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Últimos suspiros del turbulento siglo XV. Una vida llena de misterios y celajes. Un origen incierto y una muerte aciaga. El excelente tallista Rodrigo Alemán, el Rodrigo Duque de las crónicas seguntinas, de indudable apellido converso, posiblemente nacido en tierras seguntinas, abandona, a lomos de una mula, en un frío día de primavera, la ciudad de Sigüenza. En compañía de sus ayudantes, con su bolsa repleta de ducados de oro, Rodrigo se encamina hacia la corte castellana.

En Sigüenza ha resuelto con éxito un enojoso asunto y un gesto de complacencia ilumina su rostro. El cardenal Mendoza, poderoso y temido arzobispo toledano y obispo seguntino, le había encargado, para adorno de la catedral, la talla de un pulpito de madera. Por razones que ignora, al morir Mendoza, los canónigos seguntinos cambian de opinión y prefieren levantar el púlpito en piedra de alabastro. Sus servicios ya no son necesarios. Ante el incumplimiento de lo acordado, Rodrigo Alemán solicita del cabildo una justa compensación. Los canónigos, convencidos por sus argumentos, además de garantizarle los dineros gastados, proponen al artista trabajar en la talla de la silla episcopal del nuevo coro de la catedral de Sigüenza. Terminado el bello trabajo, todos quedan satisfechos.

Diez años más tarde, las gentes de Plasencia, la muy bella ciudad extremeña, se muestran inquietas. Un céfiro de rumores y murmullos se adueña de calles y plazas. Rodrigo Alemán ha desaparecido de su reclusión en la torre de la catedral. Nadie le ha visto en los últimos días. Aunque algunos vecinos hablan de su carácter arrogante, la mayoría de ellos se deleitan al contemplar la fastuosa sillería del coro catedralicio, de estilo gótico flamígero, tallada por Rodrigo pocos años atrás. Ante el asombro general, el insigne artista había plasmado en el coro placentino sus inquietudes y certezas, al ejecutar un provocativo diseño, al tiempo sagrado y profano, en el cual figuran las virtudes y las licencias de la sociedad de su tiempo.

En el coro alto, donde se acomodan obispos, canónigos y personas relevantes, aparecen distintas escenas históricas y religiosas. En cambio, en el coro bajo, destinado a clérigos y beneficiados, se disponen maliciosas figuras satíricas, insinuantes y procaces. Entre otras, frailes ridiculizados, personas y quimeras en situaciones eróticas, animales fantásticos, hombres y mujeres representados en actitudes indecorosas. Un ensueño sarcástico y mitológico, escatológico y obsceno, según se comenta, en voz baja, en los mentideros de la ciudad.

Muchos vecinos recuerdan, con cierta inquietud, como Rodrigo, al ser reconvenido por algunos, ante la voluptuosidad de las escenas representadas, había contestado vehemente: Los ambientes recreados en el coro son un ejemplo de los más diverso vicios humanos, de ciertas conductas escandalosas que deben ser conocidas por todos. Como alguna de las protestas alcanzaron un tono exaltado, y sus acreedores solicitaban el pago de ciertas deudas, pues era mal pagador, Rodrigo, lleno de orgullo y presunción, había gritado enfurecido: Sois unos desalmados. En lugar de reclamarme los dineros, deberíais alabarme por haber realizado una pieza magistral. “¡Ni Dios hubiera realizado tan grande obra!”. Blasfemas palabras. Los inquisidores buscan apresar a Rodrigo Alemán. Los canónigos, agradecidos por sus servicios, le encierran en las torres de la catedral. Allí estará a salvo de las iras inquisitoriales. 

En el silencio de la mañana una trágica noticia corre de boca en boca. Rodrigo Alemán ha escapado de su encierro. Parece ser, dicen los más enterados, que había preparado un insólito plan de fuga. Había solicitado a sus guardianes con palomas y pichones, enteros y crudos. El mismo les cocinaría. Con las plumas de las aves fue construyendo, con paciencia y tesón, unas grandes alas, diseñadas para aguantar su peso, ajustadas con cueros, telas y cáñamos. Todos sabían que ya en Toledo había confeccionado ocho pares de alas para los ángeles de la procesión del Corpus. Una vez convertido en hombre pájaro, Rodrigo se había lanzado al vacío desde uno de los vanos de la torre.

El desenlace del vuelo de Rodrigo Alemán permanece en la nebulosa de la historia. Unos afirman que, tras un corto vuelo, se estrelló más allá del río Jerte. Otros aseguran que salió incólume de su arriesgada aventura y, en un ilusorio y prodigioso planear, alcanzó las tierras portuguesas. Los más sabios comparan su hazaña con el viejo mito de Dédalo e Icaro, padre e hijo, que volaron cerca del sol provisto de alas de cera. Dédalo, virtuoso y prudente, sobrevive: Ícaro, vanidoso y presumido, encuentra la muerte. En verdad, de Rodrigo Alemán nunca más se supo. Las leyendas y los mitos siempre son más creíbles que la inclemente realidad; además, son imprescindibles.

Javier Davara
Periodista, Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid

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