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Recientemente visité Extremadura, una de esas regiones donde agricultor y ganadero viven luchando con una meteorología excesiva y un terreno reseco. Sus gentes tienen un carácter propio, serios, inteligentes, trabajadores y festivos. Allí viví como profesor de la Universidad, allí encontré a la mujer amada y allí mantengo buenos amigos.

En una conversación de sobremesa, un conocido aseguraba que la palabra Extremadura provenía de “tierra extremadamente dura”, de donde se derivan nombres como el del grupo rockero Extremo Duro.

La  Extremadura castellana.

Aunque algunos defienden etimologías para el término como “tierra de pastos” o “extremis Dorii” (es decir, “más allá del Duero”), los legajos más antiguos muestran que en los siglos IX y X, las últimas posesiones cristianas recibían el nombre común de “extrematura” (en su forma culta) o “extremadura” (en su forma vulgar) como condición de extremo. Ejemplos de la misma construcción lingüística son abertura, de abierto, o añadidura, de añadido… Es decir, este vocablo designaba aquella tierra que estaba en el extremo, fronteriza con los territorios musulmanes.

Esta denominación no era el nombre propio de una región concreta, sino uno descriptivo, que se desplazaba con el avance de las conquistas cristianas por la península. Con el tiempo las comarcas se consolidaban militarmente, se roturaban los campos, adquirían nombre propio y el concepto de “extremadura” migraba hacia el sur. En aquellos siglos, aparecen denominadas como tal en textos leoneses los parajes de la actual provincia de Salamanca; o en textos navarros los territorios que se encontraban entre los feudos del rey cristiano de Pamplona, Sancho el de Peñalén, y los del rey musulmán de Zaragoza, Almutadir.

Tras el retroceso que supusieron las razias de Almanzor, el que falleció en Medinaceli, y sumidos en las arremetidas de los almorávides y los almohades, los reyes portugueses, leoneses, castellanos y aragoneses, en un empeño conjunto durante los siglos XI y XII, conquistaron los terrenos entre el Duero y el Tajo, creando nuevas extremaduras, estas con nombre y dominios mejor definidos que en siglos anteriores.

La Extremadura portuguesa, en las comarcas de Lisboa y Setúbal, que conservó el nombre administrativo de Estremadura (frontera o límite en portugués) hasta el siglo XIX. La Extremadura leonesa en el oeste de las provincias actuales de Cáceres y Badajoz, hasta la línea Béjar-Plasencia-Albalá. Al levante de esta línea, la Extremadura castellana, delimitada a poniente por la sierra de Béjar; al norte por la vertiente septentrional de las sierras de Gredos, Guadarrama, y los Altos de Barahona, hasta el extremo oriental de los campos de Molina de Aragón; y bajando al sur hasta el límite con el reino de Toledo recién conquistado. Y, por último, la Extremadura aragonesa que comprendía las Comunidades de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín.

El vasto territorio de la castellana incluía una cuarentena de Comunidades de Villa y Tierra. Las mayores en extensión eran Ávila, Segovia, Plasencia, Trujillo, Molina, Medinaceli y Atienza; así como otras mucho más pequeñas, Osma, Gormaz, Sigüenza...

Tenían el mismo significado los topónimos Olmeda del Extremo y Solanillos del Extremo, ambos en la línea que une Torija con Cifuentes (a escasos 40 km al sur de Sigüenza) y que, en algún momento de esos siglos XI y XII, se fundaron en el límite meridional de la Extremadura castellana. Eran zonas de fronteras cambiantes entre cristianos y musulmanes, un poco tierras de nadie, pobladas por gente recia, dispuesta a soportar cada verano incursiones de alguno de los ejércitos contendientes.

Es a partir del siglo XIII cuando la palabra cae en desuso y el concepto muda a la denominación “de la frontera”, y se forman los nombres de los pueblos Conil de la Frontera, Jerez de la Frontera… referidos a los confines cristianos ante el Reino musulmán de Granada.

Por sus pastos, las distintas extremaduras fueron ideales para la trashumancia del ganado, ya que no era de provecho sembrar en una zona batida por campañas militares que saqueaban y quemaban cosechas. La integración en espacio seguro traía los sembrados y los huertos, mientras los pastos migraban al sur, acompañando al concepto. Los rebaños de ovejas viajaban al sur en invierno hacia el mediodía de la frontera musulmana de Badajoz y subían en verano hasta las sierras más allá de Soria; de ahí la divisa “Soria pura, cabeza de Extremadura”, que se refiere a la castellana.

En este mismo siglo XIII, tras la unión de las coronas de León y Castilla, se definió una provincia denominada Las Extremaduras, de la fusión de las antiguas homónimas de cada reino. La región española que hoy lleva ese nombre fue conquistada definitivamente entre los siglos XI y XII por castellanos y leoneses, y engloba la totalidad de la última Extremadura leonesa y el costado oeste de la castellana. No se sabe muy bien por qué esta demarcación no adquirió nombre propio y conservó como tal el genérico, que la designa en el presente. Quizá porque fue la última con esta denominación y no necesitó pasarla al “siguiente territorio”.

Por tanto, el origen del término Extremadura como “tierra extremadamente dura” es una falsa creencia del tipo etimología falsa. Son etimologías creadas por descomposición de la palabra dándole significado actual a cada parte, al igual que la de Vallecas como “valle del Cas”.

Luis Montalvo Guitart

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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