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Como dijimos en el artículo anterior, se sabe poco de la vida personal de Manuel Tomás Gutiérrez, el seguntino al que muchos historiadores de la relojería española consideran el mejor relojero preindustrial de nuestro país. La información de la que disponemos pertenece al ámbito profesional y proviene, casi exclusivamente, de los archivos de la Real Hacienda y de los de la Real Sociedad Económica Matritense.

El nombramiento de Manuel Tomás como Arcabucero Real lo introduce en la vida de la Corte, en la que pululan nobles, aristócratas, militares, secretarios, administradores, burócratas… y es en ese ambiente donde conoce a la que será su esposa, María Suárez, hija de un contador de la Contaduría Mayor de Cuentas. El matrimonio tendrá lugar en 1774 y fruto de él habrá al menos un hijo, del que hablaremos más adelante. En ese mismo año, Manuel Tomás había establecido su taller en la calle Fuencarral de Madrid lo que le proporcionó la estabilidad económica necesaria para casarse.

En aquel tiempo, una de las preocupaciones de los hombres del Gobierno del país, y así lo expresó Pedro Rodriguez de Campomanes (1723-1802), conde de Campomanes, era la dependencia de la industria relojera española de las manufacturas extranjeras, particularmente de la suiza y de la inglesa. Esta subordinación se traducía en una sangrante salida de capitales de nuestro país, ya que no solo se importaban suntuosos relojes del extranjero, sino que incluso las piezas fundamentales de la maquinaria de los relojes nacionales y de los instrumentos científicos se fabricaban fuera.

Con el fin de paliar este problema nacional, sin olvidar un legítimo interés propio, Manuel Tomás envía en 1776 a la Real Sociedad Económica Matritense un memorial en el que propone la creación de una Escuela de Relojería para comenzar a formar en suelo patrio a los futuros relojeros españoles y que, más adelante, sean ellos mismos los que integren la industria nacional. La Matritense encarga a una de sus secciones, la llamada Clase de Artes y Oficios, que estudie el proyecto. La Clase designa una comisión y los socios comisionados efectúan un exhaustivo análisis de la escuela propuesta por nuestro relojero, emitiendo un informe que resalta la moderna estructura de la escuela.

La propuesta de Gutiérrez representaba toda una novedad en España, pues suponía el abandono del enfoque gremial de aprendices. Tradicionalmente estos debían recibir de sus maestros enseñanza, habitación, manutención y cuidados si caían enfermos; ahora bien, Manuel Tomás proponía que los alumnos vivieran con sus padres y trabajaran a cambio de su asistencia a clase durante los dos primeros años para, a partir del tercero, recibir un salario de 3 reales diarios, con aumento de un real por año. De modo que al terminar los estudios en su séptimo año de aprendizaje cobraran 7 reales diarios (unos 230 ducados anuales, lo que representaba un sueldo muy digno). Téngase en cuenta que en esa época, para ser relojero había que conocer geometría, astronomía, mecánica… además de metalurgia, platería y otras técnicas de taller.

Como consecuencia del informe considerablemente favorable de la Clase de Artes y Oficios, La Matritense eleva una petición al Consejo de Castilla solicitando que tenga a bien conceder permiso para la creación de la escuela de relojería propuesta. La casualidad obra la suerte, y sucede que el consejo acababa de conceder autorización y fondos para una escuela de relojería a los hermanos franceses Philipe Jacques y Pierre Charôst, por lo cual deniega la solicitud, destinando los fondos disponibles a otros menesteres que no se hallaran cubiertos.

En cualquier caso, si no se hubiera dado esta casualidad hubieran existido otros escollos. Gutiérrez no solicitaba subvención para la puesta en marcha de la escuela; sin embargo, a cambio demandaba privilegios de fabricación y venta de relojes de acero por 10 años. Uno de los objetivos de las Sociedades Económicas era el de fomentar el comercio, y su mentor, el conde de Campomanes, consideraba precisamente que este tipo de privilegios representaba un freno al desarrollo económico del país. Además, se ha señalado que el mal genio de Manuel Tomás no era el más indicado para dirigir una escuela.

Manuel Tomás Gutiérrez era un apasionado relojero, enamorado de su arte y ambicioso defensor de sus logros. Sus relojes estaban entre los mejores de España y quería ser reconocido como tal. De ahí que, en 1778 solicitó plaza de Relojero de Cámara del Rey. Gutiérrez no estaba muy considerado en la Corte, pues esta era cabalmente consciente del atraso técnico y científico de España, y la admiración por las cosas que venían de fuera era idea dominante. En ese ambiente, algunos de los cortesanos cercanos al rey no le reconocían categoría suficiente como para un puesto de artista en la Casa Real, y esto exclusivamente por no haberse formado en el extranjero. Como era de esperar en estas circunstancias, la petición fue rechazada.

Pero el ingenio de Gutiérrez no tenía descanso, y en el año de 1782, inventó una serie de máquinas que cubrían el proceso de la fabricación de hebillas para cinturones. Esta innovadora colección de máquinas estaba formada por un primer aparato que estiraba el metal para darle forma de barras, que constituiría parte de la estructura de la hebilla; una segunda que disponía de unos rodillos que prensaban y alisaban el metal para formar planchas, estos rodillos también servían para grabar dibujos o filigranas en la plancha; una tercera que permitía el corte de las barras en escuadra; la cuarta era una mordaza especial en la que se fijaban las piezas para su soldadura; y la quinta un torno para abrillantar y biselar todo el conjunto.

Inicialmente Gutiérrez fabricó hebillas de plata, esto levantó inmediatamente las suspicacias del gremio de plateros, que lo denunció ante la Junta de Comercio, quien solo le autorizó a seguir experimentando en plata y oro; sin embargo, al año siguiente le permitió su venta, lo que Gutiérrez llevó a cabo marcando sus piezas con su sello de arcabucero real.

Dos años después, la invención de estas máquinas llega a oídos de La Matritense, que de nuevo encarga un dictamen a la Clase de Artes y Oficio. Esta determinó que algunas de las máquinas eran realmente novedosas, que todas ellas eran de fácil manejo y que gracias a su utilización se podría reducir el coste de cada hebilla a 18 reales, disminuyendo los costes de producción y el precio de venta, concluyendo que su utilización era beneficiosa para fabricantes y clientes.

Al año siguiente, y como reconocimiento de la valía técnica del relojero seguntino, la Real Sociedad Económica Matritense le concedió el título de socio honorífico (sin obligación de pago de las cuotas).

Por todo ello, la real sociedad madrileña decide presentar un informe muy elogioso de la invención de Manuel Tomás y plantea a la Junta de Comercio la posibilidad de crear una Real Escuela de Maquinaria, dirigida por Gutiérrez.

La maquinaria nacional se identificaba como una de las áreas que acumulaban un gran atraso respecto de Europa. Esta convicción originó una preocupación sincera en la Corona por su conocimiento y desarrollo, que se materializará en el año 1791 cuando Carlos IV creará el Real Gabinete de Máquinas, dirigido por el ilustre ingeniero Agustín de Betancourt (1758-1824) y que se situó en el palacete que hoy se conoce como el Casón del Buen Retiro.

Llegados a este punto, ese mismo año de 1785 Manuel Tomás presenta un nuevo proyecto para la creación de una Fábrica de Relojería a La Matritense. Se trataba de una fábrica dividida en 6 talleres: Máquinas; Cajas; Adornos de porcelana; Muelles principales; Piñones, cadenas y espirales; y Montaje de relojes. Manuel Tomás Gutiérrez solicitó que su examen lo realizara una comisión de consagrados relojeros y la Clase de Artes y Oficios pidió opinión a ocho grandes de ellos, aunque las rivalidades personales hicieron que solo se presentaran tres.

La Clase de Artes y Oficios remitió un memorial a la Junta General de la real sociedad, quien lo devolvió solicitando más datos y que se consultara a Manuel Zerella Icoaga (1737-1799) —Relojero de Cámara del Rey, el relojero más importante del momento—, y a varios maquinistas españoles afincados en Londres. Estos últimos declinaron la colaboración, pues las leyes británicas de la época prohibían revelar detalles al extranjero de la situación interna del Reino Unido.

Mientras tanto, y por cuestiones diplomáticas, el rey Carlos III decidió hacer un regalo al Príncipe de Gales, el futuro Jorge IV del Reino Unido (1762-1820), consistente en dos magníficas espadas fabricadas en la Real Ballestería, obra de su Arcabucero Real Manuel Tomás Gutiérrez.

Reloj de sobremesa construido en esqueleto, obra de Manuel Tomás Gutiérrez para Carlos IV. Acero, bronce, oro, cristal y metal. Cincelado, pulimentado, dorado, grabado y fundición. Dimensiones 64 x 34 x 26 cm. Patrimonio Nacional de España, Palacio Real de Madrid.

Al fin, en 1787, la Real Sociedad Económica Matritense elevó al Consejo de Castilla un informe altamente favorable a la creación de la Fábrica de Relojería de Manuel Tomás Gutiérrez propuesta dos años antes. Curiosamente, la casualidad de la década anterior se vuelve a presentar, pues once días antes el Consejo había aprobado una subvención al presbítero Vicente Sion y Casamayor para la creación de una fábrica de relojes, dividida en 18 obradores, en la que trabajaron los famosos relojeros Abraham Matthey y Manuel Rivas, y que se ubicó en la calle de Fuencarral de Madrid.

Ante el fracaso inicial de su proyecto, Manuel Tomás Gutiérrez se propone convertirse en proveedor de la Real Fábrica de Relojería suministrándole piezas de calidad. Para ello, comienza a formar a un aprendiz, Nicasio de Rija, en la fabricación de muelles de reloj y otras piezas. La competencia en aquella época era feroz y, cuando su aprendiz acumula más de un año de formación, Manuel Zerella no duda en despojarle de su pupilo. Conocido el genio de Manuel Tomás, montaría en cólera, ya que demandó a Zerella.

Esta demanda nos muestra el enfrentamiento de dos patrones de enseñanza técnica de la época: uno fundamentado en los modelos de formación suizos, donde se formó Zerella; y un segundo asentado en la mejor tradición de los talleres españoles, donde aprendió Gutiérrez, mejorado mediante innovaciones europeas. No sabemos el resultado judicial de la demanda de Gutiérrez contra Zerella, pero sí el resultado social: la enemistad cerrada de Gutiérrez y Zerella que se manifestará en años posteriores.

A pesar de todos estos contratiempos, ese mismo año de 1788, el conde de Lerena (1734-1792), secretario del Despacho de Hacienda, notifica a Gutiérrez que el rey autoriza la implantación de su Fábrica de Relojes; aunque sin concederle ninguna subvención; no obstante, le informa de que el rey no olvidará retribuirle en función de los “beneficios que se generen para el país”, refiriéndose a la disminución de las importaciones de piezas de precisión.

El 14 de diciembre de 1788 muere el rey Carlos III y asciende al trono su hijo Carlos IV. Un cambio de ciclo que nos permite dejar en suspenso la vida de nuestro relojero para retomarla en el próximo artículo.

Para saber más: Montañés, Luis. “Manuel Gutiérrez, un relojero a ultranza (Recensión)”. Anales Seguntinos, nº 2, 1985, pp. 213-220.





Reloj de sobremesa construido en esqueleto, obra de Manuel Tomás Gutiérrez para Carlos IV. Acero, bronce, oro, cristal y metal. Cincelado, pulimentado, dorado, grabado y fundición. Dimensiones 64 x 34 x 26 cm. Patrimonio Nacional de España, Palacio Real de Madrid.

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