Conversación con Alicia Gonzalo López, Religiosa seguntina que lleva un centro infantil en Rusia. Alicia Gonzalo López, Hermana de la Caridad de Santa Ana: “Nací en una familia religiosa. Estudié primero en las Ursulinas y luego en el colegio de Santa Ana de Guadalajara y allí encontré una referencia de vida. Me atrajo mucho el estilo de vida de estas mujeres. Luego fui a la Universidad a Pamplona. Hice Filología Románica. Acabé la carrera en junio del año 77 y en septiembre ya entré en la Congregación. He vivido en diferentes lugares: en Bilbao, en Zaragoza, pero donde más años he vivido ya es en Rusia, en Vladivostok”.
El motivo de la conversación con Alicia Gonzalo López ha sido un concierto benéfico, ofrecido por el pianista seguntino Gerardo López Laguna, que reunió gran cantidad de público en la sala “El Pósito” de Sigüenza el 24 de agosto pasado. Lo organizó Alicia, en estrecha colaboración con otras personas e Instituciones, a favor del centro infantil “Tropinka”. La recaudación superó los tres mil euros.
El Centro infantil “Tropinka” se encuentra cerca de Vladivostok, a unos 15 mil kilómetros de Sigüenza, en el Oriente Lejano de Rusia.
¿Cómo llegaste tan lejos?
Las Hermanas de nuestra Congregación somos más de 2000 estamos en los cinco Continentes. En Vladivostok hay una comunidad a la que yo pertenezco, y la fundamos en 1998 cuatro Hermanas: Tres españolas y una india. De las cuatro, ahora dos están en España y una en Filipinas. La Comunidad de Vladivostok ahora la formamos una Hermana filipina, una rusa, una india, una costarricense y yo.
¿Cómo fue? ¿Un día decidiste formar una comunidad allí?
No, eso no lo decidimos sólo nosotras: En Krasnoyarsk hay una comunidad de Religiosos Claretianos. Un sacerdote claretiano de Madrid, en 1997, fue a visitar a sus Hermanos claretianos a Krasnoyarsk. Por aquel entonces en Rusia se abrieron posibilidades de reconstruir la Iglesia católica, porque ésta siempre estuvo presente en Rusia pero muy diseminada en los tiempos soviéticos. Fue entonces cuando los claretianos decidieron que se podía invitar a alguna Comunidad de Religiosas.
Pensaron que les faltaban monjas…
Pensaron que en la Iglesia rusa faltaban monjas porque en las parroquias había algún sacerdote pero no había religiosas. Mi Superiora General fue a Novosibirsk a hablar con el Obispo, pues de él dependía la parroquia de Krasnoiarsk, hablaron y al final se decidió que mejor ir a Vladivostok puesto que allí no había ninguna presencia de Vida Religiosa femenina.
Yo me estaba preparando por entonces para ir a África, a Ruanda. Estaba mejorando mi francés en Zaragoza. En este momento nuestras comunidades en Ruanda sufrían mucho por razones de la guerra. Pero bueno… Dios me cambió el destino. Dije que podía ir a Rusia.
¿Qué idea previa tenías de Rusia?
Era para mí una tierra incógnita. Nunca me había planteado ir a Rusia. Lo que más me impactó cuando llegué fueron las condiciones tan precarias de vida. Quizás porque nosotras tenemos muchas comunidades en África, en la India, yo siempre asociaba la pobreza con algunos países pero nunca con Rusia… Era el año 98.
Fueron años muy complicados, los 90…
La primera vez que fui, pasé por San Petersburgo. Me pareció una ciudad monumental pero tremendamente destruida. Sin embargo, fui unos años después y había cambiado muchísimo. Como Rusia misma, que ha cambiado mucho en estos 16 años que llevo allí. Pero la impresión del año 98 era que estaba todo hundido. Claro, para mí siempre ha sido un gran interrogante el por qué aquello que hubo de positivo no supieron mantenerlo. Hablan del colectivismo de los rusos. Pero por ejemplo yo lo que veía era que los pisos por dentro no estaban mal y sin embargo los espacios comunes, como los portales, eran horribles. Me explicaron que no se consideraban “de todos” sino “de nadie”. La idea de “lo común” no funcionaba. Yo creo que el hombre es el que mantiene las ideas, y si las ideas están por encima del hombre, pues pasa lo que ha pasado. Las ideas cayeron, y cayó todo…
Luego, me impactó también la presencia de la mujer en la vida rusa. El alma de Rusia era la mujer. Los tranvías los conducían mujeres, en los bancos estaban mujeres, en los aeropuertos estaban mujeres…
Y otro recuerdo del primer momento es el de una hospitalidad tremenda. Nos ayudaron muchísimo porque nosotras no sabíamos prácticamente la lengua, aunque estuvimos estudiando algunos meses en Madrid, pero, vamos, poquito... Enseguida me contrataron en la Universidad para dar clases de Español.
¿Cómo ves el carácter ruso?
Yo distingo entre el hombre y la mujer. Me he movido siempre en un colectivo fundamentalmente femenino, porque en la Universidad todas mis colegas son mujeres y en todos los ámbitos en los que me muevo apenas hay hombres. La mujer es la persona que sabe hacerlo todo. Yo tenía una Decana que era capaz de llevar un Decanato en una Universidad en la que estudian más de 40 mil alumnos pero el fin de semana estaba cavando patatas en la dacha y cosía ropa para su hija y nos hacía unas empanadillas buenísimas. Pienso que la mujer rusa es y ha sido muy completa. El hombre ruso me parece muy tocado por el problema del alcohol y poco responsable de la vida familiar. También me parece que los rusos son religiosos o espirituales en el sentido de que están convencidos de que “existe algo”, unas “fuerzas superiores al ser humano”. Pero su religiosidad está también muy mezclada con la superstición. Me parece que perciben a Dios más como una fuerza amenazadora que como un Dios personal y liberador.
¿Cómo es vuestra relación con los ortodoxos?
En principio, la Iglesia católica es muy abierta a otras confesiones religiosas, porque el ecumenismo y la unidad para ella es un valor y un objetivo. Pero, desgraciadamente, para la Iglesia ortodoxa, en la región en la que yo vivo, el ecumenismo es algo lejano y poco valorado. A nivel jerárquico no hay apenas relación. Por ejemplo, todos los años, en Navidad, tenemos en nuestra parroquia un Festival de Coros Cristianos. Participamos diversas confesiones cristianas. Los ortodoxos nunca participan.
Bueno… Aquí en Sigüenza teníamos a Kevin, misionero evangelista que desarrolló mucha actividad con los niños y niñas. Él era aquí un poco lo mismo que vosotros allí. Y tampoco la Iglesia local, en este caso católica, colaboraba en sus actividades…
Yo apenas he vivido en Sigüenza, quizás es un ámbito muy especial más cerrado a lo “diferente”. Yo he vivido en Bilbao, en Zaragoza y no ha sido así. La apertura siempre es un bien.
A la iglesia ortodoxa la valoro mucho pero creo que tiene que hacer un gran cambio. Tiene que hacer un esfuerzo de formación de sus fieles, formación teológica, formación espiritual. Y creo que también tiene que abrirse a otros hermanos creyentes porque verdaderamente entre los católicos y los ortodoxos no hay apenas diferencias teológicas. Me parece que el día que nos unamos seremos más completos. Cuando entré por primera vez en una iglesia ortodoxa –fue en Krasnoyarsk– experimenté a Dios como belleza, como misterio. Sin embargo cuando yo entro en una iglesia católica, en cualquier parroquia, lo que experimento es a un Dios liberador, cercano, que hace presente la misericordia, la ayuda, la salvación... Quizás a la iglesia ortodoxa le falta esta dimensión de acercamiento al hombre, y a la iglesia católica le esté faltando misterio.
El centro "Tropinka"
Allí estás haciendo trabajo que no ha hecho la iglesia ortodoxa… ¿Cómo se creó el Centro infantil “Tropinka”?
En Vladivostok hay una parroquia católica, restaurada, que por un acuerdo con el Ayuntamiento de la ciudad también se utiliza como sala de conciertos de órgano. Hay dos sacerdotes norteamericanos desde el año 91. Ellos se desplazaban, desde el principio, a pequeños pueblos de alrededor en las que había católicos. Con uno de estos sacerdotes, desde el principio, yo iba, una vez al mes, a Románovka prestar asistencia espiritual.
En muchas ocasiones, lo que veía cuando visitaba a las familias eran verdaderos horrores, todo vinculado al alcoholismo. Donde entra el vodka, y más si éste está adulterado, ya no hay familia, ya no hay trabajo, ya no hay hijos, ya no hay nada... Los niños sufren, en primer lugar, las consecuencias. Buscaba una habitación, un sitio donde los niños pudieran venir y sentirse a salvo cuando fuera necesario . Pasaba por la calle y vi al lado de la escuela una tienda en la que ponía “Se vende”, y yo me dije por dentro “Esto va a ser nuestro, para los niños”. Volví a la ciudad, me puse en contacto con mi Superiora en Manila, en Filipinas, pregunté si lo podríamos comprar y me dijo “sí”. Lo dije a los curas de la parroquia y resulta que tenían 22 mil dólares precisamente para Románovka, los había donado un sacerdote americano para hacer allí alguna parroquia, pero no se llegó a hacer y el dinero estaba allí. Con este dinero compramos la tienda, empezamos la obra y pensamos un nombre para el futuro Centro: “Tropinka” significa en ruso “caminito pequeño”, “sendero”. El Centro no está pensado como un complemento a la escuela, no es un centro educativo, es un centro de acogida que se ofrece para aportar seguridad, bienestar, descanso. Los niños simplemente descansan, ven dibujos animados, hacen manualidades, bailan, aprenden algo de música, inglés, juegan, yo también les enseño algo de español, se les apoya en los deberes...
¿Y lo religioso?
Tropinka es un lugar abierto a todos, sin tener en cuenta su condición o no creyente. Uno de los trabajadores de “Tropinka”, Serguei Yúrievich, se define a sí mismo como “ateo ortodoxo” (porque se bautizó por la insistencia de su mujer). Para los niños la presencia masculina es muy importante porque es de lo que carecen. De profesión es pintor, acabó Bellas Artes. Un hombre impecable. Liena, otra de las trabajadoras, es católica, Olga, la tercera, no es creyente. Y nosotras, Religiosas católicas... Entre los voluntarios hay de todo...
¿Vives en Románovka donde está “Tropinka”, o en Vladivostok?
En Vladivostok. Vivo en la comunidad de la que hablaba antes. Románovka todavía está cerrada a los extranjeros. Siempre fue un lugar para la aviación militar. Eso ha desaparecido después de la Perestroika pero aunque no haya nada, la ley sigue. Voy allí en autobús o en coche. Y sólo tengo permiso para estar allí dos horas diarias. Pero todo el mundo sabe que estoy todo el día y nunca he tenido problemas. Ahora estamos haciendo todo lo posible para que nos permitan vivir allí. Esperamos...
No pareces espía…
Sin embargo hay gente que piensa que lo soy. Porque hay gente que no puede cambiar el chip. Hay que dar tiempo.
Entrevista: Galina Lukiánina / Domingo Bartolomé