantener un tono neutro de voz–. Ya te lo he dicho varias veces: cuando actualicen el catastro tendremos que pagar el doble o el triple.

–¡No me lo puedo creer! ¡1300! –rugió él mientras se mesaba con rabia el cabello de las sienes–. ¡Pero si eso es más del salario mínimo mensual! ¡Y nos va a tocar pagar ese dineral todos los años! ¿Y adónde va a parar ese dinero que tanto nos cuesta ganar? Financiarán con él esos grotescos desfiles de fiestas. O lo usarán para ejecutar a unas pobres bestias en la plaza de toros. ¡Me cago en el yelmo del Doncel! ¿Será posible? ¡Qué desolado lugar éste!

–No te enfades, amor, no te lo tomes a la tremenda. Eres un malpensado –replicó ella con dulzura mientras le acariciaba suavemente las muñecas y él gesticulaba como si hubiera ocurrido algo terriblemente irremediable–. Seguro que con esta subida de impuestos pretenden mejorar la calidad de vida de sus queridos conciudadanos. Sin duda lo invertirán en construir ese carril-bici que han prometido en el programa electoral y que llevas veinticinco años esperando. Verás qué bien circulas, amado mío, y con qué seguridad, por esa nueva vía que tanta envidia te daba cuando la vimos en Salamanca a la ribera del Tormes, o en Soria, camino de la pradera de Valonsadero.

–¿Tú crees? –preguntó él mientras parecía apaciguarse durante unos segundos.

–Claro, mi vida. Sin duda éste es el comienzo de una nueva etapa en la vida de Sigüenza. No me cabe la menor duda: con ese dinero podrán actualizar la red de distribución de agua y ya no sufriremos esos molestos e inesperados cortes que nos sorprenden siempre cuando vamos a poner el lavavajillas. Repararán definitivamente esa avería de la calle Cruz Dorada que ya nos ha inundado dos veces la planta baja...

–¿De verdad lo crees así, princesa de mis días y de mis noches? –él sólo usaba esas referencias literarias cuando quería autoconvencerse de algo inverosímil–. Yo no lo tengo tan claro.

–Evidentemente, gallardo doncel –respondió ella intentado aparentar seriedad y seguridad en sí misma–. Estoy convencida de que en poco tiempo tendremos instalado un equipo descalcificador de aguas que nos  evitará esos facturones de dentista y podremos, por fín, lucir un pelo brillante y resplandeciente como nunca–. Tanto ellos como sus hijas siempre se habían quejado de lo difícil que era aclararse el pelo debido al exceso de cal en el agua. –Además, ya no tendremos que dejar en remojo las alubias o los garbanzos durante dos días para que se ablanden. Corazón mío, ¡esto es el principio de otra vida!  

–Pues yo, corza mía, continúo siendo muy escéptico. Creo que la mayor parte se invertirá en amortizar la insondable deuda que arrastra el municipio desde hace veinte años –se interrumpió unos instantes, rememorando mentalmente los lejanos días de su llegada a Sigüenza, adonde habían emigrado para escapar de la inseguridad del centro de Madrid cuando nació su primera hija.

–Debes confiar en ellos, mi apuesto caballero. Indudablemente usarán nuestros tributos para mejorar la seguridad ciudadana. Las eficientes patrullas nocturnas de la Policía Local impedirán que vuelvan a destrozarnos la valla del patio exterior.

Habían sufrido dos ataques de vandalismo en el último año que habían desmantelado varios paneles de la frágil celosía exterior que él mismo había instalado.

–Te encuentro muy optimista, mi dama galana –respondió él mientras se esforzaba en creer en lo que ella le decía.

–Por supuesto, aliento de mis días. Estoy convencida de que con ese dineral que van a recaudar nuestra ciudad presentará un aspecto inmaculado. Incrementarán los servicios de limpieza viaria y ya no tendremos que barrer nosotros la calle–. Llevaban años limpiando ellos el último tramo de la calle S. Lázaro. –Además, los nuevos y expertos jardineros instalarán riego por goteo en todos los espacios públicos y disfrutaremos de un vergel delante de nuestra casa–. Siempre habían cuidado ellos mismos el pequeño triángulo de suelo municipal situado ante su fachada sur, pero habían desistido ya, debido a que todo el vecindario usaba ese espacio para que se aliviaran sus perros y jamás recogían esas inmundicias. También los escasos jóvenes del barrio lo utilizaban para hacer botellón dejando el suelo cubierto de todo tipo de envases o para fumar porros.

–Pero, a propósito, mi noche estrellada, ¿qué es exactamente el I.B.I.? –preguntó él, más conciliador.

–Pues, como su nombre indica, mi grácil corcel, es un impuesto que pagan los propietarios de inmuebles al ayuntamiento del municipio en que se hallan esas propiedades.

–Entonces, amada mía, se supone que a cambio de esa tributación el ayuntamiento debería realizar un mantenimiento permanente –alegó él, muy convencido.

–Sería lo más lógico, mi fogoso lancero. Pero no hay ninguna ley ni normativa que a ello les obligue. Pueden disponer de esa recaudación según estimen ellos más conveniente.

–¿Y la Iglesia también tributa? Porque seguramente será de las instituciones que más propiedades tenga en el municipio.

–Pues no, confiado esposo mío; en virtud del Concordato con el Vaticano la Iglesia Católica está exenta de ese impuesto. He leído en Wikipedia que los expertos estiman esa merma en las arcas públicas entre los 2.000 y los 2.500 millones de euros en toda España cada año.

–¡Dos mil millones al año...! Con ese dinero se podrían pagar muchos comedores escolares, conceder muchas becas de estudios, mejorar la formación de los profesores, reducir el número de alumnos por aula, aumentar las pensiones de jubilación,...

–Sin duda, pero ya sabes que aunque todavía quedan algunos buenos católicos, la jerarquía no muestra un espíritu muy cristiano que digamos. Ni Felipe ni Zapatero en sus respectivos períodos de gobierno se atrevieron a derogar el Concordato. ¡Menudos socialistas!

–Sí, nunca he podido entender el enorme prestigio del que goza Felipe. A mí siempre me ha parecido un estadista de muy baja talla que nunca se atrevió a dar pasos decisivos como éste del Concordato o la cuestión de la Memoria Histórica... –dijo él volviendo a acalorarse.

–Bueno, bueno, no te alteres, que luego no podrás dormir –dijo ella con dulzura.
Por supuesto él, después de múltiples cambios de postura en la cama, varias infusiones tranquilizantes y algunos cigarrillos, se pasó la noche entera actualizando sus apuntes de bachillerato.

P.D. Los daños que se mencionan son rigurosamente ciertos. En el caso del asalto a la valla, existen denuncias ante la Guardia civil que así lo acreditan.

Isabel Alguacil/Alberto Olmeda

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