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El pasado 22 de febrero se celebró el Día Europeo de la Igualdad Salarial. Según el informe “Análisis de la brecha salarial de género en España” elaborado para la CEOE por Pricewaterhouse Coopers el año pasado: “Las brechas salariales de género miden las diferencias entre las remuneraciones salariales percibidas por hombres y mujeres.”

Dicho de otro modo, las causas de la brecha salarial de género son múltiples y complejas, desde el que a una mujer se le pague menos que a un hombre por el hecho de ser mujer, en un acto de machismo y discriminación directa, hasta otras causas como el hecho de que las mujeres tengan que asumir solas o con poco apoyo de sus compañeros las responsabilidades familiares y domésticas, el cuidado de hijos e hijas o el cuidado de personas mayores, lo que las lastra e impide que puedan desarrollar una carrera profesional, aceptar puestos de responsabilidad, formarse o simplemente aceptar puestos de trabajo a jornada completa.

Además de los lastres y las barreras de entrada de las mujeres para acceder a puestos altamente cualificados y de responsabilidad, existen obstáculos específicos para aquellas mujeres que sí logran acceder a esos puestos, como el techo de cristal (prejuicios contra las mujeres que hace que se las considere menos aptas y prácticas patriarcales como el corporativismo masculino); el suelo pegajoso (presión familiar y social para que la mujer asuma toda la responsabilidad domestica y familiar como algo “natural”); el techo de cemento (fruto de una educación sexista que impide el desarrollo político, social y profesional por la falta de referentes y por los roles de género); y el techo de diamante (fruto de la sociedad patriarcal en la que lo masculino posee y lo femenino es poseído).

Según la última Encuesta Anual de Estructura Salarial (EAES) publicada por el INE: “En el año 2017, el salario anual más frecuente en las mujeres (13.518,6 euros) representó el 77,2% del salario más frecuente en los hombres (17.501,5 euros). En el salario mediano este porcentaje fue del 78,4% y en el salario medio bruto del 78,1%.”

Independientemente del valor que queramos tomar como referencia, tenemos que la brecha salarial supone, redondeando, un 22% menos de sueldo para las mujeres, lo cual es una barbaridad.

La injusticia que supone discriminar a la mitad de la población por cualquier motivo, en este caso por razón de género, ya es suficientemente grave en una sociedad civilizada pero además las consecuencias de esta discriminación son mucho más profundas. Tal es así que la eliminación de la brecha salarial de género está incluida en el Objetivo 5 (Igualdad de Género) de los Indicadores de Desarrollo Sostenible difundido por Eurostat, y también es uno de los objetivos de la Estrategia Europea de Empleo (EES) para lograr igual tratamiento de hombres y mujeres y evitar la discriminación por razón de sexo, edad, discapacidad, raza, religión, orientación sexual.

La brecha salarial de género también puede considerarse violencia económica contra las mujeres. Según Oxfam: “La violencia económica se manifiesta a través de limitar los ingresos de las mujeres, otorgar salarios menores por la misma labor, y dejar toda la carga del trabajo de cuidado de niños, ancianos y otros miembros de la familia a las mujeres sin remunerarlas y sin crear el acceso a servicios públicos adecuados que les permitirían un desenvolvimiento profesional equitativo.”

Puede que muchas mujeres que lean esto se sientan representadas y les cueste creer que se ha estado ejerciendo violencia contra ellas por hacer lo que han hecho siempre, o lo que han hecho sus madres o lo que han hecho sus abuelas. El machismo no es un invento moderno, es algo que sufrieron nuestras abuelas y nuestras madres y que les impidió realizarse y llevar una vida en la que pudieran elegir con libertad qué modelo de vida querían tener, qué querían ser y cómo querían vivir su vida. No nos engañemos, aún no hemos llegado a ese punto. Nos queda mucho. Para empezar, nos queda cobrar el 22% más que nos corresponde.

Viñeta

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