La pandemia del coronavirus se ha convertido en un rompecabezas para ciudadanos, políticos y sanitarios. Hace más de un año que entró en nuestras vidas y todavía nos faltan muchas piezas del puzle para poder tener una visión clara de nuestro atacante, a pesar de que nos ha mostrado en muchas ocasiones su poder y capacidad bélica. Conocemos que puede manifestarse con síntomas tan variados como fiebre, tos, dolor de cabeza, dolor muscular, cansancio, enrojecimiento y picor de ojos, pérdida del gusto o del olfato, y también lesiones en la piel que nos recuerdan a los sabañones. En esta tercera ola nos hemos encontrado con alteraciones en las palmas de las manos y en las plantas de los pies, que producen picor o ardor. También se han sumado como síntoma de coronavirus la llamada lengua COVID, que consiste en un aumento del tamaño de la lengua y la presencia de lesiones que se asocian en muchas ocasiones a la pérdida del gusto.
A veces, nuestro enemigo, el SARS Cov-2 se comporta como un virus amable que no produce sintomatología en la persona infectada, pasando totalmente desapercibido. En otras muchas ocasiones da lugar a unas décimas de fiebre, tos, diarrea o malestar; síntomas que se resuelven sin complicaciones en unos días. Pero también tiene la otra cara, la de un enemigo violento y terrible que utiliza la estrategia de “tierra quemada”, dejando exhausta a la persona infectada o la arrastra consigo al abismo. No conocemos si estas diferencias dependen del virus, de la carga viral que nos ha afectado o de las características de cada individuo. Por suerte, dentro de esta desgraciada pandemia, la mayoría de los casos corresponden a los primeros, causa quizás responsable de que el virus se extienda sin control, al pasar desapercibida la infección en muchos ciudadanos.
El tiempo que transcurre entre la exposición a la COVID‑19 y el momento en que comienzan los síntomas suele ser de alrededor de cinco o seis días, pero puede variar entre 1 y 14 días. Un margen de tiempo demasiado variable como para poder tener certeza de quién, dónde o cómo nos hemos contagiado. Si a esta variabilidad en el tiempo de incubación añadimos que muchas personas nunca conocerán que han sido portadores asintomáticos, pues nos encontramos con un mar de interrogantes. Por tanto, los protocolos sanitarios de actuación deben ser actualizados muy frecuentemente para adaptarse a las necesidades de cada momento. Para los profesionales supone un gran reto conseguir estar al día con la información, e imaginamos que para ustedes sea una desesperación que cada semana les contestemos una cosa distinta. Pero es así y tendremos que adaptarnos a cada momento y situación…
Hasta el momento, la mayoría de las observaciones coinciden en que la capacidad de transmisión del virus puede comenzar 2-3 días antes de los primeros síntomas, siendo máxima las horas previas a los mismos; después, va decreciendo progresivamente durante la semana siguiente. De aquí, que actualmente se haya establecido que en la mayoría de casos leves o asintomáticos el periodo convalecencia sea de diez días. En los casos severos la duración puede ser de semanas o incluso meses.
Mutaciones. Denominamos así a los cambios o modificación que se producen en las células de algunos seres vivos (animales o vegetales), así como en la gran mayoría de microorganismos. Son los cambios que han acompañado a la evolución de la vida en nuestro planeta. Los virus sufren gran cantidad de mutaciones, ya sean positivas o negativas para su supervivencia. Este es el caso del coronavirus, bicho indeseable que se ha adaptado para infectar al ser humano en un tiempo record. Unas mutaciones producen cepas más débiles y otras cepas más fuertes con más poder infectivo y, como es lógico, sobrevivirá aquella variante que sea más apta para infectar, multiplicarse y transmitirse.
Hagan un ejercicio de imaginación. Dos cepas de virus intentan cruzar un río para llegar a la otra orilla donde se encuentra usted. El más rápido o el más violento será el que llegue donde usted se encuentra para infectarle. Los más lentos ya no encontrarán a quien infectar, porque usted ya lo estará,… se quedan rezagados y morirán al no tener un huésped a quien infectar. Y ese virus rápido y voraz que le ha contagiado se transmitirá a sus amigos y a su familia con una facilidad asombrosa. Pero también podría usted ser más listo que ese virus y no estar esperando en la orilla a que él llegue. El virus no piensa,… no haga usted lo mismo. Aléjese de él,… y si no puede, obstruya la vía de entrada del virus a su organismo (su nariz y su boca) con una mascarilla. Dele con la puerta en las narices.