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Palas Atenea

En la panda norte del claustro de la catedral de Sigüenza, en una gran sala románica, se ha configurado, desde el pasado verano, un nuevo espacio museístico, adaptado por el prestigioso arquitecto Eduardo Barceló, donde lucen orgullosos ocho tapices flamencos, de rasgos barrocos, tejidos en Bruselas en el siglo XVII. Los policromados paños, de grandes dimensiones, han sido restaurados por la Real Fábrica de Tapices de Madrid, merced a un convenio firmado por la fundación Ciudad de Sigüenza, en el entorno de los fastos del IV Centenario de la muerte de El Greco. Admirable iniciativa a la que se suman la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Diputación Provincial y el ayuntamiento seguntino, sin olvidar el asesoramiento histórico proporcionado por la fundación Martínez-Gómez Gordo.

En su delicada caligrafía los tapices narran un universo mitológico, paradigmático y significativo, una fabulosa lectura de un tiempo remoto. Las alegorías de Palas Atenea, la hija más querida del todopoderoso Zeus, padre de dioses y hombres, portentosamente nacida de la cabeza de su progenitor, de forma adulta y vestida con atuendos guerreros. Invencible diosa, altiva y virginal, ajena a los placeres del amor, protectora de la sabiduría y de la guerra, patrona de estrategas y artistas.

Los tapices de Sigüenza son dueños de una historia de siglos. En el mes de noviembre de 1664, hace ahora trescientos cincuenta años, el obispo seguntino Andrés Bravo de Salamanca, mecenas del monumental altar de la Virgen de la Mayor, regala a la catedral una deslumbrante colección de dieciséis tapicerías flamencas. Ocho de ellas corresponden a la serie de Palas Atenea y las demás representan los avatares de Rómulo y Remo, los quiméricos fundadores de la ciudad de Roma.

Las fastuosas colgaduras barrocas abrigan estancias y aposentos, desde su llegada a la catedral en el año 1668, en particular la Sala Capitular de Verano, situada en el claustro del templo. Un recinto rectangular, antigua capilla de la Virgen de la Paz, en el cual se disponían las reuniones del Cabildo, además de ser el marco solemne de las graduaciones de los doctores de la Universidad de Sigüenza y, más tarde, de los ejercicio de las oposiciones para cubrir las canonjías vacantes. Un espacio íntimo y reservado.  

En la segunda mitad del siglo XIX, allá por el año 1869, tiempos de la llamada Revolución Gloriosa, parece ser que los tapices fueron descolgados y puestos a salvo de miradas indiscretas. Los historiadores seguntinos del momento, incluso Manuel Pérez-Villamil, los suponen perdidos, acaso enajenados a particulares. Es posible, como relata con ingenio nuestro amigo Francisco Marquina, que “dada la paganía de sus escenas, el Cabildo de la época puso mala cara a la exhibición de los tapices que acabaron descolgados, enrollados y guardados en la oscuridad de un almacén del templo”.

Setenta años después, en los primeros meses de la guerra civil, en septiembre de 1936, estando Sigüenza bajo el mando de las milicias republicanas, los tapices, junto con sus homólogos de la serie de Rómulo y Remo, son entregados a la Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico, para su traslado y custodia en Madrid. Los bellos tapices, tasados en casi un millón de pesetas, quedan depositados en el Museo Arqueológico Nacional.

En el mes de abril de 1939, una vez terminada la cruel contienda, el canónigo Hilario Yaben, recién nombrado vicario capitular, y el canónigo magistral, Francisco Box, viajan a Madrid con la esperanza de recuperar los bienes del patrimonio diocesano desaparecidos durante la guerra civil. Están preocupados, dada la excelencia de las obras, por el destino de los tapices flamencos, el cuadro de La Anunciación de El Greco, y el frontal de plata del altar de la Virgen de la Mayor. Los capitulares encuentran los tapices en los depósitos del Museo Arqueológico y son informados sobre el lienzo de El Greco. El cuadro se hallaba en Ginebra, en la sede de la Sociedad de Naciones, donde había sido llevado por el gobierno republicano, formando parte de lo más granado de la pintura española de todos los tiempos. El lienzo seguntino figura, en el inventario de las obras evacuadas a Ginebra, con el número 27 A, en  la página 69, como ha estudiado el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Arturo Colorado. Las autoridades de Franco les aseguran que pronto volverá al Museo del Prado.

Tras un cierto tiempo, distintas gestiones y no pocas dificultades, los tapices flamencos de Sigüenza, una vez exhibidos en el madrileño Museo de Arte Moderno, regresan, en el verano de 1942, a su morada de siglos. Siete años después, restaurada la catedral de sus heridas bélicas, los deliciosos paños flamencos, tanto los de Palas Atenea, como los de la colección de Rómulo y Remo, son de nuevo instalados en la Sala Capitular de Verano.

Hoy día, los enamorados del arte y de la historia están de fiesta. Ante el asombro y la admiración de viajeros y visitantes, el nuevo Museo de los Tapices Flamencos muestra a todos la delicada belleza de las tapicerías y la suntuosidad de sus tramas y urdimbres. Enhorabuena a todos aquellos que lo han hecho posible. El excelente cuadro de El Greco, en su nueva y brillante ubicación, merece una glosa aparte.

Viñeta

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