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Probablemente alguna vez te haya llegado un mail o un washapp contando que Alexander Fleming de niño quedó huérfano y recibió educación gracias a la generosidad de Sir Randolph Churchill, padre de Winston (Primer Ministro del Reino Unido de 1940 a 1945), al que salvó la vida la penicilina unos años después. Bueno, pues… esta historia es falsa.

Monumento al Dr. Fleming, plaza de toros de Las Ventas, “Agradecimiento de los toreros”. Imagen: Wikimedia Commons.

Alexander Fleming (1881-1955) resultó huérfano a los siete años, quedando al cuidado de su abuelo. Al terminar la secundaria trabajó en una compañía naviera hasta que falleció su tío John y, con la herencia que recibió, estudió medicina en Londres. En la universidad formó parte del equipo de tiro deportivo con rifle, y tenía buena puntería. Al terminar sus estudios el capitán del equipo le consiguió un puesto de ayudante de investigador en el hospital universitario St. Mary’s y así conservarlo en el equipo.

La Primera Guerra Mundial lo llevó como médico a los campos de batalla de Francia; campaña en la que murieron más soldados por las infecciones de sus heridas que por las balas.

Al finalizar la guerra volvió al St. Mary’s, donde dedicó sus días a buscar cómo combatir a los grandes asesinos de las tropas: las bacterias.

Analizando la mucosidad de un enfermo encontró la lisozina (una sustancia antiséptica que se encuentra en la saliva, la mucosidad nasal, las lágrimas y otras secreciones); desgraciadamente esta sustancia solo servía en algunos casos (algunos dicen que encontró la lisozina tras estornudar en una placa de Petri; pero esto tampoco es cierto).

En el año 1928 se fue de vacaciones dejando sus preparados en una esquina del laboratorio (Alexander era un buen investigador, aunque un poco desordenado). Regresó precipitadamente para intentar ayudar a un amigo cirujano, que había contraído una grave infección practicando una autopsia. Fue entonces cuando descubrió que sus preparados bacterianos habían sido contaminados por un hongo.

Fleming se dio cuenta de que alrededor del hongo, el Penicillium Notatum, no había bacterias, y decidió investigar. Junto a su equipo intentó identificar la sustancia que mataba a las bacterias, a la que inicialmente llamó Jugo de Moho. Solicitó la ayuda de dos químicos de la universidad; sin embargo, el equipo no fue capaz de identificar su naturaleza íntima.

Alexander publicó un artículo científico en el que daba cuenta de las limitadas aplicaciones del Penicillium a la medicina, por su difícil consecución y porque no se podía administrar por vía intravenosa, dada su alta inestabilidad. Recomendó su empleo para la segregación de bacterias en laboratorio y, de hecho, hoy sigue usándose como técnica básica de la biotecnología. Como las perspectivas resultaban escasas, Fleming abandonó esta investigación.

A decir verdad, Fleming no fue el primero en apuntar a los hongos y al Penicillium. Desde la antigüedad se han utilizado mohos para curar heridas y eran varios los científicos que habían observado que el Penicillium mataba a las bacterias. John Scott Burdon-Sanderson parece que fue el primero. Louis Pasteur, que fue el autor de la teoría del origen microbiano de las enfermedades. Joseph Lister, estos días se ha dicho que fue el descubridor de la bacteria listeria, de dramática actualidad; sin embargo, tanto la bacteria como el producto listerine recibieron el nombre en su honor. Ernest Duchesne, al que muchos consideran el primer descubridor de la penicilina. O el costarricense Clodomiro “Clorito” Picado, que entre 1915 y 1927 usó este hongo para curar enfermos, antes del descubrimiento de Fleming.

Solo pasaron diez años desde la investigación de  Fleming, cuandoHoward Florey y su equipo iniciaron una investigación encaminada a producir la penicilina de forma industrial, lo que lograron en plena Segunda Guerra Mundial. Para alcanzar su propósito debían superar aquello en lo que el equipo de Fleming había sido derrotado: determinar la composición química de la penicilina. Aquí triunfó Ernst Chain, del equipo de Florey. Ahora bien, esta es otra historia que contaremos en el próximo artículo.

A los tres, Fleming, Florey y Chain les dieron el premio Nobel de Medicina en el año 1945 y podría decirse que son las personas que más vidas han salvado desde el comienzo de la Humanidad. Cualquiera de ellos fue fundamental en la consecución de la Penicilina.

En 1943, antes de la producción libre de la penicilina, Winston Churchill enfermó de pulmonía y salvó la vida al ser tratado con una sulfamida. No hace falta recalcar que también es falsa la curación de Winston Churchill por la penicilina.

El descubrimiento de Fleming en las muestras contaminadas se suele presentar como un ejemplo de serendipia (descubrimiento casual o accidental); no obstante, es siempre deseable que la inspiración encuentre al poeta trabajando. Fleming se dedicaba a buscar sustancias antibacterianas, cualquier cosa que pasase por delante de sus ojos era analizada desde ese punto de vista. Encontrar un antibiótico en esas condiciones mentales no es casualidad, es dedicación y entrenamiento. La imagen del descubrimiento casual se la debemos a la prensa que trató esta historia después de la Segunda Guerra Mundial.

Como curiosidad, añado que el primer monumento en honor de Alexander Fleming que se levantó en el mundo lo fue en el Parque Isabel la Católica de Gijón, en 1955, solo 6 meses después de su fallecimiento.
   
Para saber más: Fleming, de Robert Gwyn Macfarlane, Salvat Editores S.A

Luis Montalvo Guitart