Cae el sol de media tarde sobre las calles vacías. Media docena de gatos descansan tumbados al sol. Sólo el sonido del agua y el trinar de los pájaros, rompen el silencio y la quietud de un pueblo que apenas parece habitado: hay pocas casas abiertas, la mayoría de las ventanas están cerradas, aunque unos geranios en alguna ventana, antenas parabólicas en las fachadas y algún vehículo estacionado, nos confirman la existencia de habitantes, testimonio de la progresiva despoblación de su vecindario.
Moratilla de Henares está enclavado en un collado surcado por las aguas del río Henares. En lo alto, destaca desde época medieval su iglesia parroquial, dedicada a San Miguel Arcángel. Una placa en su fachada recuerda el agradecimiento de los vecinos a D. Gerardo López Alonso, el párroco que ejecutó las obras de rehabilitación de la iglesia, finalizándolas en el año 2012. De la iglesia al rio donde crecen las huertas, la orografía del terreno dibuja la extensión del caserío que, durante más de seis siglos, perteneció a la Iglesia seguntina. En el año 1180 Doña Blanca, hermana del Obispo Don Bernardo y señora de Moratilla y Séñigo, con la autorización de su marido e hijos, vendió este lugar a Don Arderico, obispo de Sigüenza y, fue donado por su sucesor, Don Rodrigo al Cabildo, con total independencia del poder episcopal y facultad para nombrar cargos municipales y recibir tributos de sus tierras y vasallos. A pesar del intento de desamortización en el reinado de Felipe II y de reversión a la corona en los siglos XVII y XVIII, el Cabildo ejerció su jurisdicción hasta la abolición del señorío eclesiástico en 1805.
A mediados del siglo XIX Moratilla tenía ayuntamiento propio, escuela con maestro; dos molinos harineros y tres batanes que, junto con la agricultura, ganadería y caza, sustentaban a sus 130 habitantes, según nos cuenta Pascual Madoz. En el siglo XX llegó a tener trescientos habitantes, hasta que en la década de los 50, el fenómeno de la despoblación hirió a sus gentes, descendiendo su vecindario hasta los veinticinco empadronados en la actualidad.
A Moratilla pertenece Cutamilla, reserva natural histórica cuyo manantial era conocido ya en época romana por estar situado junto a la calzada que unía Complutum (Alcalá de Henares ) con Caesar Augusta (Zaragoza). En el Medievo el monte y sus alrededores se describen en el Libro de la Montería del rey Alfonso XI de Castilla.
A fines del siglo XIX el Duque de Pastrana, era propietario de la finca. En ella construyó un palacete en estilo Art Nouveau con una estación de ferrocarril privada para recibir a sus ilustres visitantes: aristócratas, políticos, incluso el Rey Alfonso XIII y su madre, María Cristina de Habsburgo, disfrutaron de sus instalaciones, de sus aguas termales y sus cotos de caza y pesca.
Moratilla de Henares posee un paisaje rocoso y agreste de gran valor biológico y natural., que conjuga el tono rosáceo de las rocas con el verde intenso de encinas, álamos, sauces, fresnos y tilos. En primavera, crecen las plantas aromáticas y en las calles se respira el aroma del romero y las lilas reventadas de flores blancas y malvas.
- Este paisaje es maravilloso, no me canso de mirarlo, ¡me relaja! - me dice Pilar Berlanga, dirigiendo su mirada hacia la ventana de la habitación de su casa, donde me recibe para contar su historia. Al principio, le resulta difícil abrirse y hacer memoria después, con la colaboración de su hijo, revive su memoria del pueblo.
Pilar Berlanga nació en los duros y hambrientos años de las cartillas de racionamiento, en una familia de labradores. Sus primeros recuerdos son los de la escuela municipal, en la plaza. En una pequeña habitación, una veintena de niños y niñas, aprendían la lección, con diferentes libros, según su edad o nivel de aprendizaje, todos bajo la atenta mirada de sus maestras seguntinas, primero Juanita Sánchez y después, Mari Puertas. Al finalizar las clases y después de ayudar en sus casas, acudían a la plaza a jugar y saltar a la comba. Debajo de la escuela, había un bar, frecuentado por los hombres al finalizar la jornada para refrescarse y echar la partida y una tienda que vendía de casi todo hasta que la cerraron, aunque después la volvió a abrir el tío Clemente, para seguir vendiendo de todo un poco. Aquello que no había lo compraban en Sigüenza. Los domingos, llegaban los seminaristas llegaban paseando desde Sigüenza, vestidos con sus sotanas negras, para jugar en el frontón de Moratilla y, en verano, darse un baño en las aguas del río junto al molino y el salto Gimena.
A Pilar le gustaban las fiestas de los pueblos a los que acostumbraban a ir andando. Su tía fue su maestra de baile. Una tarde, en medio del campo, dio sus primeros pasos, canturreando una canción.
Por aquellos años empezó la migración a la ciudad. Entre 1950-57, más de un centenar de vecinos marchó en busca de trabajo. Pilar cumplió los 16 años y decidió emigrar, como la mayoría de las chicas de su edad que escogieron como destinos Madrid, Alcalá de Henares, Barcelona, Guadalajara y Zaragoza, focos de atracción de población rural en busca de oportunidades. En el pueblo sólo quedaron los mayores y, algunos jóvenes que no podían abandonar las tierras de labor o el ganado que tenían a su cargo. Emigraron más mujeres que hombres y, si la salida fue dolorosa, también lo fue quedarse viendo cómo se iban desmembrando las familias, se abandonaban los corrales y se cerraban las casas, la escuela, el bar, la tienda….y en el pueblo apenas quedaba el 10% de la población que tenía.
El destino de Pilar fue Barcelona, donde ya estaban sus tíos. Cuando el trabajo se lo permitía, regresaba para reunirse con su familia, y reencontrarse con las chicas que como ella volvían en vacaciones. En Barcelona conoció a Diego, un extremeño llegado a la ciudad condal en idénticas circunstancias. Al casarse ella dejó de trabajar, para dedicarse a su casa y a los dos hijos que tuvieron.
A Pilar le tiraba tanto su pueblo que, no le costó esfuerzo alguno convencer a Diego para pasar allí las vacaciones estivales en familia. Eran los veranos de los 80 -90, y la generación del baby-boom, la primera descendencia nacida en la ciudad, llegaba a Moratilla de Henares, llenando de nuevo la plaza con las risas y los juegos, eran los hijos de aquellos que marcharon veinte años antes a la ciudad. Fueron veranos divertidos, en los que el pueblo rejuvenecía con la llegada de esa generación urbana que aprendía a disfrutar sus vacaciones en el pueblo de los padres. Cuando los hijos se hicieron mayores y empezaron a desligarse del núcleo familiar, Pilar empezó a tener más tiempo libre, a pensar en su futuro y en su posible regreso al pueblo. Convenció a su marido para arreglar la casa de los padres, paso necesario para poder ir prolongando sus estancias hasta que al jubilarse, dejaron definitivamente Barcelona para establecerse en Moratilla de Henares y así disfrutar de una vida sana, sencilla y apacible, cuidando la huerta familiar, donde crecen acelgas, tomates y calabacines y jugando al guiñote en el centro social. -El pueblo, sin las partidas de guiñote no sería pueblo- apostilla su hijo.
El Archivo Municipal de Moratilla de Henares
Con el éxodo rural, la pérdida de población, y la falta de relevo generacional, menguaron los ingresos y aumentaron las dificultades económicas para asegurar la prestación de unos servicios mínimos obligatorios de tipo administrativo y asistencial, a la población que quedó en Moratilla de Henares.
En el horizonte se dibujaba un triste panorama de vacío y olvido. Para intentar solucionar la situación, se inició una política de concentración administrativa, sustentada en el decreto 802/1963, de 18 abril, por el que se producía la incorporación voluntaria de los municipios de Moratilla de Henares, Barbatona, Alcuneza, La Cabrera, Cubillas, Guijosa, Los Heros, Matas, Mojares, Palazuelos, Pelegrina, Pozancos y Ures a Sigüenza, como capital administrativa, quedando garantizada la tutela y prestación de los servicios a la población que permanecía en aquellos municipios
Al efectuarse la incorporación administrativa se procedió al levantamiento del archivo, pero sólo se entregaron los libros de actas de sesiones plenarias y los libros de hacienda y secretaría correspondientes a los años 1950 a 1964, por considerarlos básicos y necesarios para el desarrollo y funcionamiento de la administración local.
En el año 2003, desde el Ayuntamiento de Sigüenza nos desplazamos hasta Moratilla de Henares para inspeccionar el estado del archivo que permanecía en el pueblo. En los armarios del centro cultural, donde los vecinos echaban la partida, encontramos padrones de población, la contribución industrial, rústica y urbana, las quintas y reemplazos, juntas locales de enseñanza y sanidad y los presupuestos municipales. La documentación más antigua conservada es el expediente de quintas y la contribución agraria fechada entre 1860-69. Todos los expedientes fueron recogidos y trasladados a Sigüenza, para recibir el tratamiento técnico correspondiente y garantizar sus medidas de conservación.
Amparo Donderis Guastavino
Archivera Municipal de Sigüenza