Para tratar sobre el pasado y el presente de las huertas seguntinas La Plazuela reunió a cuatro hortelanos: Jesús Canfrán, Martín Contreras, Rafael de Mingo y Miguel Puertas. Aunque existen muchos otros, creemos que su realidad es representativa del sector. Y como no podía ser menos, nos reunimos degustando tomates, pepinos y calabacines recientemente recolectados por ellos. Los cuatro coinciden en que tienen sus huertas para el consumo familiar y el poco excedente que queda lo regalan a los amigos.
Sin embargo, no hace tanto tiempo existió en la ciudad un gran mercado de hortalizas que se podían conseguir, primero en un gran número de puestos diseminados por la ciudad y luego en diversas tiendas. “Había muchos puestos en la calle Valencia, Cruz Dorada, San Jerónimo, El Peso, las Travesañas, calle Mayor, el Arrabal... La colonia veraniega consumía como un 80% de la producción”, recuerda Miguel Puertas. “Tradicionalmente se cultivaban lechugas, que tenían mucha fama en Sigüenza, a mi suegro yo le he llegado a contar 3.500 lechugas, luego venían las judias verdes, los guisantes, las habas, las espinacas y las borrajas”, añade Martín Contreras. Con la llegada de la mecanización, las mulas y burros fueron sustituidas por camiones y furgonetas y los comerciantes locales empezaron a traer productos de fuera. “Antes era un mercado cerrado, como mucho se llegaba a Calatayud y Jadraque —señala Jesús Canfrán—. Luego empezaron a traer frutas y hortalizas de Valencia, despachaban desde el camión a las fruterías y eso fue en perjuicio del horticultor local”. Y es que Sigüenza se encuentra con un clima extremo y los meses propicios para el cultivo de frutas y hortalizas son pocos. “Al hortelano no le interesaba sembrar aquí porque era muy duro y no se ganaba dinero, así que se fueron muchos hijos y pocos fueron los que se quedaron a trabajar en la huerta”, termina Jesús Canfrán. De hecho muchas de las huertas históricas están abandonadas y otras destinadas a otros menesteres.
De izquierda a derecha: Miguel Puertas, Jesús Canfrán, Rafael de Mingo y Martín Contreras.
En la actualidad los cuatro, como muchos otros hortelanos, siguen cultivando lo que se hacía históricamente pero no para la venta. ¿De dónde viene esta afición? Todos coinciden que es algo que viene de familia. “El amor a la huerta viene de los abuelos y de los padres, yo ahora, en vez de dedicarme a jugar a los bolos, a la petanca o a estar en los bares, tengo un huerto —señala Rafael de Mingo, mecánico de oficio, y añade—: Regalar a los amigos es como darle algo de tu sudor, no es que te regale cinco euros para que vayas a comprar unos tomates, es regalarte unos tomates o pimientos que he cultivado yo”. Todos han tenido sus ocupaciones, viven o han vivido de ellas y ahora emplean su tiempo libre de esta manera.
Esencial para cualquier huerta es el riego, tradicionalmente se hacía por un caz que salía de la Obra del Obispo con agua tomada del cauce del Henares. Tradicionalmente se le llamó el Caz de los Molinos porque movía varios molinos y batanes hasta terminar en el molino situado detrás de la Alameda en el mismo Sigüenza. Se paga una cantidad, alrededor de 100 euros al año a la comunidad de regantes, dependiendo de la superficie de la huerta, para trabajos de mantenimiento. Tradicionalmente una de las labores más importante era la limpieza del cauce por parte de los regantes para mantenerlo libre de hierba. Sin embargo llegó un momento que no había gente para realizar esta labor necesaria y se optó por canalizarlo. Sobre esa iniciativa hay cierta polémica, Jesús Canfrán afirma que fue gracias a una idea suya en el programa electoral, cuando se dedicaba a la política, por su parte Rafael de Mingo afirma que todo empezó cuando presidía la comunidad de regantes su tío Poli (Hipólito de Mingo), estando de secretario Pedro Moreno. Primero con su dinero y luego con ayuda de la Diputación, se han ido construyendo cada año metros de canalización del caz, hace tres años hasta la Fuente del Abanico, hasta que el año pasado concluyó en la Obra del Obispo. “Solo falta algún ramal pero se ha conseguido encauzar todo el caz y que no se pierda una gota de agua”, comentan. Ahora los regantes riegan sus huertos por turnos sin problemas. Eso en los años que, como en el presente, no hay problemas de agua; cuando hay sequía siempre suelen surgir algunos problemas pero “ninguno que no pueda solucionarse compartiendo unos vinos”.
Otro de los temas que planteamos es la manera de gestionar los huertos y aplicar o no productos químicos. Sobre esto cada uno de ellos tiene una visión distinta. “Con todo lo que digan, al pulgón y a la araña roja hay que atacarlo, no nos libramos ninguno del pulgón”, afirma Miguel Puertas quien también abona su huerta con un poco de nitrato: “No meto la palomina porque luego te genera una cantidad de hierba que te hace estar todo el día con la azadilla”. A pesar de que no duda en utilizar ciertos productos químicos para su huerto, Miguel Puertas también reconoce que los pesticidas hacen mucho daño: “Eso es lo que yo prohibiría, he visto un tractor echando herbicidas y no dejar una aliaga sana en 100 metros de ladera del monte”, además en su opinión han acabado con muchas especies de caza: “Desde que echan herbicidas no he visto en agosto una pollada de codornices”.
En cambio Martín Contreras solo echa “basura” (estiércol de oveja) como abono, y el escarabajo de patata lo quita a mano. Aun así, cree que en los frutales el tratamiento contra las plagas es inevitable.
Otro problema es la de la polinización, la escasez de insectos polinizadores no pasa desapercibida para los hortelanos. Cada uno trata de solucionarlo como puede. En algunos casos trata de polinizar manualmente. “En calabacines hay una flor macho y una hembra; como ya no hay abejorros, ni hay avispas ni hay abejas, cojo la flor macho, la rompo y unto la flor hembra...”, así es el método de Jesús. Otra opción es llamar por teléfono a una empresa para que te mande un enjambre de abejorros para que se ocupe de este menester. Martín Contreras, que también tiene colmenas en Riosalido, aquí en su huerta de Sigüenza cría un enjambre de abejorros especialmente con este propósito.
Cada huerta tiene sus peculiaridades. La de Jesús Canfrán, en realidad de su mujer, como precisa, se encuentra camino a la Fuente del Abanico. Para acceder a ella hay que pasar por la huerta de su primo, que regenta un restaurante en la calle Mayor, y que aprovecha su producción para abastecerlo con hortalizas de calidad. En la huerta de Jesús, además de las verduras tradicionales, existe una zona en la que se cultivan flores, no en vano durante un tiempo se dedicó a este mercado y tiene dos tiendas de flores en Sigüenza y Guadalajara. Jesús comenta que ya no sale rentable este cultivo, ahora el mercado está internacionalizado. “Antes el cincuenta por ciento de la producción de flores venía de la huerta, ahora las rosas vienen en su mayoría de Colombia, Venezuela o Ecuador, las llevan al aeropuerto y al día siguiente están en España, contra eso no se puede competir”.
La huerta de Rafael de Mingo está también en el camino a la Fuente del Abanico. Nos muestra el riego por goteo mediante una manguera que enlaza con el caz, cultiva “lo que es tradicional: judías, acelgas, pepinos, repollos, lombardas, cebollas, calabacines y tomates y lo hacemos como lo hacían nuestros padres y abuelos”. Comparte las labores hortícolas con su mujer Mari.
Las otras dos huertas que visitamos están en las inmediaciones del Paseo de las Cruces. Una es la de Miguel Puertas, que nos muestra sus productos: tomate, lechuga, acelga, cebolla, calabacín, pepino, berza y repollo. No siembra patatas porque suelen aparecer plagas, y este año plantó cardo pero no ha conseguido que arraigara, en su opinión por culpa del tipo de aire. Antes de marchar de su huerto nos obsequia con una suculenta cebolla de Fuentes de Ebro y unos calabacines. Su mujer, Eloisa, nos habla de la segunda parte importante de la huerta: la conservación de la cosecha. Como en otras casas, ellos tienen un arcón frigorífico (“como los que hay en las tiendas”) donde guardan productos. Por ejemplo las judías no hace falta secarlas, se puede congelar; comodidades de que no disponían los hortelanos de antes.
La última huerta que visitamos es la de Martín Contreras, también en el Paseo de las Cruces. De profesión maestro, cuando se jubiló se dedicó a la huerta, lo que más le gusta, siguiendo los pasos de su familia. Ya tenía su tractor, que le había comprado su padre, cuando por insistencia de su madre, él, hijo único, tuvo que ir a estudiar una carrera. Su huerta es sin duda la que más variedad de productos tiene, reconocen sus compañeros. No solo hortalizas, tiene también manzanos, ciruelos, avellanos, nogales (uno de estos, de gran porte, lo plantó hace 40 años cuando nació su hijo) y muchas cosas más. Como curiosidad nos enseña una zarza de moras sin pinchos y también cuenta algunos trucos, como por ejemplo que se puede conservar el repollo directamente en la tierra colocándolo con el corte hacia arriba y poniendo debajo unas hojas para prevenir contra humedad. También tiene su modo de cultivar el cardo, en vez de cubrirlo con la tierra para que madure hasta la Navidad (el procedimiento habitual), lo cubre con otros materiales y consigue el objetivo. Dicho entre paréntesis, otro “hortelano” seguntino, asesor de seguros de oficio, Pedro Moreno, es otro de los pocos que se toman molestias de cultivar su propio cardo. Partes de la huerta Martín las tiene en barbecho; el lugar de cualquier lechuga está pensado y repensado a lo largo de años. Su huerta parece un mecanismo perfectamente ajustado. En su huerta Martín tiene gallinas; cada año un ganadero amigo le trae un tractor del estiércol de oveja. Antes los animales formaban parte del proceso, era lo que permitía mantener una huerta con medios naturales. Aunque la temporada en Sigüenza es corta, siempre se puede alargar, en el caso de Martín Contreras tiene una gran variedad de productos y eso hace que la cosecha se prolongue casi durante todo el año. Más todavía, de cada planta tiene dos, tres o cuatro variedades, desde las más tempranas hasta las más tardías.
Un abuelo junto a su nieto en una de las huertas de Sigüenza. ¿Habrá relevo generacional?
Rafael de Mingo alarga mediante la utilización de invernaderos la cosecha de tomates, que puede adelantar un mes y retrasar hasta cuatro meses. Al respecto Miguel Puertas, afirma que nunca sabrá lo mismo un tomate criado en invernadero que el criado al aire. Aquí surge una nueva discusión sin conclusión definitiva pero Jesús Canfrán reconcilia las dos partes diciendo: “El tomate industrial lo han preparado para que dure al frutero tres meses y para que sirva para comercializarlo pero el nuestro está criado de forma natural y forzarlos en el invernadero un mes o dos más no afecta al sabor”. Termina afirmando que la tierra de Sigüenza es muy buena y citando a su abuelo: “Si los valencianos tuvieras la tierra que tenemos nosotros, y nosotros el sol que tienen los valencianos, todo sería perfecto”.
Por último Rafael de Mingo señala que se podría aprovechar el lugar en el que se encuentra canalizado el caz, desde Sigüenza hasta la Huerta del Obispo, para hacer un camino. “En vez de que la gente ocupe el terreno con la huerta impidiendo además el paso a las demás huertas, como ocurre en el ramal de abajo, que se haga peatonal hasta la Huerta del Obispo ya que al haberse ensanchado la carretera actualmente es imposible pasear por allí”.
Es una propuesta que se hizo al anterior Ayuntamiento y que la comunidad de regantes quiere transmitir al nuevo consistorio pensando que puede redundar en el beneficio de la ciudad.