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Desde pequeñitos pintamos al Sol como un astro amarillo e incluso se ha popularizado la idea de que el Sol es una estrella del tipo Enana Amarilla. ¿Pero esto es verdad?

– ¡Por supuesto! No hay más que mirar por la ventana para ver el color del Sol. ¡Amarillo!, ¡digan lo que digan!

Bueno… pues, me parece que no exactamente. Si miramos la estrella madre de nuestro sistema planetario desde el espacio exterior la veremos como una estrella… blanca, como las demás. Entonces ¿por qué habitualmente la vemos amarilla?

Las estrellas nacen por acumulación gravitatoria de los gases de una Nube Molecular. Conforme se acumula la masa se incrementa la temperatura y la protoestrella brilla. La densidad aumenta hasta un punto en el que empiezan las reacciones nucleares de fusión (dos átomos de hidrógeno se combinan para generar uno de helio dejando escapar energía). Es en ese momento cuando se considera que “ha nacido una estrella”. La contracción se detiene y en poco tiempo entra en una fase estable llamada Secuencia Principal. La mayor parte de las estrellas que vemos está en esta etapa.

En este estado pasará prácticamente toda su vida (el 90 % de su tiempo), tendrá reacciones nucleares y emitirá luz en casi todas las longitudes de onda: rayos X, ultravioleta, visible, infrarrojo, microondas, ondas de radio… con distinta energía en cada una de esas bandas. Si es una estrella pequeña terminará su vida convertida en una Gigante Roja y si es una de las grandes, primordialmente en una Supergigante Azul.

La curva de la energía emitida en cada longitud de onda para cada uno de estos tipos de estrella es diferente. Sin embargo, la forma de la curva es parecida para todas ellas: un máximo de emisión en una longitud de onda concreta y una cola más o menos larga a cada lado, como puede verse en la figura que acompaña a este artículo. Lógicamente, el color que asignamos científicamente a una estrella es el de su máximo de emisión.

En el caso del Sol, el máximo de emisión se encuentra en la longitud de onda λ = 0,475 µm (micras), que corresponde a un color en la frontera entre el azul y el cian (como llamamos ahora al color al que siempre hemos llamado “azul verdoso”). A las estrellas que tienen su máximo en la zona intermedia entre el rojo y el azul se les llama genéricamente amarillas y como nuestra estrella no es una gigante, le toca ser una Enana Amarilla.

Esto no significa que, si nos encontramos en una nave espacial (en la ISS, por ejemplo), veamos al Sol azul o cian, pues, al emitir luz en todas las longitudes de onda visibles, lo vemos blanco. Ya que nuestros ojos no son capaces de apreciar la diferencia entre la intensidad del máximo y el resto de los colores del visible.

Las estrellas que vemos desde la Tierra ligeramente azuladas o rojizas son las Supergigantes Azules y las Gigantes Rojas, cuyo máximo de emisión se encuentra en el ultravioleta y en el infrarrojo, respectivamente. Por cierto, Marte no es una estrella por muy rojizo que lo veamos.

En la superficie de la Tierra la cosa es diferente, la sopa atmosférica que nos cubre deja pasar más fácilmente los colores rojos y dificulta el paso (filtra) de los azules. Por eso los atardeceres y los amaneceres son rojos, porque en esas circunstancias la luz atraviesa en horizontal muchos kilómetros de atmósfera, mientras que al mediodía atraviesa casi verticalmente la altura de la atmósfera de solo unos 80 km y, en el poco tiempo que somos capaces de aguantarle la mirada, lo vemos blanco.

Es a media altura, cuando el filtro tiene un efecto intermedio y solo elimina un poco los azules, que nuestro blanco Sol se ve algo más rojo, pero no del todo, esto es: amarillo.

De modo que, podemos decir sin mentir que el Sol es blanco o azul-cian, según nos plazca; que es del tipo Enana Amarilla, aunque no tenga ese color; y que se ve blanco, amarillo o rojizo, según su altura respecto del horizonte.

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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