Abandonar nuestro hábitat natural (la superficie de la Tierra y la atmósfera), es decir, volar, bajar a las profundidades del mar o salir al espacio exterior, requiere solucionar al menos tres cuestiones fundamentales: conseguir una cápsula que sea capaz de preservar la vida en un ambiente adverso; inventar algún sistema autónomo que permita profundizar en el medio y regresar; e idear un sistema que facilite el desplazamiento (un motor o bien un método que se aproveche de las leyes físicas del entorno) y la maniobra de la nave.
Solventar estos y otros problemas ha sido el logro de tres series de pequeños avances protagonizados por ingenieros de diferentes épocas y países. Así pues, la pregunta de “quién inventó el submarino (o las naves voladoras o la nave espacial)” carece de sentido, ya que estos ingenios no pueden atribuirse a una sola persona, época o nación.
Como ejemplo podemos fijarnos en la conquista del aire. El desplazamiento vertical se consiguió primero con globos aerostáticos (que se aprovechan de la diferencia de las densidades del aire caliente y frío en presencia de la gravedad) y más tarde, con los aviones, autogiros y helicópteros (que se valen para ascender de las fuerzas que genera el aire sobre las superficies en movimiento). Mientras que el desplazamiento horizontal se obtuvo gracias al aprovechamiento de las corrientes atmosféricas (en globos y artefactos de vuelo sin motor de todo tipo) y los motores de combustión o eléctricos para accionar hélices o turbinas.
Sin embargo, hasta que las aeronaves no alcanzaron grandes alturas, la tecnología no tuvo que recurrir a los aviones presurizados o a las escafandras de oxígeno, lo que permitió un desarrollo gradual de esta.
Por el contrario, el espacio exterior es un medio tan hostil para los humanos, que con el fin de explorarlo ha habido que esperar a que confluyeran varias modernas tecnologías, como gigantescos lanzadores, ordenadores para el cálculo de trayectorias y cápsulas sofisticadas que resolvieran los tres problemas fundamentales simultáneamente.
La navegación por las profundidades del agua es un caso intermedio. A poca profundidad, el problema de la habitabilidad se solventa construyendo un buque hermético e impermeable y a realizar inmersiones de corta duración. El desplazamiento vertical se puede conseguir con técnicas sencillas (lastres o depósitos de agua que se llenan o vacían) y el horizontal se ventiló inicialmente mediante la fuerza humana. La dificultad aparece cuando se quiere ir a grandes profundidades por largo tiempo.
La primera experiencia submarina conocida se narra en una leyenda medieval en la que Alejandro Magno (siglo IV a.C.) usa una campana de vidrio para visitar el lecho de una bahía. Más modernos y seguros son algunos registros chinos del siglo III a.C., que describen un ingenio similar. En cualquier caso se trataría de campanas subacuáticas: habitáculos de aire abiertos por la parte inferior que permiten la respiración durante algún tiempo, con descenso e izado desde una barca auxiliar y desplazamiento a pie por el fondo de aguas poco profundas. Los buscadores de marisco, perlas, coral o pecios, bien han desarrollado por todo el planeta estas campanas o bien han mejorado las técnicas de buceo. Los trajes de buceo o escafandras, dependientes o autónomos, son otro tema diferente del que nos ocupa.
Lo que buscamos en los registros históricos es un buque submarino autónomo y autopropulsado que pueda viajar bajo el agua. Este concepto es también diferente del batiscafo, una cápsula sumergible de propulsión limitada que necesita de un barco de apoyo que le suministre algún recurso como aire, energía o incluso ayude en el ascenso y descenso, y que usualmente se utiliza para bajar a grandes profundidades.
El gran agujero negro de la Edad Media nos deja sin testimonios de otros intentos, hasta que, ya en el Renacimiento, Leonardo da Vinci escribió que había diseñado un artilugio para visitar el fondo marino; pero también escribe que destruyó los bocetos por miedo a los trágicos resultados de un combate naval. No se conocen sus características ni consta que fuera construido alguna vez.
Submarino de William Bourne, incluido en su libro Inventos y dispositivos de 1578. Fuente: Wikipedia.
El primer diseño conocido de un submarino primitivo es el del británico William Bourne, incluido en su libro Inventos y dispositivos de 1578. Se basaba en un casco de madera y pieles, de volumen variable, tal que, al disminuir éste, se hundía, y al aumentar, ascendía. No tenía sistema de renovación de aire y la propulsión se efectuaba a remo. Solo se podía utilizar a profundidades pequeñas y durante poco tiempo. Estaba pensado para usos civiles, aunque no llegó a construirse.
El primer submarino diseñado, y posiblemente el primero construido y probado, se debe al español Jerónimo de Ayanz y Beaumont, que en 1602 patentó en la corte de Felipe II su Barca Sumergible. Era un sumergible autopropulsado por remos, hermético, que tenía sistemas para la renovación del aire, y elementos para la inmersión y la emersión.
En los próximos artículos repasaremos la historia del proceso tecnológico del submarino, deteniéndonos sobre todo en las aportaciones de ingenieros e inventores españoles, algunos de ellos poco conocidos, y todos poco reconocidos, tanto en su patria como en la historia de la ciencia y la tecnología universal.