Estamos en el quinto centenario de Cisneros (1436-1517), y el aficionado a la historia local se ve en la necesidad de ponerse en claro respecto a tamaña figura histórica. Ese hombre fue un verdadero gigante, alguien que llegó a regir los destinos de España en el interregno entre los Reyes Católicos y Carlos I el Emperador; pero ¿qué significó su breve paso por Sigüenza?… Para abreviar mi ignorancia acudo con mis preguntas a la Cronista Oficial, temeroso de extraviarme consultando la biografía de trescientas páginas que encuentro más a mano, y que apenas dedica un par de ellas al paso de Cisneros por nuestra ciudad.
Y más o menos estos son los hitos seguntinos del personaje. Primer hecho clave: llega a la ciudad ya en la cuarentena, traído como capellán mayor por el cardenal Mendoza, a quien servirá de provisor; es, por así decirlo, el que ha de representar al cardenal ante el Cabildo y el Concejo; y si ya está lejos cuando acaece la reforma urbanística y consecuente modernización de Sigüenza, tal vez se plasme ahí alguna de sus ideas. Segundo hecho: el futuro fundador de la Universidad Complutense tiene como colega en el Cabildo al arcipreste de Almazán, es decir, a López de Medina, fundador de nuestra universidad seguntina, el Colegio de San Antonio de Portaceli; aquí pudo anticipar, como en ensayo mínimo, lo que será su mayor logro cultural en Alcalá de Henares. Tercer hecho, rozando ya la leyenda: aquí pudo perfeccionar sus conocimientos de hebreo en el trato con la comunidad judía y conocer acaso sus textos sagrados; un vislumbre de la futura Biblia Políglota Complutense, de la que será editor. Tres hechos importantes, pero falta el cuarto, sorprendente y decisivo: de Sigüenza sale Cisneros con voluntad de retirarse para siempre de la vida pública y recluirse en un eremitorio, dejando atrás sus rentas y dignidades, incluso con cambio de nombre, de Gonzalo a fray Francisco, como quien quiere dejar atrás al hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. Casi una decena de años estuvo en Sigüenza (1476-1484), y casi una decena de años pasará como guardián (superior) de La Salceda, haciendo vida ascética, de donde solo saldrá como confesor de la reina Isabel para mezclarse con los destinos de España.
Fue este último hecho el que me dejó pensativo. No hay documento alguno, una carta personal, un comentario de sus biógrafos de la época, que permita encontrar relación entre su paso por Sigüenza, donde llegó a tener casa y servidumbre, y su retiro como fraile recoleto. Por lo que tuve que abandonar el terreno de la Historia para adentrarme por el de la imaginación y la literatura, y así intentar entender esa concatenación entre vida pública en Sigüenza y deseo de retirarse del mundo.
Hay que asomarse a lo que era Sigüenza a finales del siglo XV, cuando todavía don Martín Vázquez de Arce no había caído en la Vega de Granada, y más que doncel, era un buen mozo que, cruzando las Travesañas o subiendo por Arcedianos o Mayor, pudo cruzarse más de una vez con el honrado don Gonzalo Jiménez de Cisneros, cuando este era la autoridad ejecutiva de nuestra ciudad bajomedieval. Y sí sorprende que esa ciudad, cerrada por las murallas del catorce, que dejaban la Catedral extramuros rodeada de su propia muralla, fuese una ciudad cristiana, judía y mora, con su judería y su morería; justo lo que al final de la regencia de Cisneros ya no era España: atrás quedaba la expulsión de judíos y moriscos en pro de la unidad religiosa de la naciente nación, habiendo tenido él parte activa en esa reforma de integración religiosa.
¿Qué le pasó a este hombre en Sigüenza para querer retirarse del mundo?
Para intentar comprenderlo me asomo a la doctrina del Eclesiastés. Cisneros puede ser para nosotros, seguntinos, el gran personaje que viviendo aquí descubrió el engaño del mundo: que todo es vanidad o absurdo, salvo el temor de Dios, y que es de sabios retirarse del mundo y vivir la felicidad de cada día contemplando las obras insondables de su Creador.
Vio en nuestras calles Cisneros la vida cotidiana de los hombres; pero si la muerte final los iguala, qué le queda al hombre de todos los trabajos y afanes que persiguió bajo el sol. Vio aquí cómo los hijos heredan la obra que los padres no pueden gozar. Cómo se repiten las novedades. Cómo se olvidan los antepasados.
Y que la sabiduría lo único que acarrea es dolor. Y que la risa es locura. Cisneros superó a cuantos lo habían precedido, tuvo aquí el poder y descubrió que el poder también es vanidad; y que la felicidad consiste en ponerse en manos de Dios.
Caminando entre sus convecinos, calles arriba, calles abajo, descubrió que hay un tiempo de construir, y un tiempo de destruir; un tiempo de hablar, y otro de callar, un tiempo de paz y otro de guerra, y que es necio el hombre que pretende desentrañar la realidad y entender lo insondable de Dios. Descubrió que la muerte iguala a los hombres con los animales, y que no hay otra felicidad que la de cada día. Escuchó también el llanto de los oprimidos, y consideró a los muertos más afortunados que los que viven, porque la envidia es el premio que trae el éxito en la vida. Vio que quien ama el dinero, no se sacia con él; que quien acumula riquezas, no las aprovecha; y que al rico no le deja dormir su abundancia. Por eso conviene más apartarse de este mundo, contentarse con lo poco necesario para vivir y buscar la alegría que es el don de Dios.
Llegado a su madurez, vio que la juventud es efímera, aunque no por ello hay que dejar que la tristeza llene el corazón; y que cuando enmudezcan las canciones, es de sabios elegir el temor de Dios antes de que el espíritu vuelva a quien se lo dio.
José M.ª Martínez Taboada
Fundación Martínez Gómez-Gordo