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Fidel Ranz Martínez nació en 1921 en Cortes de Tajuña. Era el mayor de siete hermanos de una familia humilde que vivía de las labores del campo. Si la fortuna hubiese sido otra, en la actualidad hubiera cumplido los 97 años, pero las adversidades de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial le robaron el futuro y la vida. Como muchos españoles dejó de ser niño para enfrentarse con la dura realidad del contexto bélico.

Hace dos meses cuando se publicó el artículo sobre los seguntinos deportados a los campos nazis, quedaba en mi poder un aviso de deceso dirigido a una dirección de Sigüenza en la década de los cincuenta, que junto el resto, había permanecido más de medio siglo en los cajones de algún ministerio hasta ser desclasificados en fechas recientes. Sus apellidos me llamaban especialmente la atención, coincidían con las de una familia con la que he tenido gran relación y cariño desde hace muchos años; y aunque me parecía una posibilidad remota, les pregunté si era posible que un hermano de su padre hubiera desapareció durante la Guerra Civil siendo muy joven. Su respuesta fue inmediata y de sorpresa: “Sí, el hermano de mi padre, mi tío Fidel”. Junto con sus sobrinos he intentado reunir los escasos datos que su abuela y sus padres habían podido transmitirles, y de este modo, devolverle parte de la vida y de la historia que le fue robada. 

A Fidel le sacaron de su casa a la fuerza en 1937, no podemos precisar de qué bando eran, ni tampoco el porqué. Se había escondido en el pajar de su casa… pero lo encontraron. Tan sólo tenía 16 años, le pusieron un mosquetón en las manos y le dijeron: “¡Ahora a luchar y a matar!”. A su hermano no se lo llevaron porque tenía 14 años y les pareció muy joven. Nunca más tuvieron noticias sobre él. Podemos imaginar el dolor de su  madre y de sus hermanos esperando día tras día alguna información sobre él. Poco tiempo después la familia se trasladó a Sigüenza, donde se establecieron y han residido desde entonces. Cortes de Tajuña durante la Guerra Civil se encontraba de lleno en el frente bélico Sotodosos-Abánades, donde el río Tajuña era la línea de separación entre los bandos contendientes, en la ribera derecha los nacionales y en la izquierda los republicanos. Las luchas de trincheras se mantuvieron sobre el terreno hasta finalizar la guerra, con intentos constantes por ambos bandos por avanzar y reconquistar terreno al contrario, lo que hace muy arriesgado afirmar qué bando se encontraba en un lugar determinado en cada momento. Estos hechos dieron lugar a que gran parte de la población de los pueblos cercanos al frente fueran “evacuados” a zonas más seguras hasta finalizar la contienda, como fue el caso de la familia Ranz Martínez.

En los años cincuenta, su madre recibió una carta procedente de Alemania en la que se le notificaba que Fidel había fallecido en Austria en 1942. Recuerdan que la abuela siempre repetía: “¡Los alemanes se lo llevaron!”. Cruzando los escasos datos que conocemos gracias a las listas de deportados de la República Francesa, y a las historias de otros deportados que sobrevivieron al infierno nazi, hemos reconstruido de forma somera su historia. 

 Una foto guardada por Francesc Boix (fragmento)

Fidel debió cruzar a Francia en 1939 junto con el bando perdedor con tan sólo 18 años. Como la mayoría de los exiliados españoles tuvo que elegir entre incorporarse en alguna de las Compañías Militarizadas francesas o ser devuelto a la España franquista, de la que había huido unos meses antes. Fue hecho prisionero cuando los nazis invadieron Francia en el verano de 1940, siendo confinado en el Stalag XI B de Alemania, situado en la población de Fallingbostel (actual estado federal de la Baja Sajonia). El 25 de septiembre de 1940, tras una reunión con el representante español Serrano Suñer, el gobierno alemán firmó un decreto por el que se retiraba el tratamiento de prisioneros de guerra a los españoles cautivos. Fue el mismo Hitler quien firmó el documento por el que se ordenaba que los prisioneros españoles fueran enviados a los campos de concentración para su exterminio. 

El 27 de enero de 1941, Fidel Ranz junto con otros 1472 españoles, es enviado a Mauthausen. Conocemos los datos sobre este convoy gracias al relato de algunos supervivientes que fueron enviados en el mismo tren. Fueron introducidos en vagones  destinados al transporte de ganado, sin espacio para sentarse, sin aire para respirar, sin agua y sin comida, unas condiciones tan penosas que muchos no lograron sobrevivir a los cuatro días que duró el viaje. Y todavía quedaba lo peor: el recibimiento en el campo de exterminio, la desnudez, la deshumanización, la humillación, el desconcierto, los malos tratos, el hambre, el trabajo hasta la extenuación… y aun así, intentar sobrevivir un día más. En el mismo convoy también viajaba Francesc Boix, un joven fotógrafo catalán que se vería obligado a ejercer su oficio para los dirigentes nazis del campo de Mauthausen, y que junto a otros compañeros logró sustraer y esconder muchas copias de las fotografías realizadas, que serían  fundamentales en los juicios de Nuremberg contra los genocidas nazis. 

Fidel, como la mayoría del grupo de los españoles, fue enviado a Gusen, un subcampo en el que el régimen disciplinario era menos duro que el de Mauthausen, pero en el que las condiciones de vida eran tan malas que conseguir aguantar con vida tres o cuatro meses era una proeza. Era un campo de clase III, lo que significaba “retorno no deseado”, siendo su método de exterminio la muerte por trabajo, el hambre y la brutalidad. Un trabajo extenuante en la cantera, temperaturas de hasta 20ºC bajo cero en invierno, calor intenso en verano, hambre y más hambre, piojos, tifus, disentería y malos tratos…, un día…, una semana…, un mes…, un año… y seguir viviendo.

El 9 de febrero de 1942, ya fuera por estar enfermo, inválido o débil para seguir trabajando, Fidel fue seleccionado junto a otros compañeros para ser transferido al sanatorio cercano de Hartheim, un lugar en el que recobrar la salud y poder volver de nuevo al trabajo de la cantera. Hicieron el viaje  cómodamente en autobús, aunque no pudieron ver el paisaje pues las ventanillas estaban pintadas de negro. A su llegada a un imponente castillo, el personal sanitario les esperaba para acompañarles amablemente a la sala de duchas. Ya habían pasado por el mismo ritual a su llegada a Mauthausen hacía tan sólo un año, aunque parecía una eternidad. Entraron en la sala para la “desinfección”, eran unos sesenta hombres y casi no cabían. Una tubería comenzó a arrojar un olor desagradable, les faltaba el aire, no podían respirar, dolor, náuseas, gemidos,… y comprendieron que habían llegado al final del camino. Faltaban tan sólo dos meses para que Fidel cumpliera los 21 años, una vida corta e intensa desde que saliera de su pueblo natal cinco años atrás: los avatares de la guerra civil, el exilio en Francia, la prisión y el campo de concentración nazi. Pensó en su madre y en sus hermanos que estarían esperándole en las riberas del Tajuña y a los que  nunca pudo enviarles una carta para que supieran que vivía. Jamás podría volver para abrazarles. Su último pensamiento fue para ellos… después el silencio y la nada. 

El castillo de Hartheim fue uno de los centros de eutanasia donde los nazis llevaron a cabo el exterminio sistemático y medicalizado de más de 20.000 enfermos y discapacitados de nacionalidad alemana, dentro del programa estatal Aktion T4. Fue un lugar en el que se experimentaban métodos de exterminio en masa y en que se preparaba a los futuros verdugos de los campos de concentración. Entre los asesinados en este lugar con monóxido de carbono, hubo 436 españoles procedentes de Gusen y Mauthausen. Cuando los nazis veían perdida la guerra, intentaron hacer desaparecer las pruebas de sus atrocidades, siendo un grupo de españoles los encargados de hacer desaparecer el crematorio, las cámaras de gas, la trituradora de huesos y cualquier vestigio de lo que allí habían realizado durante años. Uno de los prisioneros dejó una nota en una botella que ocultó antes de tapiar una de las puertas, una prueba que serviría años más tarde para poder demostrar la verdad de lo ocurrido. 

De los 1472 españoles  que llegaron el 27 de enero de 1941, murieron en Gusen 932, otros 112 acabaron en la cámara de gas de Hartheim. Los que sobrevivieron nunca olvidaron a los compañeros que fueron quedando atrás. Sus historias y sus recuerdos nos han servido para conocer  el genocidio que sufrieron los españoles exiliados. 

Frente al olvido, siempre nos quedará la palabra.

 

 

Viñeta

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