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La puesta en explotación de las minas de plata de Hiendelaencina supuso para los accionistas de la compañías que se crearon a tal efecto una fuente extraordinaria de beneficios, especialmente durante su primer periodo de aprovechamiento entre los años 1844-1870:

“Han continuado en la semana anterior las operaciones financieras bastante animadas; Las minas Santa Cecilia y Suerte en Hiendelaencina, aumentan considerablemente en valor: de la primera se han realizado ventas de 190 á 192,000 rs., y la Suerte ha subido basta 231,000 rs. á cuyo precio se han hecho bastantes trasferencias. La Santa Cecilia llamó á percibir el 23 del corriente á sus socios, 3,000 rs. por acción; igual cantidad reparte á las suyos la mina Suerte.”1

Un diario progresista madrileño de la época decía al respecto:

“Los que con los sudores de los trabajadores encuentran la fortuna, no pueden olvidar que sin ellos nunca habrían alcanzado el resultado apetecido”.2
Una vez agotadas las reservas de mano de obra del pueblo de Hiendelaencina y de los colindantes, acudieron allí multitud de trabajadores de otras provincias.

A principios del año 1855 se ocupaban en el laboreo de las minas 1211 individuos, y 429 en la fábrica de beneficio La Constante, sin contar los ocupados en otros empleos. A decir verdad los mineros de Hiendelaencina estaban bastante abandonados por los dueños de las compañías para los que trabajaban, como ponía de manifiesto el elevado número de accidentes mortales que sufrían:

“...es lamentable lo que está pasando en las minas en general, y en las de Hiendelaencina en particular. Véanse los libros de óbitos de las parroquias del partido de Atienza, regístrense los archivos de su juzgado, y se verá el sin número de víctimas que causan las asfixias, los hundimientos, las inundaciones, la falta de precauciones higiénicas, etc., etc. Y aun así no se verá todo, porque es frecuente en el distrito correrse la voz de que se ha hundido tal o cual galería, ó que han perecido en la boca de tal o cual mina tantos o cuantos infelices trabajadores. ¡Y allí se quedan los cadáveres, unas veces por indolencia, otras por la eterna causa de la falta de fondos... ¡Esto es horrible!”2

Ganaban un “mísero jornal”3 trabajado a destajo, aunque solamente cuando estaban “buenos y sanos”4; las jornadas laborales eran de 12 horas y trabajaban en pozos donde se llegaba alcanzar los 47o C, con problemas de vivienda pues la localidad solo contaba con 38 casas antes de comenzar los trabajos mineros.

Desde el mismo año del descubrimiento del filón rico de Hiendelaencina en 1844, gobernaba el país con mano dura el partido moderado, representante directo de los intereses de los latifundistas agrarios y la burguesía financiera. Pero llegada la primavera de 1854, el descontento y la inquietud social eran  generalizados por los escándalos financieros y la corrupción, que salieron a la luz con las concesiones de las líneas ferroviarias, en los que estaban implicados la Casa Real y el gobierno. Los escándalos de corrupción coincidieron con el anuncio de un adelanto del pago de impuestos con seis meses de antelación por la falta de fondos de Hacienda; la propagación de la epidemia de cólera; la carestía y escasez del pan por la mala cosecha del año anterior. La carestía del pan se acentuó debido a las grandes exportaciones de grano favorecidas por la guerra de Crimea, pues el mercado europeo, surtido habitualmente por el trigo ruso, se abrió a los exportadores de grano españoles quienes obtuvieron grandes beneficios pues los precios subieron al cerrarse los puertos rusos de Odesa y Sebastopol. La fanega de trigo ya subía  tres reales en Guadalajara en febrero de ese año. Todas estas circunstancias dieron pie a un pronunciamiento del ejército, capitaneado por los generales O’Donnell y Dulce. Solo triunfó cuando entraron en escena las gentes del bajo pueblo de Madrid que
“levantaron barricadas, asaltaron las cárceles y liberaron a los presos políticos; luego comenzó el pillaje y el saqueo de las casas de los mas conocidos prohombres moderados. (...) El deseo de un cambio político se vinculaba a las esperanzas de una redención social. Aquellas turbas desmandadas luchaban más por el pan que por los progresistas; pero el triunfo del progresismo iba a ser consecuencia inmediata”.5

La reina Isabel II, temerosa de perder el trono, llamó a Espartero para que la salvara, y así los progresistas entraron en el gobierno.
Los conflictos sociales se generalizaban en todo el Estado, con motivaciones similares a los de Madrid. Y también en Hiendelaencina donde —como explicaría años después en una carta a la prensa Ramón Calderón, el oficial al mando de las tropas que contuvieron la insurrección— “... los trabajadores mineros que á pretexto y á la sombra del movimiento nacional, se habían entregado a toda clase de atentados”. 6

La Junta de Gobierno de Guadalajara, que hablaba de orden y cordura en un manifiesto dirigido a la provincia, tras el éxito progresista, recurrió al brazo protector del ejército para sofocar la insurrección solicitando “acudiesen dos compañías del brillante Batallón de Cazadores de Chiclana y cuarenta hombres de la Guardia civil (...) para reprimir los excesos ocurridos y evitar su reproducción, en un pueblo compuesto por millares de jornaleros que por la diversidad de las provincias a que pertenecen y ocupación que tienen se prestan con mas facilidad á ellos”.7

Esta Junta estaba compuesta por individuos de las clases medias afines al Partido Progresista, cuyos capitales procedentes del comercio habían invertido en la compra de tierras de la iglesia en la Desamortización de Mendizabal. Estos nuevos propietarios, aunque postergados políticamente durante la década moderada, se habían beneficiado del orden público impuesto en el campo con la creación de la Guardia civil, con el consiguiente aumento de sus ganancias, y querían ahora una revolución a su medida con nuevas leyes, que favoreciesen sus intereses económicos y sobre todo que siguieran garantizando la paz social aunque fuera por la fuerza, como lo declaraban tras los sucesos de Hiendelaencina:

“...bajo ningún pretexto consentirá se altere el orden público en ningún pueblo de la provincia, y que cuenta para conseguirlo con la eficaz cooperación del Sr. Gobernador militar y todas las tropas de su mando”.8

Instintivamente, percibiendo que de la riqueza que extraían con duros esfuerzos e incluso el sacrificio de sus vidas,  apenas les llegaba una mínima parte  mientras otros lograban extraordinarios beneficios en la Bolsa, los asalariados de Hiendelaencina interpretaron que los sucesos de Madrid eran la señal para un cambio de su suerte e intentaron llevarlo a cabo mediante el intento de apropiación directa de los bienes de los comercios y casas de los ricos del lugar.

La burguesía, que había arrastrado a los obreros a la lucha contra el despotismo, aterrada ahora cuando estos reclamaban “la parte que les corresponde del resultado de la victoria”, en palabras de K. Marx para la ocasión, prefería volverse a echar en brazos de la casta dominante (monarquía, aristocracia..), antes que llevar a cabo la revolución democrática, por el miedo a que esta fuera desbordada por las luchas reivindicativas de las clases trabajadoras.

1. Revista minera. 1855. Tomo V
2. El Pabellón médico, agosto 1864
3. Canedo y Nava, J. “Memoria sobre los productos de la industria española reunidos en la exposición publica de 1850”. Madrid.1850. Pág.: 109.
4. El Clamor Público, 28-8-1853
5. Comellas, J. L. “Hª de España moderna y contemporánea”. Tomo I. Rialp Madrid 1974.Pág.: 346
6. La Iberia, 19-4-1866
7. Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara (BOPGU), 30-7-1854.
8. BOPGU, 30-7-1854.

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