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Imágen del solsticio el 22 de diciembre de 2017

Pueden parecer no más que dos atriles y un poste con flechas pero esconden arcanos del tiempo y el espacio. Quizá sea por su ubicación junto al molino-polvorín, en ese altozano —arrabalero, casi pinariego— de vistas interminables desde el que nuestros antepasados domeñaron la física de los vientos y la química de la pólvora; desde el que podemos contemplar las huellas que las poderosas fuerzas geológicas y climáticas han dejado en nuestro territorio y la diversidad vegetal y animal resultante; desde el que podemos seguir la matemática precisión de los movimientos celestes.

O quizá sea simplemente porque en una sociedad ruidosa, miópica por emparedada, que parece haber perdido no sólo el norte sino todos los puntos cardinales, la contemplación silenciosa de un horizonte despejado debería ser un derecho. En el horizonte se dibuja nuestra historia: los diferentes asentamientos de nuestros ancestros, cómo se fue construyendo la ciudad, por dónde vino la invasión o el progreso. En él se aprecia el entorno que moldea nuestro carácter serrano: pinar, lastra, páramo, rebollar, ribera. Y en él experimentamos los ritmos naturales: el día y la noche, el mes, el ciclo anuo. Nos reencontramos, como el poverello de Asís, con el Hermano Sol y la Hermana Luna y ponemos nuestro reloj interno en hora.

Javier Bussons explica como utilizar el atril en el día de su inauguración.

Caminar, contemplar, reflexionar... es a lo que nos invita el mirador, placeres gratuitos para solaz de cuerpo, mente y espíritu: caminar hacia la Fuente Picardas, contemplar desde el polvorín los paisajes terrestre y celeste que nos rodean y, si apetece, picotear entre las numerosas semillas de reflexión escritas en los atriles.

En el dedicado a la observación diurna encontraremos, además de un tour 360º del horizonte seguntino, nuestras señas en el espacio sideral, 14000 millones de años de historia comprimidos en uno, cómo leer el paso de las horas y las estaciones en el Sol, las propiedades astronómicas de la catedral, recomendaciones para disfrutar en directo de la cartografía lunar, las lluvias de meteoritos o los sobrevuelos de la Estación Espacial Internacional así como un mensaje contra la contaminación lumínica. El panel dedicado a la observación nocturna, que incluye planisferio con máscara giratoria, nos ofrece varias rutas temáticas por la bóveda celeste (estacionales, circumpolar, la Vía Láctea, el zodíaco), invitándonos a buscar las 15 estrellas más brillantes o alguna estrella-fecha como Rígel cuya distancia (900 años-luz) nos hace verla como era cuando Don Bernardo de Agén reconquistaba el castillo. Unas pocas pistas bastan para aprender a usar la actual Estrella Polar (Polaris), la Osa Menor o las constelaciones como una brújula, un reloj o un calendario escritos en la noche.

Nos gustaría que estos atriles y este humilde poste sirvieran para suscitar momentos de gozosa contemplación, como el de esta imagen solsticial (22 de diciembre pasado) con el Sol saliendo bien lejos del punto cardinal Este marcado por la flecha que se ve de canto. Ya es invierno.