Con la llegada del otoño, otros años estaríamos decidiendo si nos apuntaríamos a Pilates, a gimnasia de mantenimiento o por fin, una vez concluido el verano, comenzaríamos a llevar una dieta más sana y dejar de fumar. Solía ser la época de comenzar nuevos proyectos, actividades y colecciones, aunque muchas de ellas ya estaban más que abandonadas al llegar la Navidad.
Este verano no hemos podido disfrutar del jolgorio y la algarabía de otros años. Por mucho que nos hablen de “la nueva normalidad”, esto que nos está pasando no es nada normal ¿o no tengo razón? Una nueva normalidad sería que nos hubieran cambiado unas actividades por otras, que circuláramos con el coche por la izquierda como los ingleses, o que Sigüenza se hubiera convertido en el foco industrial de Guadalajara. A eso sí que nos adaptaríamos sin problemas, creo yo. Pero lo que estamos sufriendo con la Covid-19 no es una nueva normalidad,… es la Guerra. Una guerra frente a un enemigo invisible y ladino, que muestra su potencial destructor cuando nos confiamos como pobres insensatos.
En esta guerra contra el coronavirus ya perdimos la primera batalla durante los meses de primavera, y muchos de los nuestros perdieron la vida en una lucha desigual. Eran las personas mayores de nuestras residencias. Sus vidas se apagaron como la luz de una vela a pesar de los esfuerzos de sus cuidadores. Ellos fueron las primeras víctimas, no pudieron elegir su papel en esta guerra, pues a todos nos pilló por sorpresa. El exceso de confianza en nuestros recursos económicos y sanitarios fue uno de nuestros puntos débiles, otro el desconocimiento sobre las formas de contagio, también la falta de unidad política frente a la pandemia y los mensajes contradictorios en los medios de comunicación.
Y el enemigo nos hizo creer que se había retirado, y pronto olvidamos toda la fuerza de la que había hecho alarde en la primavera. Acabó el estado de Alarma y nos creímos que habíamos ganado la primera batalla. Nunca fue así, el virus siguió acechando en la sombra, transmitiéndose de persona a persona en encuentros amistosos y familiares donde las mascarillas brillaban por su ausencia. Y de esta forma, dejamos la puerta de nuestros hogares abierta al enigmático coronavirus. En estos momentos, en Sigüenza volvemos a tener un número de contagios confirmados tan altos como tuvimos en nuestras Residencias de Mayores en primavera. Ahora el coronavirus está entre nuestros amigos, nuestros familiares y nuestros conocidos. No viene de otra provincia, ni otra nación, está aquí… y está para quedarse algunos años.
Sí, queridos lectores, me gustaría decir que en unos meses esta pesadilla va a acabar, pero dudo que vaya a ser así al paso que vamos. Será una guerra sin cuartel en la que tendremos que luchar día tras día y en la que muchos se convertirán sin casi darse cuenta en pobres víctimas. La estrategia contra el Covid-19 tendrá que tener varios planes de ataque. Confiar en la inmunidad, en la vacunación masiva o en que el virus desaparezca por arte de magia, tan solo son deseos y esperanzas de futuro. Puede que funcionen, o puede que no. Hasta el momento desconocemos cuanto tiempo nos protegerá haber pasado la enfermedad, tampoco sabemos cuánto durará el efecto de la vacunación si llega a conseguirse. ¿Y si resulta que la inmunidad adquirida por haber pasado la enfermedad o por habernos vacunado nos dura tan solo cuatro o cinco meses?: – Pues estaremos a merced del coronavirus cada año como lo estamos con los virus del catarro o de la gripe.
En esta lucha serán muy importantes las medidas económicas, políticas y sanitarias, pero ninguna va a funcionar sin la colaboración y la responsabilidad ciudadana. Por eso te vuelvo a preguntar: “¿Qué prefieres, ser víctima o soldado?”
Ser soldado supone cumplir cada uno con la responsabilidad asignada por su tipo de trabajo o estudio, acatar la normativa de la lucha contra el covid-19, colaborar con las medidas que nos vayan dictando las autoridades, exigir a los demás que lleven mascarilla, evitar colapsar los centros sanitarios con nuestras exigencias... pero sobre todo evitar contagiarnos y evitar contagiar. Es posible que muchos soldados acabemos siendo víctimas inocentes... pero que no sea por nuestra mala práctica.
Convertirse en víctima puede ser muy fácil, ya que el virus está ahí, entre nosotros y sin avisar. Cuando no te pones mascarilla, la llevas mal puesta o está deteriorada; cuando hablas con un amigo y no guardas las distancias; cuando te bajas la mascarilla para fumar un cigarrillo al lado de otros; cuando quedas con tus amigos en una terraza o en tu casa; cuando no guardas las distancias de seguridad en la cola del supermercado; cuando vas reiteradamente a la consulta médica sin necesidad; en todas estas ocasiones estás comprando oportunidades para convertirte o convertir a otros en víctimas del coronavirus.
“Yo quiero seguir siendo soldado, ¿tú que rol eliges?”
Rita Rodríguez