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Es curioso que algunos grandes personajes de la historia diocesana de Sigüenza no posean una biografía moderna y completa no obstante la objetiva importancia de su existencia terrena. Tres ejemplos nos vienen enseguida a la mente: Alfonso Carrillo de Albornoz, cardenal de San Eustaquio; el cardenal Diego de Espinosa, mano derecha de Felipe II durante un período y el cardenal Bernardino López de Carvajal.

Es curioso que algunos grandes personajes de la historia diocesana de Sigüenza no posean una biografía moderna y completa no obstante la objetiva importancia de su existencia terrena. Tres ejemplos nos vienen enseguida a la mente: Alfonso Carrillo de Albornoz, cardenal de San Eustaquio; el cardenal Diego de Espinosa, mano derecha de Felipe II durante un período y el cardenal Bernardino López de Carvajal.

Es muy probable que, preguntando a cualquier persona interesada por los personajes de la historia seguntina a qué obispo consideraba más importante a través del tiempo, la repuesta recayera en un personaje fuera del trío: el cardenal Mendoza.

Bien es cierto que el cardenal Mendoza ocupó, durante decenios, una plaza en la política de los reinos peninsulares solo segunda a la de los Reyes Católicos, pero también es verdad que Espinosa ocupó una plaza análoga en tiempos de Felipe II, mientras Carrillo de Albornoz ocupó una plaza importante en la política religiosa europea tras la conclusión del Cisma de occidente y López de Carvajal fue decididamente uno de los protagonistas de la política europea del último decenio del s. XV y los dos primeros del siglo XVI.

A la curia romana Carvajal fue como embajador de los Reyes Católicos y en la curia medró a la sombra de los papas, principalmente de Alejandro VI. Fue también nuncio papal y su elevación a la púrpura supuso su entrada en la política internacional no solo por sus relaciones con España, sino también por las que mantuvo, en calidad de legado pontificio, con la Alemania imperial de Maximiliano I (fue Carvajal quien administró en Bruselas el sacramento de la confirmación al niño Carlos sucesor de su abuelo en al imperio) y con Francia, especialmente durante el pontificado de Julio II y su actividad persecutoria respecto a la familia de su predecesor Alejandro VI, que le llevó, junto con otros cardenales, a la convocatoria del concilio de Pisa que pretendía deponer a Julio II; fue la última empresa conciliarista para contrarrestar la cual no le quedó a Julio II más remedio que convocar el concilio Lateranense V, en el cual tomó parte Carvajal más tarde, durante el pontificado de León X que estaba convencido de las razones del cardenal. Ese concilio de Pisa falló en sus intentos sobre todo por los intereses enfrentados de Fernando el Católico y el rey de Francia Luis XII.

De Carvajal trata Ludwig von Pastor en su Historia de los Papas, pero es una obra de carácter decimonónico, lo mismo que, a nivel local, la Historia de la Diócesis de Sigüenza, de Minguella; son obras que tratan a don Bernardino como cismático y eso es mucho más que dudoso para los estudiosos y los conocimientos de hoy. Así pues no se puede ignorar a Mendoza en la historia de la iglesia española pero no se puede ignorar a Carvajal en la historia religiosa europea.

La gente de la época no se extrañaba de que un clérigo tuviera hijos, pero a Carvajal no se le conocen aventuras amorosas, contrariamente a su enemigo Julio II, y fue una persona de grandes cualidades personales en el ambiente renacentista romano, donde vivió y falleció.

Para realizar una biografía de nuestro personaje hay que realizar importantes investigaciones de su vida de cardenal, hasta llegar a cardenal decano, acudiendo al Archivo Secreto Vaticano –que pocos secretos tiene–, a la Biblioteca Apostólica Vaticana y ya en España al Archivo General de Simancas, para el estudio de su actividad diplomática durante el reinado de los Reyes Católicos, y a los catedralicios de sus diversas diócesis (Astorga, Badajoz, Cartagena, Sigüenza y Plasencia) y fuera de España a los archivos de las casas de Borgoña y Austria, a los archivos franceses relacionados con el concilio de Pisa-Milán, en cuyas ciudades y en Florencia es posible que exista ulterior documentación de interés. También fue obispo de Foligno y arzobispo de Rossano, ambas en Italia; en el museo catedralicio de esta última aún se puede ver “la Esfera Griega”, una bonita custodia regalada por el cardenal y también es posible encontrar noticias de don Bernardino en Venecia, a juzgar por lo mucho que escribió Marín Sanudo en sus diarios.

De la misma manera que Carvajal nunca pisó Sigüenza, lo mismo ocurrió con las demás y entonces ¿cómo las gobernó? Pues por medio de sus representantes. En Sigüenza uno de ellos –que hizo la capilla de la Concepción en el claustro– fue Diego Serrano para quien el cardenal obtuvo un título romano de nobleza, el de conde palatino.

También hay que decir que éste de los inmediatos colaboradores de los prelados ausentes es un capítulo que falta en la historia de los prelados ausentes, pues fueron ellos los verdaderos pastores, aunque siguiendo las directrices que, en este caso, vendrían de Roma, aunque las decisiones muchas veces las tomaran los miembros más importantes de la familia cardenalicia.

En la época no existía en Roma una burocracia eclesiástica organizada a la manera actual de las congregaciones romanas de manera que cada cardenal tenía una “familia”, una serie de personas a su servicio –Carvajal tenía sus propios hombres de armas y su casa estaba defendida por cañones– que sacaban adelante las tareas del cardenal. La familia cardenalicia era tanto más numerosas cuanto mayores fueran las la rentas de que gozara el patrón y en el caso de don Bernardino eran cuantiosas y este es otro tema por estudiar.

Como puede constatar el lector hay materia para que se puedan divertir varias generaciones de historiadores.

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