En el artículo anterior, Del Baño de la Elefanta a la Radiación Cósmica, mencionamos a Arturo Duperier, uno de los mejores científicos españoles de la Edad de Plata de la Ciencia española. Sin embargo, Duperier es un desconocido para sus compatriotas. Con este artículo me gustaría colocar un humilde ladrillo en el edificio de su reconocimiento.
Tomé conocimiento de Arturo Duperier en la universidad. En una de las aulas principales de la Facultad de Ciencias Físicas en la Universidad Complutense de Madrid había una placa en su memoria, en esa aula asistí a un curso completo y me examiné bastantes veces durante toda la carrera. Pero fue la fotografía de otra placa que me envío una amiga, esta vez la que se encuentra en la fachada de la casa en la que vivió y murió en Madrid, la que me hizo acercarme a su figura.
Arturo Duperier Vallesa (1896 – 1959) nació en Pedro Bernardo (Ávila), su padre era el farmacéutico de la comarca y su madre la maestra superior de niñas. Es en su propio pueblo donde estudia las primeras letras; no obstante, los dos cursos iniciales del Bachillerato los sigue en Madrid en el Instituto Cardenal Cisneros, ya que el padre de Arturo, que pertenecía a la corriente silvelista del Partido Conservador, a la muerte de Francisco Silvela (el presidente del Gobierno que acabó con el turnismo), se desplazó con la familia a Madrid, presumiblemente para colaborar en ese momento delicado con la corriente del partido. Posteriormente la familia regresó a Ávila y Duperier termina estos estudios en el Instituto General Técnico de esa capital.
1926, personal del Servicio Meteorológico Español. Arturo Duperier es el primero por la derecha, sentado.
Asiste a las clases del primer año de Ciencias en la Universidad de Valladolid; aunque, en el curso siguiente vuelve a Madrid donde se licenciará en 1919 en las especialidades de Química y de Física en la Universidad Central, obteniendo sobresalientes notas en ambas.
Al poco se convierte en discípulo de uno de los más grandes físicos españoles de todos los tiempos, Blas Cabrera y Felipe, con quien cursa el doctorado en Física en el Instituto de Investigaciones Físicas. Como doctorando colabora en la línea de investigación de su profesor: el paramagnetismo1 y el estudio de los elementos químicos conocidos como “tierras raras”2. Una vez que obtuvo el doctorado en 1924 publicó conjuntamente con su maestro una decena de artículos en varias revistas científicas españolas y francesas, entre ellos el primero en solitario, todos pertenecientes a la línea de investigación de su mentor.
En la década de 1920 el estudio de la radioactividad estaba comenzando, la Teoría Cuántica daba sus primeros balbuceos y no había un explicación razonable sobre el fenómeno del paramagnetismo. Pierre Curie había estudiado los cambios de los materiales magnéticos en el llamado Punto de Curie (la temperatura a la que los materiales ferromagnéticos se convierten en paramagnéticos), deduciendo la Ley de Curie que expresaba la dependencia de la imantación de los materiales paramagnéticos de la temperatura. La fórmula de Curie tenía ciertas limitaciones que fueron resueltas por Pierre Weiss añadiendo algún elemento a la fórmula que pasó a llamarse Ley de Curie-Weiss. Cabrera y Duperier estudiaron en 1924 el mismo fenómeno en otros materiales, mejorando la fórmula, que pasó a llamarse Ecuación de Cabrera-Duperier. Este estudio fue más que una simple mejora de la precisión de una fórmula, pues, según el Premio Nobel de Física de 1977, John Hasbrouck van Vleck, confirmaba algunas predicciones de la Mecánica Cuántica sobre el paramagnetismo de las “tierras raras”.
Trabajo de Blas Cabrera, basado en los datos previos de Arturo Duperier, en el que se establece la Ecuación de Cabrera-Duperier. Anales de la Sociedad Española de Física y Química, tomo XXII, páginas 463-474, 1924. Fotografía del autor.
La etapa del doctorado fue cruel con Duperier, pues además del fallecimiento de su madre, no existiendo vacantes laborales ni en la Facultad ni en el Instituto, le tocó simultanear sus duros estudios con las oposiciones a auxiliar meteorológico. En 1920 ingresa en el Servicio Meteorológico Español con el número uno de su promoción. Estudiando esa convocatoria se ganó el agradecimiento de sus competidores de oposición y futuros compañeros de servicio, ayudando a varios de ellos en su preparación del examen a comprender cabalmente los temas de física.
El puesto que obtuvo en el Servicio Meteorológico le permitía la seguridad económica que necesitaba para estudiar el doctorado; pero no se conformó con esto, sino que complementó los trabajos en paramagnetismo para su tesis con sus primeras investigaciones sobre Física Atmosférica.
Un nuevo fallecimiento le aflige, esta vez el de su padre. Se siente solo en su casa de Madrid, y el joven Arturo decide compartir piso alquilado con unos amigos con los que mantendrá una relación casi familiar hasta su muerte. Tan huérfano queda en la vida que, cuando solicita la mano de quien será su mujer, Ana María Aymar y Gil, debe ser su maestro Blas Cabrera el que lo represente.
En 1928 ingresa como profesor auxiliar de Electricidad y Magnetismo en la Cátedra de Blas Cabrera en la Universidad Central de Madrid. Pero Arturo está buscando una línea de investigación propia y es precisamente la Física de la Atmósfera la que se la va a proporcionar.
Su dedicación al estudio de la atmósfera lo llevó a estudiar en Estrasburgo con el ya mencionado Pierre Weiss, quien lo introdujo en el estudio de los rayos cósmicos, unas partículas que se detectaban en la atmósfera procedentes del espacio. Durante esa estancia aprovecha para visitar los observatorios meteorológicos de Zúrich, París, Bruselas y Puy de Dôme en los que amplía conocimientos de electricidad atmosférica.
A su vuelta se crea la Sección de Investigaciones Especiales en el Observatorio Meteorológico del Retiro de Madrid, de la que le nombran director y será en ese parque donde en 1935 instalará sus aparatos de medida de rayos cósmicos, como vimos en el artículo anterior.
En 1933, obtiene la primera cátedra en España de Geofísica (la rama de la física que estudia los comportamientos del planeta: de su parte sólida, del océano y de la atmósfera). En ese tiempo adquirió fama entre los alumnos por explicar la física de forma muy intuitiva y fácil de comprender, tanto que venían a escucharle alumnos de otras especialidades, como por ejemplo Severo Ochoa, que asistía a sus clase siempre que podía.
Un año después visitará Berlín y Potsdam para trabajar en el laboratorio de Werner Kolhörster, en el que refinará las técnicas de detección de Radiación Cósmica. Por fin ha encontrado su propia línea de investigación y, desde ese momento, se dedicará en exclusiva a esta nueva disciplina científica que acabará dando lugar a la moderna Física de Partículas.
En 1935 se casa con Ana María y diez meses más tarde nace su primera hija, María Eugenia. Desdichadamente la niña fallece a los seis meses.
A principios del año 1936, Duperier fue elegido Presidente de la Sociedad Española de Física y Química. No pudo ejercer su puesto ni continuar sus investigaciones en España, pues la desgracia nacional de la Guerra Civil cortó la secuencia de su vida. Cuando el Gobierno de la República y todos los organismos gubernamentales, incluida la Universidad Central de Madrid, se trasladan a Valencia, Duperier instala sus aparatos en los tejados de la Universidad de la ciudad del Turia.
En 1937 acude a París a la inauguración del Palais de la Découverte representando al Gobierno legítimo y a su vuelta se encuentra con que el Gobierno se ha vuelto a trasladar, en este caso a Barcelona. Duperier solicita permiso para salir al extranjero y continuar sus investigaciones.
El ministro Julio Álvarez del Vayo le apoya y consigue el permiso, convirtiéndose Duperier en uno más de los exilados que la Ciencia española sufrió en ese aciago tiempo. Se afincará en Inglaterra donde desarrollará la etapa más fructífera de su vida científica, pero esto es otra historia que desarrollaremos en el artículo siguiente.
Para saber más: Exposición temporal: In/Visibilidad. Arturo Duperier y los rayos cósmicos. MUNCYT, Alcobendas. Entrada gratuita.