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A lo largo de la historia era conocido que algunas enfermedades infecto-contagiosas (sarampión, viruela, difteria, polio, varicela etc.) sólo se contraían una vez en la vida, si el sujeto lograba sobrevivir, ¡claro está! Supervivencia que no siempre suponía un éxito absoluto, pues en ocasiones, las secuelas podían resultar un pesado lastre para toda la familia. El mecanismo por el cual se infectaban, unos individuos y otros no, fue desconocido hasta tiempos recientes, atribuyéndose en ocasiones a los astros, al mal de ojo, a las brujas, a la voluntad divina, etc. A través de muchos siglos de observación, de estudio, de análisis y de comparación, la medicina pudo llegar a descubrir cómo se transmitían algunas enfermedades, aunque se desconociera “el organismo o ser” que la causaba.

El primer estudio que pone de relieve la existencia de las bacterias fue en 1670, inicialmente denominadas animálculos, un descubrimiento que fue tomado por irrelevante y abandonado en los archivos. Fueron necesarios más de dos siglos para descubrir que las bacterias formaban parte de la naturaleza, y que algunas de ellas eran las responsables de ciertas enfermedades, pudiendo pasar de una persona a otra. Por su parte, los virus pudieron ser visualizados bien entrado el siglo XX, gracias al microscopio electrónico. Louis Pasteur y Robert Koch fueron los primeros defensores de la “Teoría microbiana de la Enfermedad”, a través de sus estudios sobre diferentes enfermedades infecciosas. El primer fármaco moderno para combatir a las bacterias (antibiótico), fue la penicilina, descubierto por Ernest Duchesne en 1897 mientras trabajaba con hongos del género Penicillium, trabajo que no recibió atención por la comunidad científica. En 1928 los trabajos de Fleming darían el gran paso de gigante de la humanidad con el redescubrimiento de la penicilina y sus propiedades antibióticas.

La viruela fue una de las enfermedades más temidas de la historia, ya que causaba grandes epidemias en las que morían la tercera parte de los infectados. Pues bien, aún sin saber su causa o el microorganismo responsable, en 1771 Edward Jenner observó que algunas mujeres que ordeñaban vacas, parecían estar protegidas contra la viruela al haber sido infectado por la variante de la viruela bovina (cowpox). Jenner siguió observando, analizando y comparando, y en 1775 comenzó un minucioso estudio sobre la relación entre la viruela bovina y la de los humanos. Tras años de experimentación con animales, descubrió que si tomaba un extracto de una llaga de viruela bovina y se la inyectaba a un ser humano, esa persona quedaba protegida contra la viruela. Fue en 1796, cuando realizó un experimento que cambiaría el rumbo de la medicina, al raspar el brazo de un niño de 8 años llamado James Phipps con material de una llaga de la viruela bovina de una de estas mujeres que ordeñaban vacas. Más tarde volvería a inocular al mismo niño, pero esta vez con material de viruela humana, que no produjo ninguna infección. Así pudo comprobar que el niño estaba inmunizado contra la viruela. En 1798 publicó su investigación en la que acuñó el término vacuna, del latín "vacca". Pero no fue gloria lo que recibió, sino burlas e insultos, hasta que la vacunación fue vista como una gran protección y la práctica de Jenner se generalizó.

El siguiente avance importante ocurrió en 1885, cuando el Dr. Pasteur utilizó una vacuna para prevenir con éxito la rabia en un niño que había sido mordido por un perro rabioso. Años después el Dr. Jonas Salk y el Dr. Albert Sabin, lograron la vacuna de poliomielitis, salvando a miles de niños en todo el mundo de las graves secuelas de dicha enfermedad. Durante el siglo XX la vacunación se ha constituido en el mayor éxito relacionado con la salud, y con su administración se ha conseguido disminuir las enfermedades y la mortalidad causada por las enfermedades infecciosas en niños y adultos. La viruela se declaró erradicada del mundo en 1977. La poliomielitis se eliminó oficialmente de los Estados Unidos y del resto del hemisferio occidental en 1991.

¿Pero qué es una vacuna? -No es un medicamento convencional, ni es un antídoto. No está diseñada para curar una enfermedad. Una vacuna es un preparado, cuya función es que el organismo genere una respuesta inmunitaria frente a una enfermedad específica. Cada vacuna se diseña para que el sistema inmunitario pueda combatir ciertos microorganismos y las graves enfermedades que provocan.

Diseñar, fabricar y poner en el mercado una vacuna ni es fácil, ni es barato. Para su desarrollo se deben superar pruebas sobre la posible toxicidad, efectos secundarios y eficacia, lo que conlleva varias etapas aprobadas previamente por las autoridades sanitarias, además de tener en cuenta distintos factores:

  • La respuesta del sistema inmunitario al microorganismo causante.
  • Los individuos a los que es necesario vacunar.
  • La tecnología adecuada para diseñarla o fabricarla.
  • Seguridad y relación riesgo-beneficio en su administración.
  • Vía de administración: oral, subcutánea, intramuscular.
  • Forma de transporte, almacenamiento y conservación.
  • Número de dosis necesarias para producir inmunidad.

La necesidad de hacer frente a nuevas enfermedades emergentes como el Ébola, VIH, Coronavirus, etc , para las que las vacunas tradicionales no dan el resultado esperado, ha provocado que se abran vías distintas de investigación de vacunas. Son pura biotecnología, que quizás sean el futuro prometedor para la humanidad, y cuyos tecnicismos son difíciles de entender para los la mayoría de los mortales. Vacunas de ácidos nucleicos, vacunas proteicas, vectores con virus no-replicativos o replicativos, nanopartículas…etc. Cada semana una de las grandes multinacionales farmacéuticas lanza un mensaje de esperanza sobre la vacuna que se encuentran estudiando. Pero siento decirles que tan sólo son mensajes informativos, que los estudios no se han finalizado, y por tanto todavía no existe documento científico donde se explique metodología y resultados. En estos momentos existen más de 30 vacunas contra el Covid-19 en fase clínica de desarrollo en todo el mundo. Los más adelantados son la vacuna rusa Sputnik V, la de Pfizer, la de Moderna, la AstraZeneca y la de Janssen. Las grandes empresas farmacéuticas se han lanzado a una carrera infernal para ser la primera, la mejor, la ganadora. Ninguna de estas compañías ha finalizado aún los ensayos clínicos que deben determinar la eficacia y la seguridad de sus inmunógenos; quizás la rusa, pero no tenemos muchos datos ni confianza por ello. Mientras tanto, nosotros pobres e ilusos mortales, creemos que vamos a ser los beneficiados de dicha vacunación. Quizás sí, quizás no. Toda esta angustiosa premura en la carrera por la vacuna contra el coronavirus, puede privarnos de conocer la duración de la inmunidad, los efectos secundarios a largo plazo o la inversión realizada por los gobiernos, que por supuesto, habrá que recortarlo de otra parte. Hay grandes diferencias de coste entre ellas. Desde los 5,80 euros las dos dosis de AstraZeneka a los 34 euros de Pfizer ¿Para los países en vías de desarrollo será posible realizar este desembolso, sin garantías de poder frenar los contagios?

En España, es el grupo de Luis Enjuanes e Isabel Sola del CNB-CSIC de financiación gubernamental, quienes están trabajando en vacunas contra los coronavirus desde hace años, cuando todavía no era un problema global pero se intuía la problemática que podía suponer una supuesta epidemia. No pertenecen a ninguna gran farmacéutica por lo que van mucho más despacio de lo que todos desearíamos. Todavía se encuentra en fase preclínica. Pero quizás debamos ser pacientes y tener todas las garantías para cuando decidamos ponernos la vacuna tan deseada. O quizás debamos valorar el gran riesgo que supone el coronavirus y vacunarnos lo antes posible. Cada cual deberá tomar du decisión y, por lo tanto, aceptar las posibles consecuencias.

Sin vacuna o con vacuna, deberemos seguir cumpliendo las medidas de prevención y seguridad. Las mascarillas y la distancia interpersonal nos deberán acompañar durante mucho tiempo. La inmunidad generada por las futuras vacunas puede que nos protejan de no enfermar, aunque es posible que podamos seguir siendo transmisores del virus a otras personas. O quizás, solo nos protejan de las complicaciones de la enfermedad durante un tiempo determinado.

RESISTIR,… deberá ser nuestra consigna de cada día”

Rita Rodríguez