A la derecha del río Dulce, antes de alcanzar La Cabrera y Aragosa, se levanta en una risueña vega un promontorio acunando el pueblo de Pelegrina, con las ruinas del castillo en la cima, de facturas cristianas.
Antonio Ponz. Viage de España, 1772-1794
Así describía en el siglo XVIII el abate Ponz, historiador y viajero ilustrado, sus impresiones ante la visión de este valle dotado por la naturaleza de belleza espectacular. Más cercano a nuestra memoria queda el recuerdo imborrable de “El Hombre y la Tierra”, serie televisiva filmada en los años 70 en las Hoces del río Dulce por Félix Rodríguez de la Fuente, que divulgó y lanzó a la fama esta valiosa reserva ecológica. La espectacular cascada, denominada El Gollorio, domina un paisaje de profundos barrancos con frondosa vegetación donde habitan especies protegidas, que goza de especial protección como Parque Natural.
Los orígenes de Pelegrina se sitúan en un poblado celtibérico, siglos más tarde ocupado por los musulmanes que edificaron su atalaya defensiva. En el año 1196 el rey Alfonso VII la entrega en donación a los obispos de Sigüenza. Impresionados por la serenidad del paisaje, construyeron un castillo-fortaleza para su recreo y descanso. Cuando sus actividades se lo permitían, montados a lomos de una mula, los obispos recorrían las escasas leguas que mediaban con Sigüenza, para disfrutar del sosiego y quietud espiritual que les ofrecía aquel singular paraje. En la ladera en dirección hacia el río, se fue situando un caserío con un trazado irregular de calles empinadas, estrechas y sin orden, adaptadas a las dificultades del terreno, sobre el que se construyeron dos barrios: alto y bajo y la iglesia de la Santísima Trinidad en el siglo XII.
Los habitantes de la villa prestaban servicio y rendían tributo fiscal a sus señores. Su economía estaba principalmente ligada a los recursos que obtenían de los frutos de la tierra. La buena calidad del terreno y su microclima favorecían la proliferación de cerezos, nogueras, manzanos, perales y huertas donde cultivaban hortalizas para su autoconsumo o venta en el mercado. Hasta Sigüenza se desplazaban para realizar el intercambio de sus productos por otro tipo de mercaderías, paños y lencerías. Algunos buscaban trabajo en la ciudad, en el servicio doméstico: criados, lavanderas, cocineros, en casas hidalgas y de miembros del cabildo, a cambio de un salario o de alojamiento y alimentación.
A su alrededor se extendían buenos pastos para el ganado, zonas de caza donde abundaban liebres y perdices; en el río pescaban cangrejos y anguilas y aprovechaban la fuerza de sus aguas para mover un molino harinero. Poseían un paisaje de alto valor forestal: encinas, robles y chaparros, que les procuraban beneficios económicos. Por ese motivo, en alguna ocasión no conformes con el reparto de la suerte de leña y madera cortada en el Monte Rebollar, el concejo con su alcalde a la cabeza llegaron a alzarse en pleito con los municipios limítrofes como sucedió a mediados del XVI. Un siglo de gran actividad y estrecha relación con Sigüenza: en las canteras de Pelegrina se extraía piedra que cargada en carretas se transportaba a Sigüenza, donde los albañiles y canteros levantaban una nueva muralla, ampliaban la ciudad y culminaban la construcción de la catedral. De Sigüenza recibieron el mecenazgo del Obispo D. Fadrique de Portugal, que tuteló la restauración de la iglesia parroquial de Pelegrina, años más tarde enriquecida con un retablo realizado en los talleres seguntinos por el maestro Martín de Vandoma, para su altar mayor.
La vida sencilla y apacible de sus habitantes fue alterada en numerosas ocasiones, con ataques enemigos que poco tenían que ver con ellos. La población sufrió las consecuencias de aquellos actos bélicos, y el castillo, que ya había sido objeto de ofensivas desde tiempos medievales, fue asediado, ocupado, desmantelado e incendiado por las tropas enemigas durante las guerras de Sucesión y de Independencia que tuvieron lugar en los siglos XVIII y XIX, respectivamente.
Fue en aquellos años cuando abrió sus puertas la “Fábrica de La Pelegrina”, de cuyo horno salieron piezas de loza fina: platos, tazas, botijos, cuencos… para surtir las alacenas de las casas y los establecimientos públicos. Con el tiempo, fue adquirida por la Sociedad Minero-Industrial “El Acierto”, dedicada a la producción de tejas árabes, baldosas y ladrillos, aprovechando las canteras de arcilla, yeso y caolín de la zona. La fábrica favoreció el asentamiento de una colonia de trabajadores. Como medio de transporte contaron con un tranvía a vapor, que salía desde la estación de Sigüenza, enlazaba con el ferrocarril minero y llegaba hasta la colonia industrial. Desde la carretera de Sigüenza a Pelegrina, a mano derecha, todavía quedan restos de aquella chimenea que echaba humo hasta el primer tercio del siglo XX.
La Guerra civil de 1936 supuso un duro paréntesis para los vecinos que asistieron a uno de los capítulos más dolorosos de su historia. A partir de los años 50 – 60, la industrialización y el desarrollo urbano de la periferia se convirtieron en focos de atracción de mano de obra, procedente del mundo rural donde los recursos eran escasos. Así se iniciaba el proceso despoblador cuyas duras consecuencias vivimos actualmente. Pelegrina tenía 400 habitantes. Hoy apenas llegan a 20 los residentes. Algunos aún recuerdan cómo se fueron cerrando las casas, abandonando los corrales y talleres de oficios tradicionales, para emigrar en busca de nuevos horizontes. La huida ilustrada protagonizada por la juventud que marcha por motivos de estudio y no vuelve, es un factor que impide el relevo generacional. Al descender el número de habitantes disminuían también las posibilidades de obtener recursos económicos suficientes para atender con unos servicios mínimos sanitarios, educativos y asistenciales a la población. Para hacer frente a todas estas necesidades, Pelegrina solicitó su incorporación al Ayuntamiento de Sigüenza.
El Archivo de Pelegrina
La incorporación de la administración municipal de Pelegrina y su agregado La Cabrera a Sigüenza en el año 1963, permitió recoger y conservar su archivo municipal, que es el testimonio vivo del desarrollo de su vida administrativa, la memoria del municipio y fuente de conocimiento de la vida de sus vecinos en el pasado.
El patrimonio documental de Pelegrina que nos ha llegado comprende los años 1902 a 1963. Esta última fecha al corresponder con la extinción de su administración y de su incorporación a Sigüenza, nos ofrece una fuente primordial, un testimonio vital para el estudio del tema de la despoblación del siglo XX.
Los padrones de habitantes nos pueden ayudar a elaborar un árbol genealógico familiar. Incluyen nombre y apellidos de todos los habitantes de la localidad, domicilio, edad y profesión, lugar de nacimiento, su relación de parentesco con la unidad familiar y si saben leer y escribir, dato que muchos años más tarde pasó a sustituirse por el nivel de estudios. En el Archivo municipal sólo conservamos los padrones de Pelegrina correspondientes a los años 1955 a 1963, fechas esenciales para analizar el proceso de la despoblación y los cambios demográficos producidos por la salida de los vecinos hacia las zonas industrializadas.
Los libros de actas de sesiones del Pleno recogen las decisiones que toma el ayuntamiento en aspectos importantes y necesarios para regular la convivencia de la ciudadanía y nos dejan huella de acontecimientos que marcan la vida diaria como la construcción de la fuente pública, la selección del maestro, las obras de mejora en la escuela, el sorteo y alistamiento de mozos, la formación del censo electoral para unas elecciones… La climatología y la agricultura tienen su reflejo en los Plenos municipales, que recogen decisiones y solicitan ayudas al gobierno, para hacer frente a los fenómenos meteorológicos y sus consecuencias en los cultivos y las cosechas, como en aquella catástrofe del año 1920, cuando el río sobrepasó su cauce, inundando La Cabrera y arrasando la ribera de Pelegrina, provocando daños y destrozos en las cosechas de cereales y hortalizas de aquel año. Otro dato curios puede ser la llegada del teléfono en Pelegrina que se produjo en 1923. El primer aparato telefónico se instaló en el ayuntamiento y las llamadas eran directamente atendidas por el secretario, así podríamos seguir contando más…
Los padrones de población y los Libros de actas de los Plenos municipales, son las series más importantes del archivo. Su conservación es permanente, no se pueden eliminar y es obligatoria su conservación porque contienen datos fundamentales para la defensa de los derechos y deberes de los ciudadanos y, una vez perdido su valor administrativo y jurídico, se convierten en fuentes para el estudio de la historia local.
Amparo Donderis Guastavino
Archivera de Sigüenza